Preámbulo:
Desde el celebérrimo Ecce Homo de Borja hemos visto cómo, de tanto en tanto, desastrosas intervenciones realizadas sobre obras de arte de gran valor se convierten en noticia. Son tan sólo una muestra más del descuido al que se ve sometido parte de nuestro patrimonio cultural que debería ser atendido exclusivamente por profesionales de la Conservación-Restauración. Con el fin de aumentar la visibilidad de esta profesión, ACRE (Asociación Profesional de Conservadores Restauradores de España) ha impulsado una serie de eventos que se realizarán a lo largo de esta semana con motivo del Día Europeo de la Conservación-Restauración a celebrarse el próximo 14 de octubre. No dudéis en visitar la página web para consultar si hay alguna actividad programada en vuestra ciudad. Desde KimikArte nos queremos unir a esta iniciativa dando a conocer uno de los muchos trabajos que realizó el Departamento de Conservación y Restauración del Museo de Bellas Artes de Bilbao durante el 2017. Porque aunque las intervenciones que no acaban arruinando obras de arte rara vez aparecen en los medios son las que realmente deberíamos visibilizar.
Se suele pensar que los museos son edificios impasibles al paso del tiempo, quizás porque su función habitual es albergar obras de arte que pretenden perdurar eternamente. Pero lo cierto es que son lugares en constante cambio, cambios que van mucho más allá que la inauguración de una exposición temporal o la adquisición de una nueva obra. Si no, que se lo pregunten al Museo de Bellas Artes de Bilbao cuyo edificio antiguo fue construido en 1945 con un claro porte clásico. En los 70 se realizó una ampliación en la que se añadió un edificio de estilo mucho más moderno. La última ampliación llegó con el cambio de milenio y sirvió para integrar mejor ambos edificios. Tiene mérito que con 55 años de diferencia entre construcciones se mantenga una cohesión arquitectónica. Sin embargo, alguien que visitase el museo en 1999 difícilmente reconocería el espacio que alberga el hall hoy en día. Uno de los principales motivos sería que una gran pieza de hormigón que habitaba en ese lugar desapareció para crear un espacio mucho más diáfano (Imagen 2). Pero dicha obra no ha abandonado el museo o, por lo menos, no del todo. Ahora flanquea una de sus dos entradas, sirviendo de perfecto contrapunto a Euterpe, la musa que se encarga de guardar la otra. Hablamos de Lugar de Encuentros IV, una creación del inconfundible Eduardo Chillida. Por supuesto, el cambio de hábitat expuso la pieza a unos cambios de temperatura más bruscos y la privó de abrigo contra las constantes lluvias. Teniendo en cuenta esas nuevas condiciones el equipo de Conservación y Restauración del museo bilbaíno prestó especial atención al cuidado de la obra, hasta que en 2017 se tomó la decisión de llevar a cabo un proceso de restauración.
La obra
Como ya habréis intuido, si nuestra protagonista se llama Lugar de Encuentros IV es porque no es única en su especie. El escultor donostiarra concibió una serie de obras como “espacios para el diálogo y la convivencia”. La primera de ellas la elaboró en 1964 en madera de roble y se expuso en Nueva York, aunque ahora es propiedad del Museo Peggy Guggenheim de Venecia. La segunda escultura la creó en acero en 1971 y decora la Plaza del Rey de Madrid. En la misma ciudad encontramos Lugar de Encuentros III (1972), también conocida como La Sirena Varada, que cuelga de un puente que atraviesa la Castellana y es parte del Museo de Arte Público. Con esa obra, que no estuvo exenta de polémica, Chillida inicia la construcción de esculturas de hormigón de gran tamaño. Así, en 1973 nace nuestra protagonista de hoy, junto con Lugar de Encuentros V que se puede disfrutar en Toledo. Ambas se fabricaron con el mismo encofrado, pero la “gemela” castellana reposa sobre una base cilíndrica en posición inversa. Chillida todavía realizaría una obra más para la Fundación Juan March en Madrid (1974) y remataría su serie con Lugar de Encuentros VII (1974) en Palma de Mallorca. Como podéis ver en la Imagen 3, todas estas obras son un juego de curvas y rectas con las que el artista genera un espacio interior. En sus propias palabras: “Para definir esos espacios interiores es necesario envolverlos, haciéndolos casi inaccesibles para el espectador situado al exterior… yo aspiro a definir lo tridimensional hueco por medio de lo tridimensional lleno, estableciendo al mismo tiempo una especie de diálogo entre ellos”.
