Alexandre Yersin: el rango que otorga la ciencia

Firma invitada

Ana Ribera

“Quizá la masa ignore sus nombres y no sepa que ustedes existen. Pero serán conocidos, estimados, seguidos por un reducido número de hombres eminentes, repartidos por toda la superficie del globo, sus émulos, sus pares en el senado universal de la inteligencia, los únicos con derecho a apreciarles y a asignarles a ustedes un rango, un rango merecido, del que ni la influencia de un ministro, ni la voluntad de un príncipe, ni el capricho popular podrán hacerles bajar, como tampoco habrían podido elevarlos hasta él, y en el que permanecerán mientras sean fieles a la ciencia que se lo otorga.”

Jean-Baptiste Biot (1774-1862) pronunció estas palabras en su discurso de ingreso en la Academia Francesa en 1857. En él daba consejos a los jóvenes científicos, animándoles a dedicarse a la investigación pura ( creo que ahora la llamamos básica) . La cita pertenece a “Peste & Cólera” de Patrick Deville, maravillosa biografía de Alexandre Yersin.

¿Sabía quién era Alexandre Yersin antes de leer este libro? No.

¿Conocía su existencia? No.

Sin embargo, mi desconocimiento y el de, me temo, la mayor parte de la sociedad actual, ni desmerece ni minimiza ni hace desaparecer “el rango merecido” que Alexandre Yersin alcanzó siendo fiel toda su vida a la ciencia.

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Alexandre Yersin fue científico, explorador, curioso infatigable y un personaje bastante solitario. Huérfano de padre desde muy pequeño, cuando llegó la hora de decidirse por un lugar para continuar sus estudios, y siendo de origen suizo, optó primero por ir a Alemania para terminar finalmente en París, donde conocería a Pasteur, entrando a formar parte del grupo de pasteurianos que dieron forma al Instituto del mismo nombre en 1888.

Yersin era brillante en el laboratorio, constante y entregado a sus investigaciones sobre la difteria y la tuberculosis. La vida en París consiste en trabajar, investigar y participar del círculo de los pasteurianos, que va alcanzando fama y renombre. Yersin, sin embargo, se aburre y siguiendo el ejemplo del Dr. Livingston y sus expediciones en África, decide que quiere marcharse de París y explorar el mundo. Pasteur, tras intentar convencerle para que se quede, opta por apoyarle en su plan y así mantener una relación cordial que le permita en el futuro volver a contar con él entre sus jóvenes investigadores.

El abajo firmante, director del Instituto Pasteur, miembro del Instituto, Gran Cruz de la Legión de Honor, certifica que el señor doctor Yersin (Alexandre) ha cumplido las funciones de técnico auxiliar de laboratorio de química fisiológica en la Escuela de Altos Estudios y después en el Instituto Pasteur, desde el mes de julio de 1886 hasta el día de hoy. Quiero dejar constancia de que el señor Yersin ha cumplido con sus obligaciones siempre con el mayor celo y que ha publicado, durante su estancia en mi laboratorio, numerosos trabajos que han sido acogidos favorablemente por sabios competentes.”

Con esta carta, Yersin consiguió la plaza de médico de a bordo en la compañía de las Mensajerías Marítimas de Burdeos, en el paquebote que cubría la línea Saigón – Manila. Abandona París después de cinco años de estudios y trabajo, y ya no volverá nunca salvo para breves estancias a las que siempre se mostraba muy reacio.

Curioso e inquieto por naturaleza, observador atento e incansable, en su nuevo puesto y en el nuevo mundo que descubre en Vietnam, se interesa por todo: la navegación, la astronomía. En sus días libres, se embarca en pequeños botes que se ha hecho construir para explorar las orillas de ríos a los que ningún hombre blanco ha llegado aún.

Tras dos años de navegación, Yersin se aburre también del mar, por lo que decide dejar la Marina e instalarse en Nha Trang, lugar que a partir de ahora será su hogar y en donde morirá en 1943 tras huir de Francia en el último vuelo comercial de Air France antes de la ocupación alemana.

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En Nha Trang, se construye una choza y estudia las aldeas de los mois, practica sus dialectos, aprende a cazar como ellos y su medicina. Él les explica como funciona una navaja multiusos suiza y planea campañas futuras de vacunación. Ahorra y monta una gran expedición con un intérprete, cinco guías, algunos caballos, dos elefantes, su cronómetro marino y el teodolito. Hará etapas de tres horas de marcha desde Nha Trang en el Mar de China, atravesando cumbres y junglas hasta llegar a Stung Streng tres meses después. Yersin redacta un informe que acompaña de mapas, fotografías y todo tipo de observaciones. Jamás dejará de escribir, sobre todo de aquello que le interesa, que descubre o que le inquieta. Es metódico, organizado y constante.

