Este texto de Flora de Pablo apareció originalmente en el número 9 de la revista CIC Network (2011) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
En 1911, celebramos este año el centenario, Marie Curie recibía el Premio Nobel de Química, su segundo galardón Nobel tras el logrado en 1903 en Física. Ambos premios no fueron obstáculo para que el mismo año 1911 Madame Curie fuera rechazada -por un voto- en la Academie des Sciences francesa. En 2011, además del Año internacional de la Química, Naciones Unidas ha decidido celebrar el Año internacional de las Mujeres Científicas, pero casi nadie se ha enterado. Queda un largo camino para que el papel visible y el reconocimiento de las mujeres en la ciencia sea el que les corresponde por su talento y su esfuerzo.
Marie Curie y su envidiable familia
En 1867 nace en Varsovia Marja Sklodowska, hija de maestros; su madre dirigía un pensionado de señoritas y su padre enseñaba Matemáticas y Física. Terminó la educación secundaria a los 15 años siendo la mejor estudiante de su clase pero, en la Polonia de finales del siglo XIX, tenía prácticamente imposible el acceso a la universidad. Tras trabajar de institutriz (odiándolo) para ayudar a la familia y ahorrar los centenares de rublos necesarios para el viaje, a los 24 años se traslada a París y logra entrar en la Sorbona como estudiante de Ciencias Físicas y Matemáticas. Vivió en el parisino barrio latino en condiciones sumamente precarias, hasta su primera licenciatura en 1893, en Físicas (sólo otra mujer se licenció ese año en toda la Universidad de París), obteniendo la de Matemáticas al año siguiente. Durante sus visitas periódicas a Polonia esos años, la que pasó a llamarse Marie participó en la universidad clandestina de Varsovia Flying University, en una serie de conferencias secretas a las que podían acudir mujeres.
En París, despertó la admiración, más allá de lo académico, del profesor Pierre Curie, jefe de laboratorio en la Escuela Municipal de Física y Química Industrial y ocho años mayor que ella. La atracción mutua y coincidencia de intereses, tras algunos regalos de separatas científicas por parte de Pierre, en lugar de flores, llevó a que poco más de un año después de conocerse, en 1895, contrajeran matrimonio civil. Después del acto sin mayores celebraciones, la pareja se sumerge en la tarea científica que constituiría su apasionada vida en los siguientes catorce años. Marie decidió estudiar las emisiones de las sales de uranio descubiertas por Becquerel. No dispuso de un gran laboratorio, sino que se instaló inicialmente en lo que era más bien una cochera llena de agua, pero sus trabajos marcan el comienzo de la era de utilización de la radiactividad, de enorme impacto para fines médicos y militares. Marie y Pierre compartieron con Becquerel el Premio Nobel de Física (1903) por su trabajo sobre lo que se denominó la radiactividad, tres años antes del trágico accidente que acabaría con la vida de Pierre. A éste y a Henri Becquerel les nominaron inicialmente solos para el Nobel, pero Pierre escribió al Comité que no aceptaría el premio si su mujer no era incluida. Todavía tras la muerte de Pierre, la Universidad de París tardó dos años en promover a Marie a catedrática, la primera mujer en obtener este rango en la Sorbona (1908). En 1911, como hemos mencionado, recibió el Premio Nobel de Química por el descubrimiento del radio. Marie trabajó haciendo caso omiso a las consecuencias para la salud de la radiación que manejaba y murió de leucemia a los 67 años (Passy, Francia).
Marie y Pierre tuvieron dos hijas, Irene y Eva, que se beneficiaron bastante de los cuidados de su abuelo, Eugène Curie, viudo, médico y librepensador, pionero social, por tanto, para la época. Las niñas recibieron una peculiar educación con un plan elaborado por su madre para varios hijos e hijas de reputados científicos (la cooperativa), en el que la profesora de Física era la propia Marie Curie, el profesor de Química Jean Perrin y el de Matemáticas Paul Langevin. Irene emergió de la poderosa sombra de sus famosos padre y madre, y logró el éxito científico en una pirueta aún no repetida: ser la hija laureada Nobel de una madre doblemente laureada Nobel. Estudió Física y Matemáticas en la Sorbona también, a partir de 1914, aunque sus estudios se vieron interrumpidos por la 1ª guerra mundial. Durante la guerra, Irene fue una especie de enfermera ayudante de radiología, utilizando los primitivos aparatos de rayos x cuyo desarrollo habían hecho posible las investigaciones de sus padres. Estas máquinas fueron de gran ayuda en la guerra pero expusieron a Irene y a Marie a grandes dosis de radiación.
