La nueva filosofía que necesitaba la ciencia del clima aparecería en las primeras décadas del siglo XIX, integrando geografía con meteorología, la visión romántica de la unidad de la naturaleza con los métodos de la Ilustración tardía que aunaban instrumentación y mediciones precisas.
Alexander von Humboldt es el representante más conocido de esta síntesis. Si bien se educó en la filosofía natural experimental de los últimos años del XVIII también mantuvo relaciones muy estrechas con los principales miembros del movimiento romántico alemán. Partiendo de las observaciones disponibles de todos los aspectos naturales de una región, buscó en la geología, clima, flora, fauna y cultura humana un todo coherente e interactivo que llamó “physique gènèrale”.
El clima, según Humboldt, aparecía a partir de las múltiples relaciones de la geografía física: el tamaño y orientación de las formaciones del terreno, de su altura y constitución geológica, de las relaciones entre terreno y agua, de la cobertura vegetal y nival, y demás. De repente Humboldt y sus contemporáneos descubrieron los patrones meteorológicos a nivel regional y continental que sus antecesores habían considerado solamente locales. Las isotermas, lineas en un mapa que unen puntos con igual temperatura, fueron una representación de este descubrimiento, en el que se unían observaciones globales de temperaturas en un todo coherente.
Los climatólogos de la época de Humboldt estudiaron la distribución de climas en todo el globo, aplicaron consideraciones climáticas a la biogeografía, y especularon sobre cómo habrían sido los climas de periodos históricos y geológicos a partir de lo registros escritos y fósiles.
En la segunda mitad del siglo los imperialistas aplicaron cada vez más los argumentos hipocráticos para afirmar la superioridad racial europea y justificar las conquistas en Asia y África. Siguiendo la expresión hipocrática de que “las razas son hijas del clima”, geógrafos y antropólogos adscribieron las virtudes decimonónicas de inteligencia, industria, sobriedad y otras a la influencia de los climas templados de Europa y los Estados Unidos de América. Los climas debilitantes de las regiones coloniales, por otra parte, habían generado razas débiles, adecuadas solo para ser mandadas.
La medicina tropical se ocupó de cuestiones íntimamente relacionadas, como la base climatológica de las enfermedades que amenazaban la capacidad europea para gobernar sus posesiones y la degeneración física y moral de los que residían en las colonias.
Las ramas más empíricas y prácticas del estudio del clima durante el XIX se orientaron especialmente a problemas biogeográficos y agrícolas. Una cuestión recurrente era la influencia de los elementos climatológicos (temperatura, humedad, precipitaciones, insolación, etc.) en los ciclos vitales de las cosechas y en los asentamientos humanos.
Los climatólogos desarrollaron clasificaciones de los climas , integrando elementos tanto meteorológicos como biogeográficos en sus gráficos. El más conocido de éstos es el presentado por Köppen en 1884, refinado en sucesivas ediciones durante más de medio siglo. En el último tercio del siglo XIX la llamada “climatología clásica” dedicó muchos esfuerzos a la estandarización de las mediciones y a asegurarse de su fiabilidad.
Una vez comenzado el siglo XX el trabajo de Vilhelm Bjerknes sería fundamental para desvincular la climatología de la geografía y convertirla en una rama de la física y dotándola de una capacidad predictiva muy útil. Quizás la consagración vino de la elección, basada en modelos climáticos, de la fecha del desembarco de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. Desde mediados del XX el conocimiento acumulado sobre el clima permitió empezar a aventurar la posibilidad de que estuviese cambiando a nivel global.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Klimaz (II) – Zientzia Kaiera
[…] 2. irudia: Köppen-en lehen mapa klimatikoa, 1884an. (Iturria: Cuaderno de Cultura Científica). […]