Con motivo del 150 aniversario del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) el diario The Boston Globe confeccionó en 2011 una lista con los 150 contribuciones técnicas más importantes que habían sido desarrolladas en el MIT o por alumnos del MIT. El listado era también una forma de homenajear a esas 150 personas, entre las que estaban por ejemplo Tim Berners-Lee, el inventor de la World Wide Web, en el número 1, o Ivan Getting, el inventor del GPS, en el 10, o los veintitantos premios Nobel asociados a la institución. Aquí tienes una vista simplificada de los 30 primeros. Sólo hay dos mujeres, en las posiciones 7, Helen Greiner, cofundadora de iRobot, y en la 8 nuestra protagonista, Ellen Swallow Richards, “experta en nutrición, primera mujer admitida en el MIT”. Nunca una descripción, siendo cierta, fue tan injusta con una persona. Esta es su historia.
Pongámonos en situación: 1861 es el año en que se funda el MIT, también el año de la toma de posesión de Abraham Lincoln y en el que empieza la Guerra Civil americana. Las manadas de búfalos aún campan a sus anchas por las planicies y a Custer le quedan 15 años antes de caer combatiendo a los sioux en Little Big Horn. El Oeste aún está por conquistar; Kansas acaba de incorporarse a la Unión y quedan 16 estados por hacerlo para llegar a los actuales cincuenta. En los llamados «estados del sur» la esclavitud está plenamente vigente. La mentalidad imperante es la puritana y la educación superior está reservada a efectos prácticos a los varones. Las universidades aún se están consolidando. En 1861, Yale otorga el primer doctorado (en literatura inglesa) y el primero en ciencias lo recibirá Josiah Willard Gibbs en 1863, también por Yale. En 1861 Ellen Swallow tiene 19 años.
Ellen Swallow nació en 1842 en Dunstable (Massachusets) hija única de Fanny Taylor y Peter Swallow. Peter y Fanny provenían de familias de recursos modestos pero en las que se valoraba mucho la educación. Ellen fue educada en casa hasta los 16 años, pero viendo la brillantez de se hija, los padres decidieron mudarse a Westford para que Ellen pudiese asistir a la Westford Academy.
1861 también fue el año de la fundación del Vassar College, una institución de educación superior para mujeres a 115 kilómetros al norte de Nueva York. Ellen decidió estudiar allí, costase lo que costase. Al igual que Marie Curie haría años más tarde en Polonia para poder asistir a la Universidad de París, Ellen dio clases particulares y limpió casas para ganar el dinero suficiente con el que, con 25 años, matricularse en Vassar para estudiar ciencias pero, especialmente, química y astronomía.
Una vez obtenido su diploma Ellen intentó encontrar trabajo como química, pero fue rechazada sistemáticamente. Uno de los posibles empleadores viendo la capacidad de la candidata, le sugirió que, ya que no tenía futuro en la industria privada, solicitase ser admitida en ese sitio nuevo, el MIT. Ellen lo hizo y, para su sorpresa, fue admitida sin problemas, siendo de esta forma la primera mujer en conseguirlo. Había además otra buena noticia, no tendría que pagar ni matrícula ni tasas, Ellen pensó que en consideración a sus escasísimos recursos. Más tarde descubriría que el presidente del MIT usó esa estratagema para poder afirmar sin mentir que Ellen no era estudiante del MIT ante el consejo de regentes.
Ellen consiguió su segundo grado en el MIT. El trabajo final sobre el análisis de menas de hierro era de tal calidad que fue suficiente para que Vassar le concediese el titulo de máster. De hecho el trabajo era merecedor de mucho más pero el consejo de gobierno del MIT decidió que no podía ser que el primer doctorado en química de la institución lo recibiese una mujer. Y aquí es cuando hay que recordar que ese consejo era lo más liberal que había en la época. Tanto es así que permitió que Ellen trabajase como asistente de varios profesores.
Ellen conoció de esta manera al jefe del recién creado laboratorio de metalurgia, el profesor de ingeniería de minas Robert Hallowell Richards, con el que se casó. La pareja no tuvo hijos, y se dedicaron ambos a la ciencia, apoyándose mutuamente.
Teniendo por primera vez en su vida asegurada su estabilidad financiera, por sí misma y por matrimonio, Ellen pudo dedicarse a su causa favorita: la educación de las mujeres. En esto demostró ser de un maquiavelismo, en el mejor sentido del término, superlativo.
En primer lugar consiguió que el MIT crease un Laboratorio para Mujeres. Ellen enseñaba allí sin contraprestación alguna. El primer curso de biología del MIT lo dio Ellen a mujeres. También impartió análisis químico, química industrial, mineralogía y biología aplicada. Estas mujeres, como ella, estudiaban en el MIT de estranjis. Cuando el MIT empezó a admitir a mujeres oficialmente, el laboratorio fue disuelto y Ellen, por fin, pasó a ser oficialmente instructora en el departamento de química sanitaria. Ellen nunca obtendría una categoría mayor.
Ellen descubrió que la mejor forma de conseguir que las mujeres tuviesen acceso a la educación científica era hacer parecer que no estudiaban ciencia. Por ello fue una gran impulsora de los cursos de Economía Doméstica, algo que hoy nos puede parecer machista y trasnochado, pero que a finales del siglo XIX permitía enseñar matemáticas, contabilidad, química, física o biología a mujeres que, de otra forma, no tendrían acceso a esos conocimientos. Ellen escribió libros de texto específicos de títulos reveladores: “Home sanitation”, “Cost of living”, “Air, water and food from a sanitary standpoint”, “Conservation by sanitation”, “Food materials and their adulterations” o “The chemistry of cooking and cleaning”.
Pero Ellen tenía también una actividad industrial. Pasaba por ser la mejor analista de Estados Unidos: identificó las menas cupríferas de Canadá como fuente de níquel, lo que revolucionó la minería de fin de siglo en Norteamérica. Participó en el proyecto más ambicioso de análisis de agua de la época junto al Consejo de Sanidad de Massachusets, lo que desembocó en la creación del primer estándar de calidad del agua, la construcción de la primera planta de tratamiento de aguas y en la publicación de su libro “Industrial water analysis”. También fue consultora de la Compañía de Seguros de Incendio de la Mutua de Fabricantes durante diez años: sus estudios sobre la volatilidad de los aceites y grasas permitió establecer unas medidas de prevención que salvaron centenares de vidas a la par que reducir drásticamente el coste de los seguros, universalizando su uso.
Esto es solo un bosquejo de lo que hizo Ellen Swallow Richards. Fue una innovadora del día a día, de la seguridad alimentaria, de la ecología y de la educación en igualdad. Quizás ahora entendamos por qué está por encima del inventor del GPS en esos 150 del MIT.
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Esta anotación participa en el XXVII Carnaval de Química que organiza Educación química y forma parte de la serie Químicos Modernos de Experientia docet.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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