El 24 de noviembre de 1974 Donald Johanson, un joven antropólogo norteamericano que dirigía una excavación en el triángulo de Afar (Etiopía) descubrió unos restos fósiles. Consistían en un conjunto bastante completo de huesos del esqueleto de una hembra de un homínido desconocido hasta entonces. Los restos tenían alrededor de tres millones doscientos mil años de antigüedad. Al fósil le dieron el nombre de Lucy -por la conocida canción de The Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds– aunque su nombre científico es Australopithecus afarensis. Era de pequeño tamaño: un metro de altura y menos de 30 kg de peso. El cráneo era pequeño, del tamaño del de un chimpancé, aproximadamente. Cuando murió, con unos diez u once años de edad, ya había dado a luz. Lucy se alimentaba principalmente de productos vegetales, aunque seguramente no desdeñaría huevos y pequeños invertebrados.
Los restos de Lucy son muy importantes porque indican que caminaba erguida y lo hacía con más facilidad que ningún otro homínido anterior. Aunque presenta una anatomía cuyas características más notorias para el profano -la gran longitud de los brazos o el ya aludido tamaño craneal, por ejemplo- nos recuerdan más a los chimpancés, su capacidad para caminar erguida colocan a su especie en nuestro pasado evolutivo o muy próximo al mismo. De hecho, Donald Johanson cree que el género Homo procede de Australopithecus afarensis. Sería, en ese caso, una especie intermedia entre homínidos -del género Ardipithecus, por ejemplo- más parecidos a los actuales chimpancés o bonobos, y las primeras especies de Homo, género al que pertenecemos los seres humanos actuales.
Tras divergir -hace al menos seis millones de años- las líneas que condujeron, respectivamente, a las diferentes especies humanas y a la de los actuales bonobos y chimpancés, el clima de África oriental, donde evolucionaron nuestros antepasados, se hizo cada vez más seco. La selva fue dejando paso al bosque y éste a la sabana. Ese entorno, limitante para los homínidos arborícolas, resultó idóneo para los que, aunque mantenían una cierta capacidad para subir a los árboles, también se aventuraban de manera esporádica pero cada vez más frecuente a través del espacio abierto. En los árboles encontrarían refugio y alimentos, como huevos y frutos, y en el suelo irían en busca de tubérculos y pequeños animales. Lucy era, muy probablemente, uno de esos homínidos.
El bosque se fue haciendo cada vez más abierto y se extendió la sabana. Hace unos dos millones de años surgió nuestro propio género, Homo. Desde entonces y hasta hace menos de cien mil años los seres humanos de nuestro linaje permanecieron en África, en la sabana. Allí perdieron el pelaje corporal, se irguieron aún más y su encéfalo experimentó un extraordinario desarrollo. Hace unos sesenta mil años unas pocas bandas de esos seres humanos salieron del continente y en cuarenta o cincuenta mil años llegaron hasta los más remotos lugares del planeta, con la única excepción de la Antártida. Otros grupos humanos, pertenecientes a linajes que habían salido antes de África, desaparecieron tras la gran expansión de Homo sapiens.
Estas semanas de atrás se han cumplido cuarenta años del descubrimiento de los restos de Lucy, los más renombrados en la historia de la paleoantropología. Aquella joven australopitecina nunca pudo imaginar que el suyo no sería un destino común. Sus restos no desaparecieron en la sabana, sino que se fosilizaron, y tres millones de años después, un descendiente de algunos de sus congéneres los encontró y gracias a ellos logró esclarecer una de las etapas más fascinantes de nuestro pasado, aquélla en que nuestros antecesores se pusieron en pie y empezaron a caminar.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Este artículo fue publicado el 7/12/14 en la sección con_ciencia del diario Deia
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Manuel López Rosas
Muy legible el artículo, nos permite poner en orden algunas referencias que, por conocidas de la paeloantropología que se consideren, es conveniente precisar expresamente en cada ocasión que abordemos temas similares.
Muy interesante además la expresión de la reconstrucción facial que incluyen. Quizás pudieran incluir otros enlaces para reflexionar con más detalle acerca de dferentes abordajes del tema (¿conferencias, videos, filmes online?
Seguimos atentos la importante continuidad de este sitio.
Manuel López Rosas
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Muy legible el artículo, nos permite poner en orden algunas referencias que, por conocidas de la paeloantropología que se consideren, es conveniente precisar expresamente en cada ocasión que abordemos temas similares.
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