Durante los últimos años la atención de los astrónomos se ha centrado en un curioso fenómeno observado en el planeta Marte. (…) Nuestro conocimiento de la superficie de Marte cambió cuando en 1877 el profesor italiano Schiaparelli descubrió lo que ahora conocemos como “canales”. Los continentes de Marte están recorridos por líneas, algunas gruesas, otras difusas, a veces muy oscuras, otras veces grises o brillantes. Estas líneas parecen comunicarse entre sí y parecen formar una especie de red que se distingue con dificultad al telescopio. En algunas regiones, estos canales parecen volverse sinuosos, como si se tratara de grandes ríos. (…) Se ha propuestos que estos canales son en realidad ilusiones provocadas por defectos en el telescopio o por las peculiaridades de la atmósfera. Sin embargo, otros observadores han confirmado sustancialmente los resultados de Schiaparelli, utilizando otros instrumentos, por lo que el escepticismo debe abandonarse necesariamente.
Scientific news for general readers (1888).
¿Quién no ha oído hablar de los canales de Marte? Pocas veces un error de traducción, y las limitaciones en el uso de un instrumento científico, en este caso los telescopios de finales del siglo XIX, han dado tanto juego.
Muchas narraciones de ciencia ficción y películas han basado su argumento en la existencia de una agonizante civilización marciana que, desesperadamente, trataba de conducir el poco agua que quedaba en el planeta rojo hacia las áreas pobladas por medio de gigantescos canales. La humanidad observaba esa agonía desde sus novísimos observatorios astronómicos, con una mezcla entre el asombro y el temor a una invasión marciana, que finalmente llegó en forma de novelas, ahí tenemos a H.G. Wells, y de dramatizaciones radiofónicas, como la también célebre de Orson Welles.
Bien, todo eso es muy conocido y ha pasado a formar parte de la cultura popular pero, ¿cómo se inició todo? Veamos someramente cómo se montó el gran lío de los canales marcianos que, tal y como hemos podido comprobar con nuestras sondas espaciales, nunca existieron.
A la gente le suele atraer lo misterioso, lo enigmático y, por qué no decirlo, las historias que den un poco de miedo. La fascinación que a finales del siglo XIX ejerció Marte en muchas personas constituye un caso que ha sido estudiado desde muchos puntos de vista, desde el antropológico al puramente literario. Marte y los marcianos se convirtieron en elementos de gran importancia en la cultura del cambio de siglo, hasta tal punto que todavía hoy su influencia se deja sentir.
Viajemos a la Italia de 1835. En marzo de ese año vino al mundo Giovanni Virginio Schiaparelli, quien llegaría a ser astrónomo muy conocido en su tiempo, con gran cantidad de valiosos trabajos a sus espaldas pero que, sin embargo, alcanzó la mayor de las famas por el caso de los canales marcianos. Schiaparelli era un tipo inquieto y apasionado. Estudió arquitectura e ingeniería, e incluso se metió a político, pero lo que más le atraía era la astronomía.
Durante años visitó los mejores observatorios europeos para aprender de maestros como el alemán Johann Encke y, con el tiempo, fue haciéndose un hueco en la astronomía italiana hasta llegar en 1864 a la dirección del observatorio de Brera, en Milán, fundado en 1764 y que todavía se encuentra en activo. Fue en este lugar en el que, a lo largo de la oposición de Marte de 1877, realizó Schiaparelli sus primeras observaciones de los canales marcianos (en 1858 el astrónomo italiano Angelo Secchi ya había utilizado la palabra “canale”, singular de “canali”, para nombrar una mancha que había anotado en algunas de sus observaciones de Marte, sin ninguna intención de referirse a algo artificial).
Schiaparelli describe en sus notas y dibujos sobre Marte toda una red superficial de “canales”. Bien, ahí estaba el principio del lío. Al principio no llegó muy lejos aquel trabajo, conocido por sus colegas astrónomos más cercanos y poco más, pero quiso el destino que, años más tarde, se tradujera al inglés uno de sus textos, acompañado de un atractivo mapa marciano repleto de líneas con sugerentes nombres mitológicos, para que se despertara el delirio. En el original, Schiaparelli utilizaba la palabra italiana “canali” (canales), que describía correctamente lo que el astrónomo decía haber observado, unas líneas difusas sobre Marte que bien podrían ser naturales. En inglés se tradujo como “canals”, algo de indudable origen artificial.
