El neandertal que llevamos dentro

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Reconstrucción de un Neandertal adornado con plumas por Fabio Fogliazza.
Reconstrucción de un Neandertal adornado con plumas por Fabio Fogliazza.

Considerado el conjunto de los seres humanos, hasta una quinta parte del genoma de nuestra especie es de procedencia neandertal, aunque en cada persona en particular esa fracción es mucho menor. Los neandertales vivieron en Europa y Oriente próximo desde hace unos 300.000 años hasta hace 30.000 años, aproximadamente. Hace unos 60.000 años, los seres humanos modernos salieron de África, donde surgieron y evolucionaron como variedad diferenciada del resto de seres humanos, y a partir de entonces se extendieron por todo el planeta. Hace unos 40.000 años llegaron al océano Pacífico y Australia, y poco después penetraron en Europa. Más tarde, hace unos 14.000 años, alcanzaron América.

Siempre se había pensado que los hombres y mujeres modernos que colonizaron Europa sustituyeron a los neandertales, una variedad humana de rasgos considerados arcaicos, y que -tras su sustitución o desaparición- la variedad arcaica se había perdido para siempre. Y sin embargo, los neandertales, en cierto modo, perviven en nosotros mismos. Hace unos años, las técnicas de genética molecular aplicadas a restos óseos de gran antigüedad habían permitido concluir que Homo sapiens y Homo neanderthalensis –tal y como se les conoce por sus nombres científicos- habían llegado a hibridarse, pero se pensaba que tan sólo se había conservado menos de un 5% de ADN de origen neandertal. También sabemos hoy que ellos no fueron los únicos humanos arcaicos con los que se cruzaron nuestros antepasados africanos; lo hicieron, seguramente, con otras dos variedades humanas de las que sabemos todavía muy poco. Pero dos investigaciones independientes hechas públicas este año han llegado a la conclusión de que nuestra herencia neandertal es mucho más importante de lo que se pensaba.

Somos, en parte, herederos de los neandertales. En algún momento de nuestro pasado, hace aproximadamente 50.000 años, cuando nuestros ancestros africanos se expandían hacia otras zonas, se encontraron con seres humanos arcaicos y se cruzaron entre sí, se reprodujeron. Parece ser que cuando se produjo la hibridación, ambas variedades se encontraban cerca de ser incompatibles desde el punto de vista reproductivo; esto es, tras cerca de 500.000 años de evolución separada, los seres humanos que vivían en África y que dieron lugar a los hombres modernos, y los neandertales, que habían evolucionado en Europa de forma independiente, eran tan diferentes entre sí que estaban próximos a la incompatibilidad genética y, por lo tanto, a no haber podido dejar descendencia fértil. Sin embargo, la dejaron. Quizás no todos los descendientes de esos cruzamientos fueron fértiles; algunos de ellos seguramente no llegaron a reproducirse por esterilidad o por muerte temprana. Y al parecer, parte de la herencia neandertal no nos convenía y se ha debido de perder, por perjudicial, ya que en nuestro genoma se han detectado zonas, como el cromosoma 7, en que sorprendentemente no hay ADN de ese origen. Si hubiésemos retenido los fragmentos que ahora se echan en falta, es posible que la herencia neandertal global no fuese del 20%, sino aún mayor.

No obstante esas dificultades, también es muy posible que una parte de los fragmentos de ADN de procedencia neandertal que conservamos nos hayan resultado muy útiles. Quizás gracias a ellos pudieron nuestros antepasados adaptarse a la fría Europa y al Asia central; en ellos radica, probablemente, la clave de la colonización humana de las zonas frías del planeta. Pero esa cara ha tenido también su cruz, y es que algunas de las enfermedades que nos afligen parecen tener su origen en ese genoma neandertal que retenemos: es muy posible que diabetes tipo II, enfermedad de Crohn, lupus y cirrosis biliar sean males relacionados con esa herencia.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Este artículo fue publicado el 23/2/14 en la sección con_ciencia del diario Deia.

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