Tras finalizar la contienda, Irene vuelve a estudiar a París y completa su tesis doctoral en 1925, caracterizando los rayos alfa del polonio, el segundo elemento radiactivo descubierto por sus padres. Irene trabajó en el Instituto del Radio (ahora Instituto Curie) fundado por su madre. Allí encontró a Frédéric Joliot, científico tres años menor que ella, con quien se casaría en 1926. Tuvieron una hija y un hijo. Como recoge el libro Women in Science de la DGR de la Comisión Europea (2009), Frédéric afirmaba de Irene: «Con su fría apariencia, olvidando saludar, no siempre creaba simpatía a su alrededor en el laboratorio. Pero observándola descubrí en esta joven mujer, que otros percibían como algo salvaje, un ser extraordinario y sensible». Los Joliot-Curie fueron un gran equipo dentro y fuera del laboratorio, culminando sus estudios sobre la radiactividad natural y artificial en 1934, cuando lograron generar por vez primera radiactividad a partir de elementos estables. En 1935, desafortunadamente un año tras la muerte de Marie, recibieron conjuntamente el Premio Nobel de Química. En 1937, Irene es nombrada catedrática de Física Nuclear en la Facultad de Ciencias de la Sorbona.
A la vez, fue una mujer feminista y luchadora por el avance de la mujer, tanto socialmente como en el ámbito educativo. Y fue una pacifista. En 1936 había aceptado el puesto de subsecretaria de estado en el gobierno del Frente Popular francés y tras la 2ª guerra mundial (parte de la cual pasó en Suiza enferma de tuberculosis), fue nombrada directora del Instituto del Radio. Fue miembro del comité nacional de la Unión Francesa de Mujeres y miembro, junto con Frédéric, de la comisión francesa de Energía Atómica. Por cierto, ambos fueron despedidos de este organismo en 1950 en represalia por sus ideas izquierdistas. Murió en 1956, con sólo 58 años, de leucemia aguda, como su madre.
Eva no fue científica, sino pianista, escritora y admiradora biógrafa de su madre, acercándonos su figura y contribuyendo enormemente a dar a conocer la vida y el entorno de su mítica familia. Murió a los 103 años en Nueva York. ¿Cómo consiguieron Marie e Irene Curie ser a la vez Premio Nobel, madres y mujeres implicadas socialmente? Su gran inteligencia y vocación científica son indiscutibles, su alto rigor y disciplina en el trabajo evidentes, eligieron con acierto su tema de estudio (arriesgado, por novedoso y técnicamente difícil, en el caso de Marie)… ¡y tuvieron la gran suerte en encontrar a Pierre y a Frédéric!, sus lúcidos, avanzados y generosos compañeros. Ambos fueron ejemplares en evitar el efecto Matilda que otros científicos han explotado. El completo respeto a las carreras de Marie e Irene por sus respectivas parejas, junto a la sinergia profesional lograda en el avance común, sigue siendo en esta celebración de centenario un envidiable referente para las jóvenes investigadoras.
Otras químicas relevantes de aquí y de allá
Después de las dos Curie, tuvieron que pasar 30 años antes de que otra mujer, Dorothy Crowfoot Hodgkin, consiguiera el Premio Nobel de Química, en 1964. Dorothy (El Cairo, 1910) era hija de una experta botánica y un funcionario del Ministerio de Educación británico en Egipto. Pasó parte de su infancia cuidada por su abuela y se quedó fascinada por la Química y los cristales desde la escuela primaria. Se graduó en la Universidad de Oxford en 1932 (solamente hubo otras 5 mujeres junto a ella), e hizo su doctorado sobre difracción de rayos x en moléculas biológicamente importantes como la insulina y la penicilina. Posteriormente determinaría la estructura de la vitamina B12, motivo del Nobel. Fue la tercera mujer admitida en la Royal Society británica, en 1947. Diez años antes se había casado con Thomas Hodgkin, un bohemio y activista político, muy interesado en África y el mundo árabe. Tuvieron tres hijos. Además, Dorothy tuvo un gran mentor científica y políticamente, el profesor John D. Bernal (comunista) con quien compartió su preocupación por la igualdad social y el compromiso con el Movimiento por la Paz. Dorothy fue considerada en esa época a gentle genius, y es reconocida internacionalmente como la persona que más ha transformado la cristalografía de un arte a una herramienta científica indispensable. Murió en 1994.
