“La certeza filosófica de mundos no existe todavía porque no se ha establecido esta verdad por el examen de los hechos astronómicos que la demuestren; y se ha visto, hasta en estos últimos tiempos, escritores de nombradía encogerse de hombros impunemente al oír hablar de las tierras del cielo, sin que se haya podido replicarles con hechos, y clavarlos al pie de sus ineptos raciocinios” Camille Flammarion (La pluralidad de mundos habitados, 1862)
De esta manera se lamentaba el astrónomo Camille Flammarion de la nula certeza científica que en su época se tenía de la existencia de otros planetas en el Universo. El sabio francés, prolífico autor de obras que hoy bien podríamos considerar pura divulgación, fue un convencido defensor no solo de la posibilidad de otros cuerpos planetarios en el cosmos sino de la inteligencia y hasta de una amplia diversidad de civilizaciones que en ellos habitaban.
Hoy en día el catálogo de exoplanetas supera los cinco mil candidatos, de los que aproximadamente dos mil ya están confirmados, y sin embargo a muchos nos sigue resultando sorprendente que la duda de Flammarion persistiese durante más de un siglo.
Si tenemos en cuenta que hasta 1995 nos encontrábamos inmersos en la misma ignorancia que exasperaba a Flammarion, resulta irónico lo rápido que nuestra sociedad da por zanjada una cuestión milenaria y pasa a considerarla habitual, e incluso aburrida. Paradójicamente, el hecho de que casi a diario descubramos nuevos mundos ha dejado de fascinarnos y lejos de hacernos sentir como Colón o Amundsen, ha terminado convirtiéndose en una noticia marginal para webs especializadas.
En su obra “La pluralidad de mundos habitados” (1862) Camille Flammarion realiza un extenso recopilatorio sobre uno de los interrogantes que durante más siglos ha atormentado la curiosidad del hombre: ¿Existen otros mundos como el nuestro?
“Todo este universo visible, decía Lucrecio hace dos mil años, no es único en la naturaleza, y debemos creer que hay, en otras regiones del espacio, otras tierras, otros seres y otros hombres”. Con esta cita al filósofo romano comienza Flammarion su personal estudio histórico de la cuestión planetaria, revisando la pregunta que se hicieron antes que él figuras como Plutarco, Dante, Giordano Bruno, Galileo, Kepler, Voltaire, Jonathan Swift o posteriormente en nuestros tiempos el propio Carl Sagan.
En nuestros días no solo hemos dejado de asombrarnos por haber resuelto la gran duda de la pluralidad de mundos, sino que ya contamos con respuestas suficientes a la cuestión de la habitabilidad. De hecho hemos tenido que empezar a enumerar no solo los exoplanetas detectados, sino que hemos abierto un nuevo catálogo que aglutina los potencialmente habitables, en el que por cierto ya se pueden contar más de treinta firmes candidatos, once de ellos con un tamaño muy similar al de la Tierra.
Tampoco ha pasado tanto tiempo desde aquella primera detección oficial de un exoplaneta pero si un divulgador científico quisiera escribir hoy un artículo en un medio de comunicación sobre el descubrimiento de un nuevo mundo, su editor le recomendaría no hacerlo: ¿Otro exoplaneta? Eso ya no interesa. Seguro que recuerdan la escena de la película Apollo XIII en la que los astronautas tienen que ingeniárselas con ofrecer casi un espectáculo circense para entretener a las televisiones porque el simple hecho de viajar a la Luna, dos misiones después que Armstrong, ya no es noticia… No nos vayamos tan lejos: Si el artículo estuviese dedicado a las recientemente detectadas ondas gravitacionales, probablemente recibiría el mismo consejo de su editor.
No es cuestión de abrir botellas de champán por cada descubrimiento que nos llega, y más teniendo en cuenta que llegan a diario, pero de ahí a dejar de ser interesante en apenas unas semanas, hay un largo trecho.
Por mi parte, aún no tengo una opinión formada sobre si es buena o mala esta enorme capacidad de nuestra sociedad de dar por sentada la ingente cantidad de conocimiento que la ciencia y tecnología nos brinda cada día. Es posible que el mundo de la divulgación deba ir de la mano de la vertiginosa y abrumadora actualidad, que los descubrimientos de ayer deban dejar paso libre en las portadas a los de hoy, y que esa sea la mejor manera de lidiar con el tremendo aluvión de información que nos llega desde todas partes.
Eric Schmidt, director ejecutivo de Google durante más de una década, afirmaba que desde los inicios de la civilización hasta el año 2000 la Humanidad logró generar unos cinco exabytes de datos… En la actualidad esa impresionante cantidad de información se genera cada dos días, y es un proceso que va en aumento. Evidentemente, este ritmo acelerado de lo que ya muchos denominan infoxicación no invita demasiado a pararse, meditar o incluso disfrutar de la consecución de la respuesta a una pregunta milenaria.
