Los últimos de la clase

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El texto que sigue es una traducción libre de un artículo de opinión de MacGregor Campbell publicado por New Scientist la semana pasada (nº 2898 de 5 de enero). Lo hemos incluído aquí por su interés. A continuación se incluyen unas observaciones al artículo a cargo de Juan Ignacio Pérez.

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Las matemáticas y la ciencia son tan esenciales para las economías modernas como el carbón lo era para la revolución industrial. Por esa razón, cuando los resultados de los tests internacionales muestran que los escolares occidentales quedan por detrás de los de Singapur y Japón, se disparan todas las alarmas.

Los últimos resultados que han causado preocupación proceden de la prueba TIMSS (Trends in International Mathematics and Science Study). Esa prueba consiste en unos tests que se pasan cada cuatro años en más de 50 países a estudiantes de 9-10 años y de 13-14 años de edad. Los resultados, publicados el mes pasado, muestran que los estudiantes de 13 años del Reino Unido, Estados Unidos y Australia siguen siendo descorazonadores. En matemáticas, por ejemplo, los estudiantes de 13 años fueron superados por los de Corea del Sur, Singapur, Taiwan, Hong Kong, Japón y Rusia. Y los resultados en ciencias fueron muy similares. A la publicación de los resultados siguió la consiguiente secuencia de llanto y crujir de dientes. El Secretario de Educación de los EEUU, Arne Duncan, “se lamentó de que haya unos cuantos países que nos superan en educación…. Si nosotros, como nación, no le damos la vuelta, pronto nos superarán en una economía global basada en el conocimiento”. Kevin Donnelly, director del Education Standards Institute de Australia, dijo que los resultados demostraban que el sistema de educación había adquirido “forma de pera”.

Sin embargo, hay razones para pensar que esas preocupaciones no están justificadas. En primer lugar, aunque los resultados no sean los mejores del mundo, están lejos de ser terribles. Todos están por encima de la media, y son mejores que los de otros muchos países desarrollados. En lo relativo a los Estados Unidos, al menos, se enmarcan en una tendencia de prolongada mejora. En el primer examen internacional de matemáticas, realizado en 1964, los Estados Unidos quedaron los segundos por la cola.

En segundo lugar, esa conexión, -dictada por el sentido común-, entre los resultados de los tests y el éxito económico futuro no es necesariamente válida. En lo que a países desarrollados se refiere, hay escasa evidencia de que los registros de la prueba TIMSS estén correlacionados con las medidas de prosperidad o de éxito futuro. Y lo mismo cabe afirmar de un programa similar, el Program for International Student Achievement (PISA).

En 2008, Christopher Tienken, entonces en Rutgers University, New Jersey, comparó los resultados de la prueba TIMSS de 1995 con el Growth Competitiveness Index de 2006-2007. Ese índice fue diseñado por el World Economic Forum para medir la salud futura de la economía de los países. No encontró relación alguna (estadísticamente significativa) para los países desarrollados. Tienken, en Seton Hall University (South Orange, New Jersey) en la actualidad, ha realizado un análisis similar con los datos de matemáticas de la prueba PISA de 2003, relacionándolos con el PIB per capita de 2010 y con el Growth Competitiveness Index de 2010-2011. El estudio, que será publicado en abril, tampoco ha encontrado ninguna relación estadísticamente significativa.

Los estudios citados hacen que TIMSS y PISA parezcan irrelevantes. Pero podría ser incluso peor. En muchos casos, altas puntuaciones en esos test se correlacionan con fracaso económico. Los estudiantes japoneses, por ejemplo, siempre han estado cerca de los registros máximos en TIMSS. En principio, lo lógico sería que esos estudiantes de altos vuelos impulsasen, a su vez, una economía de altos vuelos. Sin embargo, la economía japonesa se ha estancado durante las décadas de los noventa y dosmil. Es posible que no haya conexión causal, pero esa misma correlación negativa se ha observado en otros casos. En 2007, Keith Baker, del Departamento de Educación norteamericano, comparó los resultados de matemáticas de 1964 con varios indicadores de éxito nacional unas décadas después. Baker encontró relaciones negativas entre los resultados de matemáticas y varios indicadores de prosperidad y bienestar: riqueza per capita en 2001, crecimiento económico entre 1992 y 2002, e Índice de Calidad de Vida de la ONU. Baker concluyó que las clasificaciones internacionales de éxito carecen de interés (aquí). Un análisis más reciente de 23 países encontró una relación negativa significativa entre los resultados PISA 2009 y las medidas de capacidad emprendedora percibida, -que publica el Global Entrepreneurship Monitor’s-, que indican el porcentaje de personas de un país que cree que podría empezar un negocio.