La última mujer que ha recibido el Premio Nobel de Química hasta la fecha es Ada E. Yonath (Jerusalem, 1939). Esta química israelita, se doctoró en Cristalografía en 1968, y realizó estancias postdoctorales en la Carnegie Mellon University y el MIT de EE.UU. Tras retornar a Israel, fundó el primer laboratorio de Cristalografía Proteica de ese país en 1970, en el Instituto Weizmann. Allí ha sido directora de varios departamentos, y actualmente dirige el Centro de Estructura Biomolecular. Durante casi toda su carrera ha estudiado la estructura del ribosoma, lugar de síntesis de las proteínas, recibiendo el Nobel en 2009 (junto a Venkatraman Ramakrishnan y Thomas A. Steitz). Ada ha sido Premio L’Oreal-UNESCO For Women in Science y tiene una hija.
Vemos que de las 159 personas galardonadas con el Nobel de Química, solo cuatro han sido mujeres, eso sí, mujeres apasionadas por la cienciay apasionantes en sus trayectorias. En total entre 1901 y 2010, solo 40 mujeres han recibido el Nobel en cualquier área (¡el último año los 11 galardonados han sido hombres!). Poca cosecha para el talento femenino, infrautilizado a veces, ocultado históricamente otras, minusvalorado casi siempre. De la presencia femenina en las ciencias experimentales en España, especialmente en el Instituto Nacional de Física y Química, da cuenta Carmen Magallón en su libro Pioneras españolas en las ciencias (Ed. CSIC, 1998). En un loable esfuerzo por rescatar la contribución de algunas mujeres científicas del primer tercio del siglo XX, Magallón nos ha contado las vidas de Mª Antonia Zorraquino (doctora en Química por Zaragoza, en 1925), Dorotea Barnés (doctora en Química por Madrid, en 1931), y la creacióndel Laboratorio Foster de la Residencia de Señoritas. Este laboratorio fue equipado por la Junta para la Ampliación de Estudios a requerimiento dela directora de la Residencia, María de Maeztu y se hizo cargo de su puestaen marcha la profesora estadounidense Mary Louise Foster (profesorade Química en Northampton). Su objetivo era que hicieran prácticas de Química las jóvenes estudiantes universitarias, y funcionó desde el curso1920-21 hasta 1935.
Queda mucho por avanzar
Cierto, hemos avanzado de forma exponencial en los cien años desde que se admitió la entrada de las mujeres legalmente en la universidad española en 1910. La profesora Consuelo Flecha ha estudiado el acceso y progreso de las universitarias españolas (Las primeras universitarias en España, Ed. Nerea, 1996). Por ella sabemos que en el curso 1910-11 había 33 alumnas matriculadas en toda España (0.17% del total de estudiantes). Veinte años después, en el curso 1931-32, ya se contaban 2,026 (6% del total de estudiantes) y en el curso 1955-56 se rebasaron las 10,000 mujeres universitarias (casi 18% del total). En años recientes, desde la AMIT (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas) hemos seguido el progreso de nuestras universitarias, estudiantes y profesoras.
Las estudiantes representaban en el curso 2009-10 el 54% del alumnado total matriculado y el 61% de quienes se licenciaron. En contraste, en 2009 solo el 37% del total del profesorado eran mujeres, y éstas eran un raquítico 15% entre quienes ostentaban cátedras. No es cierto que el paso del tiempo vaya a equilibrar la presencia de mujeres y hombres en los niveles más altos de la docencia y la investigación; si ello fuera así, ¡tendría que haber ocurrido ya! Recuerdo haber escuchado a la profesora Margarita Salas, doctora en Químicas, profesora de Investigación del CSIC, y quizá la investigadora española más conocida y reconocida, que cuando ella estudiaba en Madrid a finales de los años 1950 ya había aproximadamente un tercio de mujeres entre los estudiantes de su facultad.
¿En qué punto se han perdido las mejores? ¿Por qué no hay ya un tercio de catedráticas de Química y otras ciencias experimentales en la universidad española? En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) se creó en 2001 (siendo presidente Rolf Tarrach) una Comisión de Mujeres y Ciencia que ha elaborado anualmente un informe de la presencia de mujeres en los distintos estamentos investigadores. El área de Químicas no es la mejor, pero presenta al menos cierta tendencia al avance. En el conjunto de las 8 áreas del CSIC hay un 41 % de mujeres en el nivel de Científicos Titulares (nivel de entrada en la plantilla investigadora), proporción que cae a un 23% en el nivel de Profesores de Investigación (equivalente a cátedras). En el área de Químicas, los porcentajes son un esperanzador 46% de Titulares mujeres y también un 23% de Profesoras. ¿Cuál es el área donde se ha logrado el equilibrio entre sexos? El área de Ciencia y Tecnología de Alimentos. La proporción de mujeres entre Científicos Titulares es del 58%, y entre Profesores de Investigación es un muy estimulante 49%. Bien puede ser que este área de Alimentos haya sido un nicho donde las mujeres se han sentido más apoyadas y valoradas, gracias a la presencia de algunas valiosas pioneras.