En uno de los episodios de la segunda temporada de la excelente serie española El Ministerio del Tiempo ocurre una anécdota que puede ilustrar bien esta situación. El actor Hugo Silva interpreta el papel de “Pacino” un policía de los años ’80 que viaja al presente a través de una puerta temporal. A pesar de ser un salto de apenas unas décadas, se siente igual de desorientado y abrumado por la tecnología actual que Alonso de Entrerríos, un soldado de los tercios de Flandes en el siglo XVI. La velocidad a la que se ha movido la ciencia y la tecnología en los últimos años hace que personajes separados por siglos se queden fascinados de igual manera.
La metáfora que se me ocurre para esta cotidiana normalización de lo asombroso sería la de un tren de alta velocidad. Si estás sentado en él todo transcurre anodinamente y solo si lo contemplas quieto desde fuera podrás comprobar lo rápido que se mueve.
Ya es casi tradicional que cada mes de diciembre, los medios de comunicación publiquen un resumen con los avances científicos más destacados del año, acompañado irremediablemente de otro artículo posterior con los descubrimientos que se esperan en el siguiente. Sin tiempo apenas para respirar, asimilar y mucho menos entender lo conseguido, el lector y en muchos casos el divulgador, se ve arrastrado por el tsunami del “eso ya se publicó ayer y no interesa”.
Cuentan que en uno de los laboratorios del célebre Instituto Tecnológico de Massachusetts, para animar a los ingenieros a no detener sus investigaciones y para prevenir que se durmieran en los laureles del éxito, se había colgado en la puerta un cartel que decía: “Sí, ya sabemos que aquel tipo inventó el fuego… ¿pero luego qué más hizo?”
Seguramente deban ser los neurocientíficos quienes mejor puedan analizar esta extremada plasticidad de nuestra mente para asimilar el torrente de conocimiento sobrevenido que disfrutamos/padecemos en nuestros días. Quizá los filósofos, si aún existe esa profesión, sean más adecuados para desvelar los vericuetos de una sociedad ávida de su ración diaria y novedosa de descubrimientos y contrarrestarla con la paradoja de considerarlos menudos e insignificantes apenas tres días después de su anuncio. O es posible que sean los propios periodistas quienes finalmente deban plantearse si este modelo de aluvión informativo es el correcto.
Mientras eso ocurre, personalmente no puedo dejar de sentir fascinación al considerar que cuando yo nací la Humanidad no sabía realmente si existían otros mundos como el nuestro. Hoy contamos tantos y tan diversos planetas en el Universo que la cuestión de la pluralidad de los mundos que nos tuvo intrigados durante miles de años no es más que una nota marginal en el abarrotado trasiego de la actualidad.
Aun así, si en mi cascada informativa aparece la noticia de un nuevo planeta detectado soy incapaz de frenar mi curiosidad y hacer click en el enlace para descubrir cómo es.
Este post ha sido realizado por Javier Peláez (@irreductible) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
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La aburrida pluralidad de mundos habitados | articulo opinion | La Aldea Irreductible
[…] publicado hoy en el Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU, titulado “La aburrida pluralidad de mundos habitados“. Si quieres puedes leer el artículo completo en este […]
Miguel
Suscribo. Lo de la cantidad de información y lo del poco tiempo que la recordamos con su grado de importancia.
Apenas tengo tiempo de ponerme al día. Entra uno a leer un artículo como este, empieza a pinchar enlaces: que si el zika, que si las ondas gravitacionales, … Esos ya los había leído, pero he visto lo del flash y las obras de arte y he picado: abrir enlace en una pestaña nueva.
Hace tiempo que tomé la decisión de no seguir las series de televisión, la última fue House, y la del Mº del Tiempo me intriga, pero me mantengo firme.
Prefiero dedicar tiempo a la divulgación en vez de a la ficción.
Gracias a ustedes, tantos como son, por proporcionarme infinidad de contenidos, y , además, limpios de polvo y paja.
Tibu Sanchez
Muy interesante esto que se plantea, en parte creo que hoy en día existe información de más por la facilidad que se tiene de comunicarse y hacer «viral» cualquier tontería y aunado a esto, creo que la nueva generación y muchos otros que nos dejamos arrastrar, hemos caído en la comodidad de no filtrar nada, aceptar idioteces y subirnos en la ola de las modas; por ejemplo, un científico descubre la cura de una enfermedad mortal y sin embargo no se escucha casi nada de eso, al mismo tiempo un tipo ebrio se pone a bailar en un evento y cae de forma graciosa y eso lo vemos por todas partes… los niveles de lo que es aceptable y lo que no se han venido abajo, se están cambiando los conceptos de lo que es importante y lo que no es importante. Hoy en día es mas importante para muchos ir viendo el celular que el entorno que nos rodea y donde pisamos.
Santiago Roig Mafé
Generalmente, en los artículos o informaciones que dan cuenta del descubrimiento de un nuevo planeta potencialmente habitable, se minimiza el hecho de que la distancia a la que se encuentra (40 años-luz o más) hace casi totalmente inviable cualquier tipo de contacto con una eventual forma de vida que allí existiera. Quizá esta sea la causa de la indiferencia que se adueña de la opinión pública sobre estas informaciones científicas.