No sé en qué momento se decidió que la cultura es cosa “de letras”, y que si alguien sabe quién escribió determinada novela es una persona culta, pero conocer al autor de una importante teoría científica no cuenta. Sea como sea, la absurda división entre “cultura” y “otras cosas” parece seguir vigente hasta para quienes no estamos de acuerdo con ella, hasta el punto de que en esta página la cultura se apellida “científica” no solo como declaración de intenciones, sino también como una manera de reconocer que aún tenemos que romper esa barrera. Aunque en algunos ámbitos la barrera resulta bastante difusa.
Pongamos el ejemplo de J.R.R. Tolkien. Es difícil imaginar a nadie más “de letras”: sus aficiones eran fundamentalmente filológicas, era profesor de literatura medieval y se codeaba casi exclusivamente con lingüistas y escritores. Y, peor aún: su obra de ficción es el prototipo de la fantasía de “espada y brujería”, el no va más de lo que se denomina “frikismo”. Y sin embargo cuenta con una legión de aficionados en el mundo de la ciencia, hasta el punto de que se han publicado cientos (literalmente) de artículos científicos que mencionan al autor, sus personajes y su mundo fantástico, y la nomenclatura “tolkieniana” ha servido para bautizar genes y proteínas, nuevas especies animales y vegetales y rasgos geográficos que se extienden desde los fondos marinos del Atlántico hasta Titán, Caronte o Plutón.
Esta vena “friki” de la ciencia, que se extiende a otras obras literarias o cinematográficas, ha llegado hasta el extremo de convertirse en un tópico: si hace unos años los científicos aparecían siempre con su tradicional bata blanca, hoy es más habitual verlos vestidos con una camiseta de “Juego de Tronos” o de algún cómic de superhéroes.
Pero en relación a la cultura científica lo interesante es que el fenómeno también funciona a la inversa: desde la ciencia se ha empleado la obra de Tolkien para la divulgación prácticamente desde la aparición de “El Señor de los Anillos”, y sus personajes y su mundo se han empleado repetidamente para explicar conceptos de física, química, biología, geología, astronomía… Y, en nuestro entorno, divulgadores como José Manuel López Nicolás, Carlos Lobato o Sergio Palacios vienen empleando desde hace mucho a superhéroes, magos y elfos para enseñar y divulgar la ciencia.
Y, sin embargo, este terreno en común entre la ciencia y las “letras” choca con otra barrera: precisamente ese “frikismo”. No faltan científicos que fruncen el ceño cuando ven a divulgadores que “rebajan” su sacrosanta disciplina mezclándola con esas cosas. Y tampoco faltan quienes, desde el mundo literario, consideran que ese tipo de obras son despreciables, indignas de su atención. Que son, como dijo una vez un crítico, “populares”.
Porque lo bueno es que son precisamente eso, “populares”, pero no en el sentido de que su calidad sea ínfima (algo a menudo bastante discutible), sino sobre todo en el sentido de que se han extendido, se han popularizado.
Que es precisamente lo que pretendemos lograr con la divulgación científica, ¿no?
Y, por si fuera poco, estos temas “populares” sirven estupendamente para organizar una de esas emboscadas científicas en las que la divulgación sale al encuentro de un público que en principio no se interesa por ella: el año pasado, por ejemplo, la exposición “La Fortaleza del Anillo”, organizada por la empresa Esatur, y la convención anual de la Sociedad Tolkien Española, reunieron en Alicante a cientos de aficionados a la obra del autor británico. Y entre los actos de la convención los asistentes se encontraron con un pequeño evento de charlas al estilo Naukas Bilbao centradas en Tolkien y la ciencia. Nuestro “Naukien” fue por tanto una manera de aprovechar el poder de convocatoria de un acto literario y lúdico para ofrecer, además, una ración de buena ciencia.
Así que hagámoslo: colémonos en convenciones y actos de aficionados, y organicemos más eventos de “ciencia friki”. Y no hagamos caso de quienes digan que eso es “popular” o que se trata de mala literatura. Ellos se lo pierden.
Este post ha sido realizado por Fernando Frías (@FerFrias) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Iñaki
Muy interesante el artículo.
En una ocasión tras una conferencia de matemáticas una mujer se lamentaba de que algunas personas presumían de ser ignorantes en ciencias, pero que nadie presume de ser ignorante en letras. Estoy totalmente de acuerdo con dicha mujer. Yo creo que la dicotomía entre ciencias y letras (o humanidades) es totalmente falsa. Creo que ambas forman parte de un todo en común que es la CULTURA. Obviamente un concepto tan amplio no puede abarcarlo una sola persona de manera que aquí podría aplicarse la frase de Einstein cuando dijo que «todos somos unos grandes ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos de lo mismo». Creo que es tan valido el conocimiento en Física como el conocimiento en literatura.
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