«La idealización de la ciencia como una actividad superior sigue arraigada en la conciencia científica contemporánea».
Joseph Haberer, historiador de la ciencia, 1969.
En 2015, ¿quién tiene idealizada la actividad científica? ¿Todos? ¿Los que no conocen la ciencia? ¿Los propios científicos?
Asumimos con tranquilidad, incluso como inevitable, que haya actores que declaren que no leen, políticos que no hablen inglés o médicos que fumen, pero entre la propia clase científica hay comportamientos igualmente ridículos y carentes de sentido.
Que un actor no lea, un político no sepa idiomas o un médico fume, ¿les hace peores en su desempeño profesional? ¿Son independientes determinadas actitudes vitales con respecto al trabajo o hay profesiones en las que es necesario tener un nivel de coherencia mayor entre el trabajo y la vida privada? ¿Qué hacemos con los científicos que tienen ideas acientíficas? ¿Las pasamos por alto para valorar el resto de su trabajo? ¿Invalidan esas ideas sus teorías? ¿Dónde encajamos nuestra defensa del conocimiento científico como fuente de pensamiento crítico, cuando encontramos este tipo de actitudes en científicos brillantes?
Terminada la II Guerra Mundial, los aliados intentaron llevar a cabo un proceso de desnazificación en toda Europa, principalmente en Alemania y Austria, apartando de cualquier puesto de responsabilidad e internando en campos de concentración a todo aquel que hubiera tenido el más mínimo contacto con los nazis. Pronto fue evidente que era imposible sacar el continente adelante con esa solución. La política, el arte, la literatura, la música, y por supuesto la industria, necesitaban para su desarrollo de la experiencia y conocimientos de algunos personajes que habían tenido relación con el nazismo (¿quién no la había tenido, dadas las circunstancias?).
Friedrich Bergius , alemán, recibió el Premio Nóbel de Química en 1931 «por sus contribuciones a la creación y desarrollo de los métodos químicos a alta presión». Desde 1927 y tras años de investigaciones había conseguido extraer a partir de carbón combustibles líquidos que fueron muy utilizados durante la época nazi.
Bergius fue considerado por los Aliados como un nazi convencido y debería haber sido sometido al proceso de «desnazificación», pero la situación de carencia alimentaria en Austria, en 1946, llevó al gobierno austriaco a concederle la nacionalidad por sus experimentos para extraer azúcar de la madera y sus promesas de ser capaz de elaborar carne a partir de ese mismo material.
Tanto si Bergius creía de verdad que podía elaborar carne a partir de madera como si fue una estratagema para lograr escapar de las represalias aliadas, ¿son actitudes que asociamos con la idea elevada de la ciencia? ¿Creer en la alquimia? ¿Aprovecharse de la hambruna y desesperación para huir? ¿Invalida su trabajo con los combustibles, que le valió un Premio Nóbel, el hecho de que colaborara con los nazis? ¿Creer en la alquimia le hace menos científico?
Jane Goodall es una célebre científica, acérrima defensora de los chimpancés, que con sus observaciones, investigaciones y años de dedicación a esta especie ha permitido el desarrollo de nuevas teorías sobre la evolución del hombre, las habilidades sociales de los primates y la protección de los ecosistemas.
Goodall ha conseguido además una gran repercusión mediática muy importante, y es un ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de mujeres científicas.
Goodall, dedicada a la ciencia durante más de cincuenta años, con más de 100 premios internacionales por toda su labor profesional, cree en la existencia del Yeti y del Big Foot.
¿Es compatible creer en la existencia de un animal legendario, sin la más mínima prueba científica o evidencia material, con la elaboración de teorías científicas que se han demostrado muy valiosas? ¿Cómo encajamos ambas cosas?
Bergius murió en Buenos Aires en 1949 y, a pesar de su apoyo a los nazis y su evidente oportunismo al hacer creer al desesperado gobierno austriaco que podía alimentar a la población a partir de la madera, no se sabe que matara a nadie. En teoría, Goodall y su creencia en el Big Foot no hacen daño a nadie, aunque suponga un hueso duro de roer para todos los que defendemos que el conocimiento y el estudio permiten un desarrollo del espíritu crítico.
Pero ¿qué hacemos con alguien como Mayim Blalik, que si bien no es Premio Nóbel, y desde luego no tiene el prestigio de Jane Goodall, es un personaje público, mundialmente conocido, doctora en neurociencia y firme defensora del movimiento antivacunas? ¿Qué hacemos con el hecho de que interprete a una brillante científica (lo que en teoría debía ser) y defienda no vacunar?