Ciertamente, las observaciones de Schiaparelli no eran muy finas, allá donde sus ojos creían ver una estructura, su mente rellenaba los huecos dudosos y de aquella ilusión óptica surgieron los famosos canales. Luego, el “falso amigo” en la traducción al inglés hizo el resto. Apareció la idea de los canales creados por una civilización marciana y osados astrónomos norteamericanos, como Percival Lowell, lucharon durante años para lograr imponer su idea de Marte. Realmente lo logró, porque aunque los canales realmente no existían, todas las elucubraciones de Lowell alimentaron la ciencia ficción de la primera mitad del siglo XX. Aunque tempranamente surgieron voces autorizadas que identificaron correctamente que todo aquello había sido fruto de un error de observación, y luego de traducción, en la prensa y en el imaginario popular lo que caló en la prensa de todo el planeta era la idea de los marcianos, de sus grandes obras hidráulicas y de una posible invasión.
El tema de las ilusiones ópticas fue tomado poco en serio durante años, a fin de cuentas, ¿no había sido confirmada la presencia de los canales por otros astrónomos? Por increíble que parezca, hubo quien afirmó haber visto lo mismo que Schiaparelli, e incluso más, y Marte se llenó de canales y hasta de carreteras.
Cuando uno desea ver algo con toda ilusión, a veces termina por verlo. A pesar de las críticas de muchos astrónomos, que no veían en Marte nada parecido a lo que aparecía en los dibujos de Schiaparelli, otros siguieron dando vida a la civilización de los marcianos, sedienta y agonizante, construyendo inmensas obras hidráulicas. Nótese que nos hallamos en la época de los grandes canales artificiales en la Tierra. Suez y Panamá aparecían en la prensa cada poco, por lo que el concepto de canal como supremo esfuerzo de ingeniería, aunque en el caso marciano fuera para transporte de agua, era muy popular.
Bien, tenemos agua, canales y marcianos. ¿Qué nos falta? Como se menciona en el texto de 1888 que he traducido en la cabecera de este artículo, si otros han visto los “canales” de Schiaparelli, debe ser porque están ahí realmente, ¿no es así? El delirio marciano llegó mucho más allá cuando el propio Schiaparelli en sus observaciones de Marte realizadas entre 1881 y 1882 afirmó haber descubierto que muchos de los canales parecían estar formados por líneas dobles. Otros confirmaron la observación, llegando más lejos, describiendo áreas oscuras que cambiaban con las estaciones marcianas, lo que era sin duda un indicio de cultivos, cosechas y gran actividad agraria. Nuevamente las tareas humanas eran proyectadas hacia los supuestos marcianos.
A modo de ejemplo de ese extraño “efecto contagio” que tenía el asunto de los canales, cabe mencionar al astrónomo francés Henri Joseph Anastase Perrotin, descubridor de varios asteroides, que desde el observatorio de Niza afirmó contemplar también algo maravilloso en Marte. El bueno de Perrotin se alió con las opiniones del italiano al afirmar que un continente dibujado por Schiaparelli en sus mapas, y al que llamó Libia, era real y no sólo una ilusión. La tierra de Libia, rodeada de océanos, había sido desmentida por otros astrónomos anteriormente. Con Libia redescubierta, se llegó a decir que dicho supuesto continente no había sido observado durante un tiempo porque se había inundado con el agua transportada por los canales desde el polo. Las observaciones se fueron acumulando. Muchos no lograban ver nada, otros intuían líneas y manchas, pero sin llegar a poder crear mapas. Finalmente, estaban los que veían de todo, canales, líneas dobles, cambios estacionales de color como indicación de presencia de vegetación y hasta lagos que crecían y menguaban con el tiempo. Llegados al siglo XX, fue quedando claro que todo se debía a una ilusión óptica, pero el mito de los canales marcianos tardó en desdibujarse.
