Los museos y el efecto parque temático

Fronteras

Museo Geominero de Madrid
Museo Geominero de Madrid

Hace un mes encontré un artículo en Aeon Magazine con el sugestivo título de «Give natural history museums back to the grown-ups», lo guardé para leerlo más adelante y su momento llegó cuando en mi timeline de twitter saltó este tweet de José Cervera «Retiario».

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Tanto Brian Switek como José Cervera ponen encima de la mesa, con su artículo y su tweet, una reflexión sobre el camino que han tomado desde hace unos años los museos de ciencias y, a mi modo de ver, casi todos los espacios culturales. Hablo no sólo de museos de arte, historia o cualquier otra disciplina sino también de bibliotecas.

Hace 30 años ir a un museo consistía en pasear por las salas admirando los artefactos, animales, objetos u obras de arte expuestos y descifrar la mínima información que se mostraba en pequeñas cartelas dispuestas casi de manera aleatoria alrededor de vitrinas, pasillos, estanterías o paredes. Acudir a un museo era una experiencia contemplativa, admirativa, casi individual y silenciosa.

Poco a poco y empujados, por un lado, por la necesidad de conseguir ingresos más allá de las subvenciones y, por otro, por el auge de una corriente de pensamiento que enfatiza la «comunicación» como un valor absoluto. Los centros culturales, los museos y las bibliotecas comenzaron a desarrollar políticas y estrategias para «atraer al público», para «hacer más atractivo su contenido» y para «comunicar lo que se investiga, muestra, conserva».

¿Fue un error? ¿Una equivocación? No. Para nada. Todos recordamos museos en los que nuestra curiosidad ante una vitrina, un cuadro, una escultura, un dinosaurio o cualquier otra cosa, se encontraba huérfana al no existir apenas información que ampliara lo que simplemente veíamos. Todos hemos descifrado cartelas con letras minúsculas con un texto muchas veces carente completamente de sentido para el visitante. Ya casi no lo recordamos pero hace 30 años tampoco existían los planos, ni los folletos explicativos a la entrada, ni las tiendas, ni las librerías y cuando salías del museo lleno de imágenes y de ideas te ibas a casa y no había internet. Había que buscar libros, preguntar a tus padres o profesores e intentar conseguir de alguna manera información sobre lo que te había llamado la atención. La experiencia era prácticamente igual si eras un niño o un adulto.

Los museos fueron modernizándose poco a poco. Se iluminaron (esto es algo que casi nadie percibe conscientemente pero el cambio en la iluminación ha sido muy importante), se reordenaron con criterios más modernos, se amplió la información con nuevas cartelas y paneles. Se repensó todo el flujo de visitantes con recorridos temáticos o por edades y, en definitiva, se hizo un esfuerzo para intentar que el saber que se guarda en los museos fuera un poco más accesible a la sociedad en general y no sólo a los expertos.

Empleando una metáfora un poco cursi podríamos decir que los museos estaban un poco muertos, fosilizados y empezaron a revivir. Y eso ha sido bueno para todos, para los museos y para el público en general.

Brian Switek en su artículo en Aeon se pone, a mi juicio, muy tremendista en su valoración sobre los museos de ciencias naturales convertidos en parques de juegos para niños pero lleva mucha razón en el fondo de su crítica.

Los museos en el siglo XXI se han convertido en lugares a los que el público acude esperando que sean una especie de parques temáticos creados para entretener, pero esto pasa con casi todo ahora mismo en nuestra sociedad. Hemos dejado de lado la reflexión o la contemplación atenta para buscar el entretenimiento y el bombardeo sensorial. Ahora todo tiene que ser «experiencias».