Pero centrémonos ahora en Lugar de Encuentros IV. Chillida sigue el camino que había iniciado con su predecesora, donde debemos de destacar dos aspectos. Primero, desde un punto de vista artístico, la idea de que la escultura esté sujeta por cables que permiten que levite a 60 centímetros del suelo, logrando sensación de ingravidez. Segundo, desde una perspectiva técnica, el uso del hormigón como material artístico que sería recurrente en otras obras del donostiarra. Como siempre, el material empleado es de especial importancia, sobre todo a la hora de abordar un proceso de restauración, como veremos a continuación. Se podría hablar largo y tendido sobre el hormigón en el arte, pero quedémonos con lo esencial: es una mezcla de cemento (el aglomerante) y áridos que tras mezclarse con agua se fragua (gracias al cemento) para formar un material pétreo. Para más información os recomiendo encarecidamente visitar la entrada de Deborah García Bello que tiene como protagonista otra obra de Chillida: El Elogio del Horizonte.
Lugar de Encuentros IV tiene unas dimensiones de 215 x 475 x 408 cm y pesa más de 16 toneladas. Para crear una obra de tan espectaculares dimensiones Chillida contó con la colaboración del ingeniero José Antonio Fernández Ordoñez. A la escultura se le dio forma mediante un encofrado de madera permitiendo que el hormigón fraguara alrededor de una armadura metálica. Tras el fraguado Chillida aplicó ácido sobre el hormigón con lo que cambió la textura y matizó el color. El resultado final es una obra llena de contrastes: es de rudo hormigón, pero delicada; su peso es dantesco, pero levita y su masa es grande, pero crea vacío. La escultura lleva en el museo desde que el artista la donase en 1982. Entonces se colocó en la planta baja (lo que hoy es el hall de entrada), para moverse, como ya hemos dicho antes, al exterior en el año 2000, en ambos casos bajo la atenta supervisión del escultor.
El deterioro y el estudio previo
Lugar de Encuentros IV sobrepasaba ya los 40 años cuando el museo decidió someterlo a un proceso de restauración. Pero, antes de afrontar intervenciones de este, lo primero que nos debemos preguntar es: ¿por qué se está produciendo el deterioro? Para contestar tenemos que entender la composición química de la obra de arte y su interacción con los factores externos. En el caso de la estructura de Chillida, dos son las principales causas: la colonización biológica y, por encima de todo, la carbonatación del hormigón. Una vez producida la hidratación y fraguado del cemento que sirve de aglomerante en el hormigón, el producto resultante tiene un elevado pH debido a la gran cantidad de hidróxido cálcico. Cuando este compuesto entra en contacto con el dióxido de carbono (proceso que sucede en disolución) se forma carbonato cálcico. Esta reacción química tiene dos consecuencias que pueden resultar nefastas. Por una parte aumenta la porosidad del hormigón, lo que facilita la penetración del agua y, por otra, disminuye el pH, lo que permite que el hierro de la armadura se oxide. Debido a esta oxidación la armadura aumenta su tamaño y provoca grietas en la estructura que pueden ocasionar las pérdidas que alguna vez habréis observado en alguna construcción de hormigón.
Para conocer mejor las propiedades físicoquímicas de la obra y su estado de deterioro se sometió a diversos análisis técnicos, siempre sobre trozos que se habían desprendido, para no perjudicar a la escultura El estudio petrográfico sirvió para saber que el árido que forma el hormigón se podía dividir en dos fracciones: una gruesa compuesta por material calcáreo (gran cantidad de carbonato cálcico) y una más fina que contenía principalmente silicatos y rocas metamórficas. Además, mediante difracción de rayos X se obtuvo información valiosísima sobre la composición química del hormigón. Así, se detectaron compuestos silíceos del árido y aluminosilicatos que apuntan al uso de cemento portland y aluminoso. Además, se observó que la temida carbonatación del cemento se había producido, por lo menos en la muestra analizada.
La restauración
Una vez se conocía perfectamente la obra, era el momento de comenzar con la intervención. Para ello el museo contó con la ayuda de Instituciones y expertos en el campo; a destacar la colaboración con Javier Chillida, especialista en la conservación y restauración de este tipo de materiales y con amplia experiencia en obras de Eduardo Chillida. Como estáis viendo, el trabajo que lleva restaurar una sola obra es más complejo de lo que podríamos pensar, y eso que todavía no le hemos puesto la mano encima. Vamos allá.
