Grasa parda

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Los bebés no tiritan porque su musculatura no se ha desarrollado lo suficiente como para poder hacerlo. Eso quiere decir que si tienen frío no pueden calentar su organismo de ese modo, como hacemos los adultos. Lo que hacen es activar el metabolismo de un tejido adiposo especial, la grasa parda. Y los bebés no son los únicos; los mamíferos hibernantes de pequeño tamaño también tienen ese tejido y lo usan para calentarse al salir del letargo.

Mientras que la grasa blanca –la normal- es un almacén de energía, la parda es una especie de estufita. Su función se limita a producir calor. A los efectos, su única función es esa; cuando se activa su metabolismo, los lípidos de sus células se metabolizan (podría decirse que se “queman”, pero sin llama) y de esa actividad lo único que resulta es calor, agua y CO2. No hacen ningún trabajo, sólo producen calor. A los bebés les viene muy bien porque al ser pequeños lo pierden con facilidad a través de la piel y les resulta muy difícil mantener estable su temperatura corporal. Al crecer, ese tejido va desapareciendo. De hecho, hasta hace poco se pensaba que los adultos carecemos de grasa parda, pero ahora sabemos que no es así, porque algunos la conservan o, al menos, conservan una parte. Y lo que es más significativo: suelen ser personas delgadas.

En efecto, resulta que quienes tienen una “estufita” interna que “quema” grasa y así produce calor, pasan menos frío en invierno y, por si eso fuese poco, no suelen tener problemas de sobrepeso porque la grasa que metabolizan se elimina y, por lo tanto, no se acumula en el organismo.

Todo esto ha hecho cavilar a los científicos, y algunos han pensado que si hubiera alguna manera de conseguir que la gente tenga grasa parda, sería una buena forma de combatir el sobrepeso y las enfermedades asociadas. Y sí, al menos en ratones de laboratorio, hay una forma de estimular la aparición de ese tejido: consiste en pasar frío. Tiene sentido, ¿no es cierto? Al tratarse de un sistema para combatirlo, es lógico que el frío provoque la aparición o facilite el desarrollo de esa grasa. Pero claro, incluso aunque en las personas funcionase igual, dudo que haya mucha gente dispuesta a pasar frío para no engordar. Por eso –y porque tampoco pagarían por pasar frío-, los científicos han buscado las sustancias que intervienen en el mecanismo que provoca el desarrollo de grasa parda. Y han tenido cierto éxito.

Han observado –en ratones, eso sí, una vez más- que en respuesta al frío se desencadena una secuencia de procesos en los que intervienen diferentes sustancias. Y hay una proteína, la PGC-1, que interactúa con la maquinaria genética celular y parece inducir la formación de grasa parda a partir de grasa blanca. Se trata de una proteína interesante por razones adicionales: su concentración en los músculos se eleva en respuesta al ejercicio físico frecuente; y esa elevación provoca una transformación de las fibras musculares, de manera que aumenta la proporción de las más resistentes a la fatiga. La PGC-1 dota a las células de mayor capacidad metabólica aerobia, y eso significa que tienen mayor capacidad para metabolizar grasas. Por todo ello, esa proteína se ha convertido en un buen candidato para ser utilizada como diana farmacológica para combatir el sobrepeso.

Puede que la clave para acabar con el sobrepeso y sus peligrosas consecuencias esté en un tejido extraño, propio de los bebés y de los pequeños mamíferos que hibernan. Y es que la ciencia se adentra a veces por vericuetos extraños.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Este artículo fue publicado el 22/6/14 en la sección con_ciencia del diario Deia

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