El alcance del gran lío de los canales de Marte llegó a todas partes. En España la prensa mencionó abundantemente la cuestión durante décadas. He aquí, un ejemplo acerca del tratamiento en la prensa española del enigma marciano en plena fiebre de los canales. Así, en el número 152 de 1883 del barcelonés El mundo ilustrado aparece el tema desarrollado con gran detalle:
Schiaparelli, que se ha propuesto escudriñar y describirnos todas las particularidades de ese mundo hermano del nuestro (…) ha comprobado muchos datos topográficos que ya constaban de exámenes anteriores, así como la presencia de lo que se ha dado en llamar nieves o manchas blancas. Lo que más llama la atención es el cambio de color que se observa en determinadas extensiones de la superficie. (…) La causa que produce las llamadas manchas oscuras debe ser algo móvil sobre la faz del planeta, como por ejemplo un líquido, o cosa que se propaga y aparece estacionalmente, como nuestra vegetación. Pero lo que distingue y caracteriza el planeta Marte y sobre lo cual poca luz se ha añadido a la escasa que se tenía, son las llamadas “geminaciones” que se ofrecen en las líneas sensiblemente rectas denominadas canales, las que por su posición e intersecciones parecen a primera vista un plano en boceto de una ciudad moderna. No es la “geminación”, a lo que parece, un efecto óptico (…) ni es tampoco producida por la división de una línea o canal en dos, sino que sucede precisamente lo contrario. A la derecha e izquierda de una línea preexistente, y sin que nada cambie en ella, se presenta por lo regular otra línea equidistante y paralela a la primera. (…) La longitud de cada par de líneas varía entre 1.000 y 5.000 kilómetros; unas son de color rojo subido, algo más oscuras que el fondo sobre el que destacan, otras son bastante negras; las más anchas forman verdaderas listas de lados paralelos, las de menos energía se hallan divididas a veces en secciones de desigual intensidad de color y todas difieren en su configuración de lo que tenemos en nuestro globo. Siguen, por regla general, círculos máximos del planeta y, salvo raros casos, se encurvan ligeramente; por su regularidad parecen trazadas con regla y compás, presentando el aspecto de urbanización. El fenómeno de la “geminación” parece que se verifica en época determinada y tunee lugar en toda la superficie del planeta. (…) Todo induce a creer que se trata de un fenómeno periódico en relación con las estaciones de Marte.
De ver líneas a ver marcianos sólo había un paso, y a los redactores imaginativos se les fue la mano. Como colofón a este breve artículo en recuerdo del gran lío de los canales de Marte, nada mejor que estas palabras que aparecen impresas en la edición número 174 de 1898 de Madrid científico:
Hay un hecho, y como tal una prueba contundente, de que Marte está habitado, no sólo por animales más o menos parecidos a los terrestres sino lo que es más y lo principal, por hombres tan adelantados en el progreso y civilización, tan perfeccionados en sus facultades intelectuales y en tal grado de felicidad social, que a su lado somos nosotros verdaderos pigmeos y niños balbucientes todavía. En efecto, aquellas líneas oscuras descubiertas por Schiaparelli y observadas desde entonces por todos los astrónomos de profesión, y tan regulares en sus trazados, no pueden ser sino obra de la inteligencia, producto de una industria floreciente, recurso de una agricultura en su mayor grado de perfección. Aquellas líneas son, ni más ni menos, que grandes canales de riego, que cruzan en una y otra dirección la superficie del planeta, utilizando de este modo el líquido depositado en los mares y lagos.
Este post ha sido realizado por Alejandro Polanco Masa (@Alpoma) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Referencias
Crowe, Michael J. The extraterrestrial life debate, 1750-1900. Dover Publications, 1999.
Serviss, Garrett P. The strange markings on Mars. En Popular Science, mayo-octubre 1889.
Web oficial del observatorio astronómico de Brera: www.merate.mi.astro.it
Antonio Martínez Ron
Echo de menos este vídeo en el post: «En marte hay vida vegetal y posiblemente animal» https://t.co/hxbCHrz6vP 😉 cc @alpoma
tinejo
Y gracias a estos astrónomos con ganas de fama y de soñar, a medias, que alimentaron la gran literatura de ciencia ficción de la que hemos disfrutado desde finales del XIX hasta los años 70 del siglo pasado. Déjenlos errar, que en su fallo ha estado el germen del entretenimiento de masas durante décadas.
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