En 1894, en su retiro de Vietnam dónde se recupera de una escaramuza con un bandido en la que casi muere, recibe constantes telegramas de Pasteur y Roux. Una gran epidemia de peste está asolando China y es posible que llegue a Hong Kong. Le ruegan, le piden, le ordenan, le suplican… intentan convencerle para que vaya a Hong Kong a tratar de ayudar, a investigar.

Yersin accede. En una pequeña choza de bambú, compitiendo con el doctor Kitasako Shibasaburopor ser el primero en descubrir el bacilo de la peste, Yersin será el primero en observar al bacilo, en parte por su trabajo y en parte por una casualidad de las que hay miles en la ciencia. Su pequeña choza sin acondicionar mantiene una temperatura ambiente de 28 grados más adecuada para el desarrollo del bacilo de la peste que la temperatura del cuerpo humano (36,6) a la que Kitasako mantenía su superlaboratorio con una gran estufa.

Yersinia pestis. Con 31 años, este es el momento en el que Yersin alcanzará el rango merecido que la ciencia otorga a los que dedican su vida a ella.

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La casa de Yersin en Nha Trang alrededor de 1900. Fue demolida décadas después.

¿Qué hizo Yersin después de esto? Le quedan todavía 50 años de vida que consagró a saciar su curiosidad ilimitada. Se construyó, en Nha Trang, una gran casa mirando al marcon un observatorio en el tejado para estudiar astronomía. Mantuvo una correspondencia activa y numerosa con grandes científicos del mundo y con su hermana a cuenta de especies de plantas, flores y animales (gallinas, vacas, caballos) que se hace traer de todo el mundo e intenta cultivar en los territorios que va roturando alrededor de su casa. Establece una granja y una explotación agrícola con criterios científicos, cuyos datos y resultados anota pormenorizadamente. Tendrá uno de los primeros automóviles de Vietnam, la primera avioneta, importará árboles de la quinina para intentar una explotación intensiva en los suelos vietnamitas, se hará construir una línea de telégrafo y verá pasar las dos guerras mundiales desde la distancia. Dos guerras mundiales que destruyen todos sus orígenes y todos sus lazos con Europa.

Entre sus cientos de descubrimientos y observaciones, Yersin realiza una que podría haberle proporcionado una fama más allá del círculo de científicos, más allá de la ciencia, y haber hecho de él un personaje “famoso”.

“Yersin desarrolla su producción y elabora minuciosamente un concentrado líquido que, si lo hubiera patentado, le podía haber convertido en el millonario inventor de una bebida negra y chispeante. Le da el nombre de Cola-Canela, que podría abreviar Co-ca. Desde Nha Trang, escribe a Roux: “Le he expedido por paquete postal una botella de Cola-Canela. Tómese un centímetro cúbico y medio, aproximadamente, en un vaso con agua azucarada cuando se sienta fatigado. Espero que este “elixir de vida larga” tenga sobre usted la misma acción estimulante que tiene sobre mí.”

Yersinia coca.

Hace unas semanas leí una reflexión de Richard Holmes sobre la necesidad de contar la historia de otra manera,

Necesitamos comprender cómo se hace la ciencia de verdad, cómo piensan y sienten, cómo especulan los propios científicos. Necesitamos explorar lo que hace que los científicos, al igual que los poetas o los pintores o los músicos, sean creativos.” (Richard Holmes. La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo)

En esta biografía de Alexandre Yersin encontramos todo eso: una vida con todos sus pensamientos, sus sentimientos, sus fracasos, sus especulaciones, sus casualidades y sus logros. Una vida llena de la poesía de la ciencia, de trabajo infatigable y de una curiosidad insaciable.

Agradezco a la estupenda charla de Fernando P. Cossio en el curso de verano “La ciencia de nuestras vidas” organizado por la Cátedra de Cultura Científica de la UPV, el descubrimiento de este libro y de Alexandre Yersin.

Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos), historiadora con 14 años de experiencia en el mundo de la televisión. Autora de los blogs: Cosas que (me) pasan y Pisando Charcos

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