Ciencia emocionante

Fronteras

Gabriela González, profesora de física y astronomía de Louisiana State University y portavoz de la colaboración LIGO, durante la conferencia de prensa en la que se anunció la detección directa de ondas gravitacionales.
Gabriela González, profesora de física y astronomía de Louisiana State University y portavoz de la colaboración LIGO, durante la conferencia de prensa en la que se anunció la detección directa de ondas gravitacionales.

Hace justo una semana asistimos al anuncio de la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales. Un descubrimiento que venía a confirmar una teoría elaborada por Einstein hace casi 100 años y que supone un hito dentro del conocimiento de la ciencia básica.

La avalancha de información, tanto en los medios especializados como en los generalistas, ha sido espectacular. Todo el mundo se ha volcado para intentar explicar y poner en contexto la importancia del descubrimiento. Vídeos, artículos, animaciones, entrevistas, sesiones en las redes de «pregunta lo que quieras», gráficas, infografías, editoriales. Era imposible abstraerse de la noticia, estaba en todas partes y eso es bueno. Cuando una noticia, como ésta, nos arrasa por su omnipresencia, existen más posibilidades de que surja la curiosidad por la ciencia, o por saber más, en alguno de nosotros.

Los periodistas, científicos y divulgadores han hecho un esfuerzo espectacular por transmitir la noticia de forma acertada. Todos querían hacerla inteligible para el gran público y, al mismo tiempo, ser precisos y no frivolizar en exceso. La delgada línea que separa la precisión informativa de la desconexión con el público no especializado siempre acecha a la divulgación científica.

Yo soy ese público no especializado. Hasta hace una semana no sabía qué eran las ondas gravitacionales, no sabía que se estaban buscando y, lógicamente, tampoco que Einstein las había predicho hace 100 años.

Una semana después he leído, visto, escuchado y masticado una cantidad de información sobre el tema que, si bien no tengo claro que me permita decir que entiendo lo que son las ondas gravitacionales, sí me ha permitido saber que son importantes.

El factor clave de la comunicación de este descubrimiento ha sido la emoción. Un sentimiento común a todos, que todos hemos experimentado alguna vez en nuestra vida pero que, sin embargo, es muy difícil de transmitir.

Miquel Oliver
Miquel Oliver

Miquel Oliver, estudiante de doctorado en el grupo de Gravitación y Relatividad de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), es un magnífico ejemplo de la emoción que un científico no divulgador y amateur en esto de la comunicación puede transmitir. El pasado viernes fue entrevistado en un programa generalista de mañana, con audiencias millonarias.

Miquel estaba en el detector el pasado mes de septiembre cuando se descubrieron las ondas.

«He intentado explicarlo pero desistí hace mucho tiempo, pero lo sigo intentando y vuelvo a desistir. El problema con estas cosas es que hay un gran contenido matemático detrás de todos estos problemas que luego se pueden explicar de una manera muy sencilla y al final uno lo entiende, pero la parte más bonita, que es lo que uno se pierde, es la parte matemática. Es una lástima.»

Su nerviosismo, su emoción por haber vivido ese momento, es tal que le faltan las palabras al querer explicarlo, al querer contarlo. Su testimonio fue electrizante. Miquel no consigue explicar qué son las ondas gravitacionales pero su emoción es tan de verdad, tan contagiosa, que consiguió que el oyente, en este caso yo pero estoy segura de que también muchos otros, se emocionara con las ondas gravitacionales de una manera que ni siquiera podíamos imaginar. La entrevista completa se puede escuchar aquí.

Neil deGrasse Tyson no necesita presentación. Es un gran científico y un estupendo divulgador. En esta entrevista consigue contar de manera inteligible y para todos los públicos la importancia del descubrimiento. A deGrasse no le faltan las palabras, sabe expresarse, explicarse y es obvio que tiene tablas más que suficientes. Consigue que el espectador se quede a escuchar, a intentar entender su explicación.

Miquel y Neil son dos ejemplos de emoción en la comunicación de la ciencia. La de Miquel es espontánea e incontrolada, y por eso le desborda. La de Neil es profesional, está manejada, controlada y teatralizada, pero ambas son igual de efectivas. Enganchan al espectador, al oyente.

La comunicación científica se asocia siempre con objetividad, hechos, cifras, expertos; elementos todos ellos que resultan fríos y que provocan en el público no especializado una sensación de distancia, digamos de inferioridad. Un pensamiento de «esto no es para mí». El divulgador, el periodista, el comunicador profesional se empeñan en transmitir la información de la manera más acertada posible, pero sin simplificar en exceso. Elaboran metáforas, comparaciones, razonamientos para seguir paso a paso y permitir al lego vislumbrar la complejidad de muchos descubrimientos científicos.

Ese empeño, totalmente comprensible y necesario, resta mucha espontaneidad y «calor» a la comunicación científica. Como he comentado antes, la hace fría y a veces distante. Desde fuera se percibe más preocupada por la precisión que por establecer un puente con el público no especializado. Hay un tiempo para emocionar y otro para enseñar, que no tienen porqué ser simultáneos.

La importancia, enormidad y la sorpresa por el descubrimiento de las ondas gravitacionales ha hecho que esa contención haya sido sobrepasada por la emoción y eso ha sido bueno. Muy bueno.

Puede que Miquel no consiga transmitir lo que son las ondas, puede que yo no consiga entender lo que explica Neil o que otros muchos divulgadores han escrito, contado o mostrado en vídeos. No importa.

No tengo que saber qué son las dichosas ondas, no necesito saber cómo funciona el experimento que ha permitido detectarlas, ni siquiera tengo que acercarme a entender qué es el continuo espacio tiempo. Lo que necesito es emocionarme con esa investigación y ser capaz de vislumbrar la importancia del trabajo científico.

La ciencia necesita emocionar al comunicar. Necesita dejarse llevar, necesita transmitir alegría, rabia, emoción y sorpresa. Lo necesita para acercarse a la sociedad, para dejar de ser la parte «fría» de la cultura.

«Antes de irme a Estados Unidos le dije a mi padre: como detectemos esto habrá un Premio Nobel. Me dijo «Venga, venga, vas a tener tú la chiripa». Ayer me miró y me dijo ¡Qué barbaridad!”

Emocionemos con la ciencia. Como primer paso hacia el conocimiento.

Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 15 años de experiencia en el mundo de la televisión. Autora de los blogs: Cosas que (me) pasan y Pisando Charcos.

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