El papel de la insulina en la enfermedad de Alzheimer

Naukas

Corte frontal de un cerebro sano (izquierda) y con alzhéimer (derecha) | Fuente: Wikimedia Commons
Corte frontal de un cerebro sano (izquierda) y con alzhéimer (derecha) | Fuente: Wikimedia Commons

A pesar de que se desconozca aún el origen último de la enfermedad de Alzheimer, uno de sus signos evidentes es la acumulación de ciertas proteínas (beta-amiloide y tau) en el cerebro. Pero cada vez hay más pruebas de que la hormona insulina también juega un papel importante. Entre estas pruebas está la asociación en ambas direcciones entre la diabetes tipo 2 (DT2) y la enfermedad de Alzheimer (EdA), y el aumento de riesgo de padecer EdA a los tres años de que se diagnostique resistencia a la insulina.

The Dana Foundation ha publicado recientemente las principales ideas aportadas en un simposio sobre la relación entre insulina y EdA celebrado el pasado mes de abril en la Academia de Ciencias de Nueva York (EE.UU.).

El que existe una relación, como hemos dicho, entre resistencia a la insulina y alzhéimer es algo sobre lo que hay bastante consenso. Ahora bien, a la hora de responder a las dos preguntas fundamentales, el consenso se evapora. Estas preguntas son: ¿Es la EdA básicamente una diabetes del cerebro en la que lo que falla en última instancia es la capacidad para usar la glucosa? O ¿es más bien una cuestión de los procesos de señalización de la insulina no relacionados directamente con la gestión de la energía?

Para que nos hagamos una idea de la complejidad de las respuestas consideremos que algunos de los participantes en el simposio han llegado a sugerir que tanto la insulina como la beta-amiloide se degradarían mediante la misma enzima, lo que implicaría que mucha o poca insulina en el cerebro podría afectar a la eliminación de la beta-amiloide y promover por tanto su acumulación.

El simposio también ha puesto de manifiesto que aún no se tienen claros ni los mecanismos, ni las moléculas implicadas. Los intervinientes han visto necesario describir recurrentemente qué entienden por EdA desde el punto de vista biomolecular. Eso sí, ha aparecido frecuentemente la idea de que podría ser una posibilidad que los fármacos actualmente aprobados para la diabetes podrían ser beneficiosos para la EdA.

Insulina | Fuente: Wikimedia Commons
Insulina | Fuente: Wikimedia Commons

La exposición de Konrad Talbot de la Universidad de Pensilvania viene a resumir las posiciones más frecuentes [lo que no significa que sean correctas necesariamente] entre los investigadores. Talbot describe las principales características de la EdA como una progresión que empieza por algo que provoca la acumulación de beta-amiloide soluble y termina en la decadencia cognitiva. Los pasos intermedios incluirían la activación de las glías, la liberación de citoquinas, la disfunción sináptica, la formación de agregados y la muerte neuronal.

Para Talbot la insulina estaría en medio de todos estos cambios: “Virtualmente todas las funciones alteradas en la EdA están afectadas por la señalización de la insulina […] la eliminación de la beta-amiloide, la supervivencia celular, el control inflamatorio, el metabolismo de los lípidos, la función vascular, la formación de sinapsis y la plasticidad”. Y aún más tajantemente: “Cualquier cosa que pueda interrumpir la señalización de la insulina puede contribuir a la patología que se asocia con la EdA”.

Cuando hablamos de insulina en el cerebro solemos pensar en insulina producida en el páncreas y que cruza la barrera hematoencefálica mediante un transportador. Sin embargo mucha de la insulina implicada en estos procesos se produce en el mismo encéfalo y no en el páncreas. Parece existir una reserva independiente, según Talbot: “Puedes aumentar o disminuir los niveles de insulina en plasma [en el cuerpo] en cantidades enormes, que no tendrá efecto en los niveles de insulina del encéfalo”. Y añade “la resistencia a la insulina […] es a insulina local”.

Pero la cosa se complica un poco más. Suzanne de la Monte, de la Universidad Brown, una de las pioneras en el estudio de la relación entre insulina y EdA, enfatizó la complejidad de los procesos que unen resistencia a la insulina y EdA y sugiere que un nuevo conjunto de moléculas tiene un papel importante en ella: las ceramidas (un tipo de lípidos) tóxicas.

De la Monte señala que existe una asociación entre la resistencia a la insulina periférica, como la que se ve en la obesidad, el síndrome metabólico o la DT2, y la producción de ceramidas, que promueven la inflamación, el estrés oxidativo, la muerte celular, a la vez que inhiben la señalización de la insulina. Estos lípidos tóxicos pueden cruzar la barrera hematoencefálica y los encéfalos de las personas con EdA también producen sus propias ceramidas.

Oiremos y leeremos mucho en el futuro sobre la relación entre DT2 y EdA. Baste por ahora saber que la relación entre resistencia a la insulina y EdA está ahí y que en un mundo donde cada vez más el sedentarismo y la obesidad son epidémicos la siguiente reflexión de de la Monte añade un punto más de alarma, si cabe:

La resistencia a la insulina en el resto del cuerpo y en el encéfalo están asociadas, pero no unidas irremediablemente. La EdA aparece en personas sin diabetes y viceversa. […] Pero creo que la DT2 está disparando las tasas de EdA: los pacientes con EdA de bajo nivel se ven empujados a la enfermedad clínica.

Sólo cambios de hábitos vitales (difíciles e improbables a nivel general) y la inversión en investigación básica (la ruta más segura) podrán poner coto al alzhéimer y a los altísimos costes, personales y sociales, que conlleva.

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Este post ha sido realizado por César Tomé López (@EDocet) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

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