Con tantos indicadores que muestran una relación negativa, quizás sea necesario reconsiderar el modo en que se interpreta el éxito o fracaso en los registros educativos internacionales. Tienken sostiene que “si creemos que esos tests nos dicen realmente lo bien o mal que lo está haciendo un país, y si consideramos a determinadas personas responsables de ello, entonces, muy probablemente esas personas se centrarán en lo que va a ser testado, y descartarán todo lo demás”. Esto es especialmente relevante para el Reino Unido, donde su Secretario de Educación, Michael Gove, ha justificado algunas de sus controvertidas reformas haciendo referencia al nivel educativo del país en el contexto internacional.

Quizás debiéramos pensar que en una economía global, en la que las respuestas a casi todas las preguntas estándar están a unos pocos tecleos de distancia en el samrtphone, habilidades como la creatividad y la iniciativa serán las verdaderas impulsoras de la prosperidad. Ninguno de esos rasgos pueden medirse fácilmente mediante tests. Mientras los tests consumen un tiempo educativo, atención y dinero preciosos, los rasgos anteriores son excluídos. Yong Zhao, un investigador en educación de la University of Oregon, en Eugene, que encontró la relación negativa entre los resultados en PISA y el emprendimiento, dice que “los tests estandarizados recompensan la capacidad para encontrar respuestas a cuestiones preexistentes, pero es más importante encontrar las cuestiones”.

Debemos seguir promoviendo la importancia de las matemáticas y la ciencia, pero fijarse en los tests internacionales como una forma de alcanzar eso podría resultar contraproducente.

MacGregor Campbell es asesor de New Scientist radicado en Portland, Oregon, y fue profesor.

Observaciones a «Los últimos de la clase»

El artículo de MacGregor es interesante porque, de estar en lo cierto, deberíamos quizás dejar de participar en las pruebas diagnósticas internacionales. Se me ocurren, no obstante, algunas observaciones a los argumentos ofrecidos en el artículo.

  1. Habría que hacer estudios más completos, en diferentes países y utilizando diferentes indicadores del progreso o bienestar de un país o, incluso, de su tasa de variación, para poder alcanzar alguna conclusión fiable.
  2. En Japón, uno de los países utilizados como ejemplo de la ausencia de relación positiva entre resultados en ciencia y matemáticas por un lado, y crecimiento económico por el otro, las circunstancias económicas han sido muy especiales, pues han venido marcadas por la explosión de la burbuja inmobiliaria de hace 20 años y el estancamiento económico en las dos décadas siguientes.
  3. Además de la calidad del capital humano, hay otros factores clave en la competitividad de un país. La innovación lo es, y los Estados Unidos tienen en ese terreno una cultura muy potente, que bien puede compensar los efectos negativos que pudiera ejercer la escasa preparación científico-matemática de su gente. Además, los EEUU (el Reino Unido) reciben de manera permanente miles de jóvenes de todo el mundo con una extraordinaria motivación y formación.
  4. No hay datos que permitan generalizar a otros países las conclusiones obtenidas para los países anglosajones considerados. El nuestro puede no obedecer a la misma lógica.
  5. Sin embargo, podría ocurrir que hubiera cierta incompatibilidad entre el cumplimiento de ciertos estándares formativos exigentes y el estímulo (o al menos falta de estímulo negativo) a la ceatividad. Este es un aspecto de la cuestión que merecería ser investigado.

En definitiva, y resumiendo, el artículo de MacGregor Campbell pone encima de la mesa un tema interesante en relación con el sentido, utilidad y conveniencia de la realización de pruebas internacionales de formación científica y matemática del tipo de TIMSS y PISA. Es importante que la cuestión se estudie puesto que, aunque aprecio debilidades en los argumentos y conclusiones expuestos por el autor, puede que haya elementos que objetivamente, avalen sus reservas.


El autor de estas observaciones es Juan Ignacio Pérez, responsable de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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