Imagen de la exposición "Tyrannosaurus rex", en el Parque de las Ciencias de Granada
Imagen de la exposición «Tyrannosaurus rex», en el Parque de las Ciencias de Granada

La necesidad de convertirse en «algo molón» que cubra ese requerimiento de la sociedad y la competencia del mundo virtual (del que ya hablamos en otro post) ha llevado a los museos a caer en el síndrome del parque temático, al que ya habían sucumbido hace unos años los cascos históricos de muchas ciudades. Se piensan las actividades, las exposiciones, los recorridos, los paneles, los folletos como algo que por encima de todo debe ser lúdico, entretenido y llamar la atención. Esto es especialmente flagrante en los museos de ciencias pero lo es también en los museos de arte o en las bibliotecas, convertidas muchas veces en circos de tres pistas con actividades que, a veces, solo tienen una relación muy muy tangencial con el mundo de la lectura. Estamos consiguiendo aniquilar el intrínseco deseo de saber del hombre masacrado por la necesidad del entretenimiento, por el pensamiento de que todo tiene que ser fácil, incluida la adquisición del conocimiento y la cultura.

El espíritu del artículo de Brian y el tuit de Jose es un recuerdo nostálgico de esos museos de su (nuestra infancia) como templos de recogimiento y silencio a los que iban (íbamos) a pasear en silencio, sorprenderse y la mera contemplación de los objetos los sumía en un mar de preguntas que les hacía querer saber, preguntarse cosas.

Esos museos ya casi no existen. Desde luego ya no son templos de recogimiento, el silencio suele ser escaso y todo parece diseñado para proporcionarte tanta información de golpe que resulta casi imposible asimilarla, absorberla e incluso llega un momento en que ni se percibe.

La gente sale entretenida de los museos pero ¿han aprendido algo?

Creo que la diversión, el entretenimiento y la interacción son valores positivos que pueden y, creo, que deben tenerse en cuenta en casi cualquier actividad cultural pero no pueden ser los fines últimos de una visita a un museo, una exposición o una biblioteca.

Es posible que hayamos pasado de un extremo al otro con demasiada rapidez. Que de unos museos casi mausoleos hayamos pasado a museos parques de atracciones por un simple efecto rebote y, quizás, ha llegado el momento de plantearse conseguir un término medio.

Los museos, las bibliotecas, las exposiciones no deben ser lugares a los que acudir en busca de un entretenimiento o una diversión. Como dice Switek en su artículo, el verdadero valor de los museos está no en la diversión o entretenimiento que proporcionan sino en el hecho de que lo que podemos contemplar en ellos solo podemos verlo ahí: un dinosaurio, un cuadro, un trozo de meteorito, un microscopio del siglo XIX. Los museos son custodios y guardianes de objetos únicos cargados de conocimiento.

Un museo o una biblioteca puede ser una experiencia fabulosa para cualquiera y también para un niño sin necesidad de que le asalten pantallas, disfraces y actividades varias. La simple interacción con los padres en la contemplación y en el intercambio de preguntas puede activar su curiosidad y hacer que recuerde esas visitas como ocasiones especiales. Y lo mismo ocurre con los visitantes adultos.

Vayamos a los museos.

«Bring your questions. Bring your patience. Bring your expectation that the museum provides safe spaces where fascination can take root at its own place».

Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 15 años de experiencia en el mundo de la televisión. Es autora del blog Cosas que (me) pasan y responsable de comunicación de Pint of Science España.

1 comentario

  • Avatar de Manuel López Rosas

    Los museos han sido, considerados en ocasiones extensiones o ampliaciones del sistema educativo laico, noción que todavía comparto.

    Será conveniente discernir con suficiente atención acerca de las transformaciones de intencionalidad y orientación al público en que nos propone reflexionar la nota.

    Muy asertivo planteamiento, ya que el mundo entero como un sitio diversión y entretenimiento es una de las tendencias que pesan fuertemente con la intensa aplicación de los dispositivos electrónicos digitalizados.

    Va mi reconocido agradecimiento a Ana Ribera por aportar sus interesantes comentarios, diversifica el blog.

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