Concepción Llaguno, tristemente fallecida hace pocos meses, ha sido sin duda una de ellas. Concha, para las muchas amistades que tuvo, fue una pionera al llegar a vicesecretaria general para asuntos científicos del CSIC (organizó la primera guardería del CSIC, ella, que no tenía hijos…). Se jubiló como directora del Instituto del Frío en Madrid, dejando tras de sí una pujante escuela, con muchas notables investigadoras en la actualidad. Como recoge la página de Mujeres y Ciencia del CSIC (http://www.csic.es/web/guest/mujeres-y-ciencia), Concha Llaguno nació en Madrid en 1925. Doctora en Ciencias Químicas, comenzó su labor investigadora en 1953 en el Instituto de Fermentaciones Industriales del CSIC. Sus investigaciones más destacadas en los comienzos de la actual Biotecnología se enmarcaron en el ámbito de la fermentación alcohólica y en particular del metabolismo de las llamadas levaduras de flor, origen de los vinos de Jerez. Perteneció al grupo galardonado en 1961 con el Premio Juan de la Cierva. Profundizó en la aplicación de la tecnología de las fermentaciones: al vino, las bebidas alcohólicas y al vinagre vínico, estableciendo pautas que influyeron notablemente en la calidad de los productos obtenidos y en la erradicación del fraude; y aportó nuevos sistemas de aireación eficaces para acelerar la crianza de los vinos finos y la acetificación del vino. Profesora de Investigación del CSIC desde 1971, colaboró en la redacción del primer Plan Nacional de I+D y fue gestora del Programa Nacional de Tecnología de Alimentos. Recibió los Premios de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CEOE, 1991) y Mujer Progresista en 1994.
Aún hay, sin embargo, áreas en el CSIC (Ciencia y Tecnología Físicas, Recursos Naturales y también Biomedicina) donde la participación de las mujeres investigadoras está desequilibrada respecto a sus colegas varones, y las barreras invisibles a su progreso son mayores.
Inspiración y aspiraciones
En el siglo XXI las jóvenes españolas obtienen mejores calificaciones que los varones en todos los niveles educativos. Las tasas de fracaso escolar son muy inferiores en ellas que en ellos. El reto ahora es convencerlas de que pueden y deben aspirar a ser investigadoras líderes. Un reciente artículo en la prestigiosa revista Science (330:686, 2010) de Anita W. Woolley y cols. (Carnegie Mellon University, ee.uu.), aporta datos que evidencian un factor de inteligencia colectiva en la calidad de ejecución de una variedad de tareas, por grupos de 2-5 personas. La conclusión era que este factor c no está correlacionado con la inteligencia media, ni con la máxima inteligencia individual de las personas del grupo. Se encontró positivamente correlacionado con la sensibilidad social de éstas, la igualdad en la distribución de turnos de conversación y la proporción de mujeres en el grupo.
En otras palabras, los grupos donde unas pocas personas dominaban la conversación eran menos inteligentes colectivamente y los grupos donde la proporción de mujeres era mayor, tenían mas alto factor c (se apuntaba a que la causa fuera que las mujeres mostraron mayor sensibilidad social que los hombres). Para muchas científicas (y algunos científicos) es urgente que aceleremos la incorporación de las mujeres a todos los niveles de la vida universitaria y la ciencia en España. Ayudar a derribar los estereotipos sociales y dificultades familiares que las hacen quedarse a la zaga en la competitiva carrera investigadora, reconsiderar la evaluación cuantitativa pura y dura del curriculum vitae, y seguir denunciando las sutiles discriminaciones y marginaciones allí donde se produzcan, es ayudar a subir a cotas más altas nuestra inteligencia colectiva y nuestra competitividad. De ambas anda nuestro país bien necesitado. Siempre nos quedará para inspirarnos la saga de las Curie.
Flora de Pablo es profesora de Investigación del Centro de Investigaciones Biológicas, CSIC. Más información en Mujeres y Ciencia
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
Un descubrimiento inesperado, la lucha de base y una mujer. – MasticadoresFEM
[…] ha marcado y que es compañera en la AMIT (de la que soy socia desde 2012) con un fragmento de un artículo que se publicó en 2013 en el Cuaderno de Cultura […]