El oro de las montañas rojizas que derrumbaron los romanos

Fronteras

Entre las zonas que, desgraciadamente, están siendo afectadas por los aterradores incendios que invaden la geografía ibérica, se encuentra la comarca leonesa de El Bierzo, en donde se localiza una joya natural que aúna, de manera ejemplar, el desarrollo social humano, la Arqueología y la Geología: Las Médulas.

Panorámica de Las Médulas. Foto: Rafael Ibáñez Fernández / Rayet, CC BY-SA 3.0, / Wikimedia Commons

Declaradas “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO en 1997, Las Médulas son una extraordinaria muestra de cómo las actividades humanas pueden modelar por completo el paisaje natural. Y para conocer esta increíble historia, debemos viajar en el tiempo hasta hace unos 2000 años. Cuando los romanos llegaron al noroeste de Hispania en el siglo I de nuestra era, observaron que los pueblos autóctonos obtenían oro bateando la arena del cauce del río Sil. Entonces, decidieron remontar sus aguas, buscando el origen de ese preciado metal amarillo, encontrándolo en unas colinas de colores rojizos y parduzcos, donde el oro se encontraba incrustado entre las rocas de tipo areniscas, gravas y conglomerados que se extendían por toda esta zona.

Detalle de los tipos de rocas presentes en Las Médulas, con conglomerados rojizos en la parte superior y areniscas anaranjadas en la inferior. Foto: A. Sánchez del Corral / Inventario Español de Lugares de Interés Geológico / Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC)

Los ingenieros romanos no se vieron amedrentados ante la dificultad de sacar el oro de esas rocas tan duras y compactas. Al contrario, pusieron en marcha todo su ingenio hasta dar con la técnica minera más impresionante, a la vez que destructiva, del mundo antiguo: la “ruina montium”, cuya traducción, “derrumbe de montes”, ya nos está dando una clave de en qué consiste. Entrando en detalle, este sistema minero consistía en excavar una serie de canales y represas que traían el agua de las elevaciones cercanas hasta acumularlas por encima de las montañas que contenían el oro. Entonces seguían con las excavaciones, en este caso en forma de galerías verticales en el interior de las rocas que formaban esas colinas. Al terminar, estos conductos abrían los muros de las presas, dejando caer por ellos el agua a presión, lo que provocaba la rotura mecánica de las rocas y su arrastre hasta unas balsas de decantación excavadas al pie de las laderas. Allí, bateaban los sedimentos resultantes para separar, de manera manual, el oro del resto de materiales.

Esquema de las fases de la técnica minera roma “ruina montium”. Ilustración: Hugo Prades / Fundación Las Médulas

La explotación aurífera de Las Médulas por parte de los romanos estuvo activa de manera ininterrumpida durante casi 200 años, desde comienzos del siglo I hasta comienzos del siglo III, afectando a una superficie de unas 540 ha en la que se removieron más de 93.000.000 m3 de materiales que permitieron extraer unos 5.000 kg de oro. Pero también cambió para siempre el paisaje, generando un sistema complejo de cárcavas, barrancos, pináculos o columnas de roca cuyo origen se encuentra, exclusivamente, en la mano del ser humano.

Pero, ¿cómo se formó ese oro? Hace meses os expliqué el origen de algunos de los depósitos de oro que actualmente se explotan en Alaska, pues aquí tenemos algo muy parecido. Para conocer este proceso debemos volver a hacer un viaje en el tiempo, pero esta vez del tipo geológico, llegando a hace más de 300 millones de años. En estos momentos, se estaban produciendo diversas colisiones tectónicas que dieron como resultado la formación del último gran supercontinente de la historia de la Tierra, Pangea. En este contexto compresivo, en la zona donde nos encontramos con Las Médulas actuales se produjo el ascenso de un magma en el interior del terreno, pero este material fundido no llegó a salir a la superficie, se quedó enterrado a varios kilómetros de profundidad. Cuando los fluidos subterráneos circulaban cerca de este magma, se calentaban, aumentando su capacidad de “robar” elementos químicos de las rocas que atravesaban, entre ellos el oro, llevándolos en disolución. Hasta que encontraban alguna fractura del terreno que les permitía fluir hacia la superficie, lo que provocaba que se fuesen enfriando poco a poco, perdiendo esa capacidad de disolución, teniendo entonces que “soltar” los elementos químicos que transportaban. Sí, incluido el oro. Así se formaron unas mineralizaciones ricas en oro que atravesaban el terreno a las que denominamos diques.

Aspecto general de Las Médulas, donde se observa el paisaje de origen humano formado por cárcavas, pináculos, columnas y escarpes. Foto: A. Sánchez del Corral / Inventario Español de Lugares de Interés Geológico / Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC)

Pues hace unos 20 millones de años, con la tectónica ya más tranquilita, los agentes meteorológicos tomaron el protagonismo. Así, el agua de lluvia se encargó de erosionar los diques con mineralizaciones de oro que se encontraban en las montañas situadas al sur de Las Médulas, transportándolo ladera abajo, hasta depositarlo en capas acumuladas entre la arena, el barro y los fragmentos de rocas que arrastraban. El paso de los millones de años hizo entonces su trabajo, transformando estos sedimentos en rocas duras (las areniscas, gravas y conglomerados que os mencionaba al principio) ricas en depósitos de oro.

Hace dos milenios, esas rocas rojizas también sufrieron la erosión del agua que se llevaba el oro hasta acumularlo en el cauce del Sil, donde lo recogían las poblaciones autóctonas antes de la invasión romana. Pero los romanos no tuvieron paciencia, así que decidieron acelerar el proceso erosivo del agua con su técnica minera nunca antes vista en este lugar.

En los últimos siglos, tras el abandono de la explotación minera, la naturaleza recuperó parte de su terreno original, creciendo una tupida masa boscosa entre los restos de la destrucción provocada por el ser humano. Ahora, ese hermoso manto verde, es el que estamos viendo arder. Posiblemente pasen décadas antes de que la vegetación vuelva a cubrir esta hermosa zona, pero lo que no se ha perdido es su riqueza geológica y arqueológica. Y esta increíble historia que nos cuentan las rocas y el paisaje sigue siendo uno de los mayores reclamos turísticos de la zona. No dejemos de visitar Las Médulas, apoyando a los comercios locales de la comarca berciana, porque ese pequeño grano de arena puede significar mucho para la población.

Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la EHU

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