Los primates tenemos características que nos diferencian de forma notable del resto de mamíferos placentarios. Crecemos más lentamente, dedicamos menos recursos a la reproducción en términos absolutos, y somos más longevos. En resumen, tenemos ciclos de vida más lentos. Y no sabemos a qué obedecen esos rasgos que nos diferencian o, mejor dicho, no lo sabíamos.
Hasta ahora se pensaba que sería lógico que las características del ciclo de vida se relacionasen, de algún modo, con la actividad metabólica. Al fin y al cabo, cuanto mayor es esa actividad, la producción de nuevos tejidos –somáticos o reproductivos- , así como las actividades de reparación y renovación celular habrían de ser más intensas. Esto supone que las tasas de crecimiento serían más altas, y el daño celular causado por un metabolismo más activo sería también mayor, con lo que el animal envejecería y moriría antes. Sin embargo, no se habían obtenido datos experimentales que respaldaran esa cadena causal.
Pero quizás la ausencia de pruebas obedecía al hecho de que los investigadores no habían dirigido su atención a donde debían hacerlo. Para valorar la actividad metabólica, el indicador que se utilizaba era la tasa metabólica basal (BMR por sus siglas en inglés), que es la que se determina en condiciones de mínima actividad, y que se supone corresponde a los procesos de mantenimiento de los sistemas orgánicos. Pero es posible que la tasa basal no sea el indicador más adecuado del gasto metabólico, sino que haya que acudir al gasto metabólico total (TEE por sus siglas en inglés) para evaluar correctamente esta cuestión. Aclaremos que el gasto metabólico total incluye, en lo esencial, dos componentes, el gasto basal –al que se ha hecho mención ya- y el derivado de la realización de otras actividades no relacionadas con los procesos metabólicos de mantenimiento básicos. Incluiría, por lo tanto, el gasto derivado de las actividades de biosíntesis orientadas a sostener el crecimiento somático, la síntesis de materiales reproductivos, las tareas de reparación celular y el desarrollo de actividades físicas.
Pues bien, un trabajo publicado el pasado mes de enero en PNAS presenta los resultados de una investigación en la que han recopilado toda la información relativa al gasto metabólico total y al gasto basal que hay en la literatura científica, tanto para primates como para el resto de mamíferos euterios (placentarios). Y los resultados han sido espectaculares.
Si se descuenta el efecto de la masa corporal, los primates tenemos un gasto metabólico total que viene a ser la mitad del de los demás mamíferos placentarios. La única excepción en que el gasto de un primate es algo superior al de mamíferos euterios de similar tamaño es el lémur ratón, Microcebus murinus, pero se da la circunstancia de que este es el único que entra en letargo metabólico de forma regular; y si se computase el metabolismo durante el letargo, tampoco, el metabolismo promedio sería también inferior al de los placentarios de similar masa.
Para que nos hagamos una idea de lo que significa esa diferencia, si los primates tuviésemos un gasto total equivalente al de cualquier otro euterio, tendría que elevarse nuestra actividad hasta niveles desconocidos. Los hadza, cazadores-recolectores africanos, tendrían que correr una maratón diaria, además de lo que ya andan y corren habitualmente, y los chimpancés tendrían que desplazarse 48 km por día, diez veces más de lo que hacen habitualmente. Además, estos datos no varían porque los monos estén en cautividad o en libertad, del mismo modo que el gasto total es similar en los hadza y en los ejecutivos neoyorquinos.
No, no se trata de que los demás mamíferos placentarios sean animales muy activos y los primates seamos perezosos por naturaleza. Más que una diferencia en el nivel de actividad, los datos apuntan a una diferencia metabólica esencial, una reducción sistémica en el metabolismo celular de los primates por comparación con el resto de mamíferos euterios. La diferencia metabólica sería, seguramente, general, y afectaría a todos los tejidos. Esto puede resultar chocante, ya que como se ha dicho antes, el metabolismo basal es muy similar en unos y en otros, pero eso quizás obedezca al elevado coste de mantenimiento de los encéfalos en los primates, ya que los tenemos de mayor tamaño, y eso hace que tengamos que gastar más en su mantenimiento. En definitiva, resulta que los primates sí tenemos un gasto menor que el resto de euterios, incluso aunque el metabolismo basal sea muy similar.
Por lo tanto, dado que ni el metabolismo basal ni la actividad física pueden estar en la base de las diferencias en el gasto total, dichas diferencias han de deberse a una menor actividad metabólica relacionada con los procesos de biosíntesis. Y esa es, muy probablemente, la respuesta al enigma de nuestros ciclos de vida lentos. De hecho, si se representan los valores de tasas de crecimiento y tasa de reproducción (actividades de biosíntesis) frente a los correspondientes valores de gasto energético total, las relaciones son únicas para todos los mamíferos placentarios. Esto es, no se aprecian diferencias entre los primates y el resto.
Las diferencias en las tasas de gasto metabólico total también parecen explicar las distintas duraciones de la vida. Si la senescencia es el resultado de la acumulación de daños metabólicos, la mortalidad debería subir al aumentar el metabolismo. Si se asume que el número de células por gramo de tejido es constante para el conjunto de especies, entonces la tasa metabólica celular y, por ende, la tasa de mortalidad debieran ser proporcionales al gasto energético total por unidad de masa. Y lo son.
En síntesis, es muy posible que los primates hayamos desarrollado un metabolismo mucho más bajo que el resto de mamíferos placentarios y que ese inferior metabolismo sea, en última instancia, el responsable de que crezcamos más lentamente, nos reproduzcamos menos y seamos más longevos. Y de ser así, quizás parte del éxito evolutivo de nuestro grupo obedezca a que podemos vivir con menos recursos que el resto de los mamíferos. El precio que pagamos por ello es que debemos dedicar una mayor atención a nuestra prole, pues nuestros vástagos tardan más en crecer y, además, tenemos menos descendencia.
Referencia:
Pontzer H., Raichlen D.A., Gordon A.D., Schroepfer-Walker K.K., Hare B., O’Neill M.C., Muldoon K.M., Dunsworth H.M., Wood B.M. & Isler K. & (2014). Primate energy expenditure and life history, Proceedings of the National Academy of Sciences, 111 (4) 1433-1437. DOI: 10.1073/pnas.1316940111
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez es catedrático de Fisiología en la UPV/EHU y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de esta universidad.
josemi merino
Juan Ignacio, la verdad es que estaba un poco hambriento de «ciencia» por estar rodeado de pseudociencias, se ve que me ha tocado. Soy también biólogo y últimamente me atrae mucho la antropología y comportamiento humano como mamíferos que somos. Así que este artículo me ha fascinado, gracias por la divulgación. Es apasionante estudiar muchos comportamientos humanos a la luz de la biología, pero no parece que se haya investigado todavía suficientemente.
Un cordial saludo.
Juan Ignacio Pérez
Muchas gracias por tus palabras.
Quizás te interese este otro sitio en el que escribo: http://www.blogseitb.com/cienciayhumanismo/
itziar laka
Gracias Iñako, por una interesante, clara y precisa entrada, ojalà la prensa dominical fuera más asi. Eskerrik asko!