En la serie Mindhunter, estrenada recientemente en Netflix y que recomiendo a todo el mundo que vea ya, ahora mismo (en cuanto termine de leer este artículo que con tanto cariño he escrito, obviamente), dos agentes del FBI comienzan en los años 70 a analizar desde una perspectiva científica el comportamiento de determinados criminales.
Lo que estos agentes intentan es aplicar un conocimiento metódico, estadístico, sólido y fiable a la prevención de determinados crímenes utilizando como objetos de estudio a aquellos que los han cometido anteriormente. Además del guion y los personajes, especialmente los malos, basados por cierto en criminales reales, lo interesante de la serie es ver cómo las intervenciones policiales comienzan a seguir criterios científicos.
La historia está basada en hechos reales. Se inspira en un libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit escrito por Mark Olshaker y John E. Douglas, dos exagentes del FBI que llevaron a cabo precisamente la labor que realizan los protagonistas en la serie. Un buen ejemplo de cómo la ciencia se aplica a la investigación criminal.
No solo los crímenes pueden someterse a la meticulosa lupa científica. También las intervenciones de la propia policía. Recientemente las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos han publicado un informe en el que analizan cuáles de las llamadas prácticas policiales proactivas realmente funcionan para reducir la incidencia del crimen en una zona y cuáles no. Se trata de aumentar la eficacia de los cuerpos policiales y mejorar sus resultados yendo más allá de la mera intuición y aportando una visión estadística rigurosa.
El informe se refiere a las técnicas policiales proactivas, aquellas que se emplean para eliminar y reducir los crímenes, en oposición a las técnicas reactivas, aquellas que se limitan a investigar y resolver crímenes ya cometidos. En cada una de ellas han tratado de responder a varias preguntas: cuál es su impacto en los índices de criminalidad en la zona donde se implementan, cuál es la reacción que producen en la población de la zona, si se están utilizando de forma ética y legal y si existe en su aplicación algún sesgo racial.
Las técnicas policiales que sí reducen el crimen
Un ejemplo es el llamado en inglés hot spots policing o policía en puntos calientes. Esta técnica trata de reducir la criminalidad haciendo que siempre haya agentes apostados en aquellas zonas donde se concentra un mayor número de crímenes. Según los estudios analizados en el informe, esta técnica hace que se reduzcan los delitos cometidos en ese punto sin desplazarlos a las zonas de alrededor.
También ha demostrado su eficacia la acción policial orientada a los problemas (problem-oriented policing). Esta técnica trata de determinar qué causas subyacen en los crímenes de una zona y actuar sobre ellas, ya sea mejorando la iluminación en un punto concreto, arreglando mobiliario urbano o aportando alternativas de ocio para la juventud que de otra forma serían carne de cañón.
Otra técnica analizada es la que llaman de disuasión focalizada (focused deterrence), un intento por mantener controlados a delincuentes reincidentes analizando las causas subyacentes de la criminalidad (marginación, tráfico y consumo de drogas, pobreza, falta de alternativas) e implementando programas que impliquen a las fuerzas de seguridad, a los vecinos y a los servicios sociales en conjunto.
Las técnicas policiales con menos impacto
Algunas de las acciones policiales analizadas no han demostrado ser tan eficaces. Es el ejemplo del alto-interrogación-cacheo (stop-question-frisk), una técnica que consiste en dar el alto por la calle, interrogar y registrar a sospechosos habituales. Los resultados señalan que cuando esta técnica se emplea en puntos concretos con altos índices de criminalidad y sobre criminales con alto riesgo de reincidencia sí parece ser eficaz a corto plazo, pero no existen evidencias sólidas que señalen ese mismo efecto a largo plazo.
Tampoco parece muy clara la efectividad de la técnica de las ventanas rotas (broken-window policing). Está basada en la teoría de que vigilar y controlar entornos urbanos evitando crímenes leves como vandalismo, basura en las calles o consumo de alcohol en público evita que la criminalidad escale y aumente en número e intensidad. Según el informe, esta técnica tiene un impacto a corto plazo, pero pequeño o nulo en la reducción de la criminalidad cuando se aplica de forma agresiva aumentando las detenciones por delitos menores.
La última técnica examinada se llama en inglés procedural justice policing y podríamos traducirla como lo justo de los procedimientos policiales. Se trata de poner el foco en las interacciones policiales con el público y los habitantes de un lugar concreto para transmitir la legitimidad de las acciones policiales, consiguiendo así que la población se involucre y colabore con la policía, consiguiendo una reducción del crimen. Aunque son positivas para mejorar la imagen de la policía en una zona determinada, según el informe no hay evidencias suficientes que confirmen la eficacia de estas iniciativas.
La relación de la policía con el público
El informe de las Academias de Ciencias, Ingeniería y Medicina analiza también cómo la implementación de estas políticas policiales afecta a las relaciones de los cuerpos de seguridad con la población.
Las investigaciones disponibles que las intervenciones policiales en lugares donde se concentra el crimen, como su presencia en puntos calientes, no suelen tener efectos negativos a corto plazo sobre la comunidad en la que se realizan, pero tampoco mejoran la imagen de la policía en esa comunidad. Por eso hacen falta más estudios que permitan entender cuáles son sus efectos a largo plazo.
En cambio, las intervenciones policiales que analizan y tratan de resolver las causas subyacentes del crimen sí que muestran de forma consistente una mejora entre pequeña y moderada de la opinión que la población tiene de la policía. Eso no quita para que siga siendo necesario estudiar las consecuencias a medio y largo plazo.
¿Son técnicas racistas?
El informe ha tratado de determinar si la aplicación de estas políticas policiales proactivas deja entrever un patrón racista. Según sus conclusiones, cuando la policía actúa sobre gente o zonas de alto riesgo, algo común en estas técnicas, son muy probables las disparidades raciales en las interacciones entre los agentes y los ciudadanos. Sin embargo, considera que esto no sirve para establecer de forma concluyente hasta que punto son resultado de una anomalía estadística, un sesgo implícito del observador o un verdadero ánimo racista por parte de los cuerpos policiales.
Por eso hace un llamamiento a ampliar las investigaciones en este campo, de forma que las comunidades y departamentos de policía preocupados por una posible desigualdad racista puedan contar con datos fiables sobre los que actuar. Lo mismo ocurre con los datos a medio y largo plazo sobre la eficacia de estas técnicas, así como la eficacia a mayor escala, observando no solo por zonas sino por ciudades: que no existen.
Referencia:
National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine (2017) Proactive Policing: Effects on Crime and Communities. Washington, DC: The National Academies Press. doi: 10.17226/24928.
Sobre la autora: Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista
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