Animación suspendida

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suspended animationLos seres humanos somos animales de sangre caliente. En términos científicos decimos que somos endotermos porque el calor corporal proviene, principalmente, de nuestro interior, del metabolismo. Los animales endotermos somos, además, homeotermos, porque el calor interior nos sirve para mantener constante la temperatura corporal. Pero esa capacidad es limitada, porque con el frío nos llevamos fatal; esa es una de las razones por las que es tan peligroso caer al agua o permanecer durante tiempo prolongado con poca o inadecuada ropa a bajas temperaturas. Cuando eso ocurre sobreviene una hipotermia –un descenso de la temperatura corporal por debajo de la temperatura fisiológica- que, cuando es severa, puede provocar la muerte.

Valga la explicación anterior para dar cuenta de un desarrollo científico sorprendente. Investigadores médicos del Hospital Presbiteriano UPMC de Pittsburgh, en Pennsylvania, EEUU, han desarrollado una técnica para mantener organismos animales endotermos en un estado que se conoce como animación suspendida. Como su propio nombre sugiere, bajo esa condición la vida prácticamente se detiene. Se detiene pero no cesa, no desaparece. En condiciones de animación suspendida los procesos celulares y orgánicos se ralentizan extraordinariamente, de manera que las células sobreviven, aunque sin casi desempeñar ninguna función, durante algunas horas. El equipo pretende aplicar en seres humanos las técnicas desarrolladas experimentalmente en otros mamíferos, porque de esa forma dispondrán de más tiempo para poder curar lesiones que son mortales en condiciones vitales normales, pero que dejan de serlo si todos los procesos fisiológicos se detienen o se ralentizan extraordinariamente. En pocas palabras: el frío puede proporcionar tiempo suficiente para poder intervenir y curar a pacientes con lesiones graves -hoy mortales- bajo temperatura fisiológica normal.

La técnica es conceptualmente sencilla, pero de difícil ejecución. Los cirujanos han de enfriar el cuerpo rápidamente, sustituyendo la sangre por una solución salina muy fría. La temperatura corporal baja a los 10ºC en muy poco tiempo y la actividad celular se detiene casi por completo. El individuo no respira y su cerebro no muestra actividad ninguna. A esa temperatura las células pueden sobrevivir sin oxígeno, puesto que la poca energía que necesitan la obtienen a partir de una vía metabólica –la glucolisis- que no lo necesita. A temperatura normal no sobreviviríamos más de dos minutos sin oxígeno, pero a 10ºC, el organismo puede mantenerse durante varias horas en estado de animación suspendida.

Una vez se ha practicado la intervención proyectada, el paciente ha de ser calentado lentamente de nuevo, reponiendo la sangre que han extraído antes y que se encuentra a 37ºC, la temperatura fisiológica normal. En las pruebas realizadas con animales el corazón recupera su actividad de manera espontánea y si al intervenir a un ser humano no se produjera esa respuesta, podría ser reanimado artificialmente, como se hace en otras ocasiones.

Los responsables del hospital no hacen declaraciones sobre la marcha del proyecto. Pero es muy posible que este mismo año ofrezcan un balance de las intervenciones que, muy probablemente, estén realizándose, puesto que en mayo de 2014 habían anunciado que ya se encontraban en condiciones de llevar a seres humanos a un estado de animación suspendida, mantenerlos durante unas horas y, después, hacerlos revivir. De conseguirlo se trataría de un hito de indudable importancia, tanto desde el punto de vista científico como médico. Y también sería un hito en otro sentido, ya que en caso de éxito habremos sido capaces de desplazar los límites de la vida más allá de lo que hasta hace poco tiempo apenas podíamos imaginar. Pero como ocurre a menudo, la animación suspendida a 10ºC sería sólo un primer paso; la criónica bien podría ser el siguiente.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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Este artículo fue publicado el 18/1/15 en la sección con_ciencia del diario Deia

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