El primer paso fue colocar un andamio alrededor de la escultura, ya que si no sería imposible llegar a todos los puntos en los que hay que intervenir. A continuación, con sumo cuidado y la ayuda de brochas o pequeños aspiradores, se realizó una limpieza superficial en la que se quitaron desde hojas a excrementos de aves. Así, la obra estaba lista para recibir el primer tratamiento químico: la aplicación de un biocida que serviría para eliminar esa capa verdosa que podemos apreciar en tantos superficies (formada por musgos y líquenes). Se dejó actuar al biocida durante un día cubriendo la obra con polietileno y posteriormente se procedió a la limpieza.
Como la obra ya había sido sometida a otras intervenciones, antes de proceder con la restauración se decidió eliminar reintegraciones anteriores. Es decir, se quitaron adiciones que se habían realizado para sustituir a las pérdidas de hormigón. A continuación se eliminó el óxido que se había creado sobre todas las partes de la estructura de hierro que quedaban al descubierto. Para ello se empleó una herramienta rotativa equipada con cepillos de acero, siempre dejando una pequeña capa de óxido para que hiciera las veces de protector. Los trozos de metal se limpiaron con etanol y se les aplicó una disolución que contenía ácido tánico. Quizás os preguntéis cómo puede un ácido evitar la corrosión si antes hemos dicho que el descenso del pH era perjudicial para la armadura interior. Pues bien, en este caso no tenemos que centrarnos en ese parámetro. En algunos metales la aparición de óxidos forma una capa sobre la superficie del metal que impide que siga en contacto con el oxígeno. En esa situación hablamos de pasivación, ya que el metal no seguirá oxidandose. En el caso del hierro, dicha capa no es homogénea y no cumple una misión protectora frente al agua y el oxígeno. Sin embargo, el compuesto que se forma entre los iones de hierro y los taninos sí que crea una película protectora, de ahí que se emplee como agente pasivante. El uso de esta reacción entre hierro y taninos quizás os suene por su papel en la tinta ferrogálica.
Pero no nos vayamos por las ramas y sigamos con la intervención sobre Lugar de Encuentros. Ya tenemos la obra limpia, libre de plagas biológicas y reintegraciones anteriores y el hierro visible está pasivado. A todos aquellas partes metálicas que no iban a ser tapadas posteriormente se les puso una protección más: una resina acrílica que se aplicó con pincel. La obra estaba en este punto lista para el proceso de consolidación y reintegración. Las grietas y fisuras se rellenaron con una mezcla de cemento y agua (lechada) que contenía una pequeña cantidad de resina acrílica. Por supuesto, antes de aplicar esa lechada se estudió si podría haber pérdidas durante la aplicación. Si no, podría haber sido como intentar llenar una botella agujereada. Dicho proceso se realizó con una disolución de agua y alcohol, y allí donde se observaron fugas se taparon con un mortero especialmente elaborado para tal propósito.
Además de fisuras y grietas, la escultura tenía una pérdida de un tamaño destacable que supuso un desafío mayor. Se decidió realizar una reintegración empleando un hormigón lo más parecido posible al original. Para ello se realizaron varias pruebas y finalmente se empleó un mortero que contenía, entre otros áridos, mármol rojo de Alicante como el que usara Chillida. Por último, se realizó una reintegración cromática o, en otras palabras, se homogenizó el color del mortero aplicado con el de la obra aplicando con pincel una pintura acrílica con pigmentos.
Tras la reintegración cromática la intervención estaba prácticamente completada, pero como es mejor prevenir que curar (o conservar que restaurar), se aplicó sobre la superficie un hidrofugante. Es decir, un producto que servirá de impermeable a la obra y que, en este caso, es un producto nanotecnológico. También se aplicó biocida nuevamente para retrasar el crecimiento de hongos y líquenes y se dieron los últimos retoques de color con acuarela y pintura acrílica.
Y hasta aquí el proceso de restauración de Lugar de Encuentros IV que, como habéis visto, va mucho más allá de preparar un poco de cemento y ponerlo de mala manera sobre los agujeros. Es un proceso que ha implicado a un gran número de profesionales que han trabajado con rigurosidad y cuyas indagaciones servirán sin duda para futuras intervenciones en otras obras de Chillida. Como colofón os dejo un video en el que podéis ver cada uno de los pasos que he tratado de explicar.
Agradecimientos
Me gustaría agradecer a todos los miembros del Departamento de Conservación y Restauración del Museo de Bellas Artes de Bilbao su total predisposición a compartir el trabajo que realizan, especialmente a Maria José Ruíz-Ozaita y a Sandra Rodríguez por el tiempo empleado en las explicaciones. Del mismo modo quiero agradecer al Museo y a la Sucesión Chillida su gentileza al darnos permiso para emplear las imágenes que aparecen en este artículo.
Sobre el autor: Oskar González es profesor en la facultad de Ciencia y Tecnología y en la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU.
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