Obviamente, ignorarla, criticarla y tratar de acallar sus intervenciones sobre ese tema con hechos, datos y evidencias que demuestren la eficacia y necesidad de las vacunas; pero quiero ir más allá.
Sus ideas ponen en peligro a millones de personas que, al considerar que su formación científica le otorga un argumento de autoridad, pueden creer que sus afirmaciones son ciertas.
¿Cómo encajamos todos estos comportamientos claramente anticientíficos con nuestra defensa a ultranza de la evidente necesidad de promover el conocimiento científico como manera de conseguir una sociedad crítica?
Hace tiempo un joven científico me dijo algo que despeja las dudas al respecto: de lo que dice un científico, solo tiene respetabilidad científica cuando habla de su rama y, sobre todo, de su especialidad concreta (pudiendo ser rebatido desde las mismas condiciones de respetabilidad científica). Lo que diga sobre algo que está fuera de su parcela científica, es una opinión. Y como tal, tan válida, o no, como la opinión del quiosquero de la esquina.
En este sentido, lo que hizo Bergius fue una superchería, mientras que las ideas de Goodall y Blalik son simples opiniones. No debemos olvidar eso para no darles credibilidad porque hayan salido de la boca o de la mano de científicos.
¿Ha llegado la hora de dejar de idealizar la ciencia y pensar en ella como una actividad practicada por hombres y mujeres capaces de ser exactamente igual de incongruentes, incoherentes y peligrosos que cualquier otro?
Creo que sí. Asumamos que idealizar la ciencia y a los científicos es un error que nos puede llevar a despreciar logros valiosos o al revés: a ensalzar a mentecatos por el simple hecho de ser científicos.
Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 14 años de experiencia en el mundo de la televisión. Autora de los blogs: Cosas que (me) pasan y Pisando Charcos.
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Hitos en la red #68 – Naukas
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Adria
Simplemente recalcar que hay que diferenciar ciencia de científicos. La ciencia no es «lo que hacen los científicos».
Hay la tendencia a ‘contagiar’ a la ciencia de los defectos de los científicos, pero son dos cosas diferentes: la ciencia (sobre todo tal y como se entiende desde hace unos 3-4 siglos) es el resultado de haber desarrollado un método para contrarrestar la falibilidad humana a la hora de evaluar evidencias y encontrar patrones. Es decir: las debilidades humanas no son el talón de Aquiles de la ciencia, sino es la constatación (de estas debilidades) el motivo de su existencia.
Por otro lado, cuando un científico argumenta desde la creencia no está mostrando una debilidad de la ciencia ni dando un motivo para no idealizarla: está dando un motivo para no idealizar a los científicos. Porque, como humanos que son, no siempre tienen actitud científica; o que es lo mismo: no siempre están haciendo ciencia.
Ana Ribera
Adria, totalmente de acuerdo con tu comentario. El problema es que se confunden ambas cosas. Ciencia es el trabajo de los científicos con sus métodos y sus lenguajes. El problema no es de ellos como científicos, el problema es que ellos y los demás, como personas, hemos confundido ambas cosas y creemos que ser científico o practicar la ciencia garantiza no tener ideas «tontas» en otros aspectos y no tiene porque ser así.
Gracias por tu comentario
Juan R
Interesante reflexión y comentarios. También aplicable al comportamiento de «seguimiento fiel» que se tiene con algunos científicos-divulgadores, periodistas-divulgadores etc. Y lo digo cuando se salen del tema que dominan y pretenden entrar en terrenos que no dominan con la misma soltura que en el suyo. El problema es que los seguidores no aplican el mismo rigor al leerlos por darles el privilegio de autoridad casi infalible.
salud
Ana Ribera
Efectivamente Juan R, el seguimiento fiel sin aplicar la más mínima crítica a divulgadores /periodistas /científicos se parece mucho a los hoolingans o como yo digo a los ñus. El pensamiento crítico hay que aplicarlo a todo.
Gracias
Alberto
Los científicos son personas, con sus opiniones en su trabajo y en su vida. Pero los conocimientos que tienen, los tienen las 24 horas del día. Un médico puede fumar, pero sabe lo que hace. No puede decir «yo no pensaba que pasara nada…». Aún así, es su decisión.
Sobre la «idealización»… no sé si estoy de acuerdo con el término, pero me he recordado una historia que explicaba Richard Feynman (Nobel de física). No la tengo a mano y puede que me equivoque pero básicamente es así: en un libro suyo, cometió un error. Una estudiante (no suya) utilizó ese libro para preparar un examen. Se fió de él y su profesor la suspendió. Ella protestó, valiéndose del libro, pero el propio Feynman opinó que estaba bien suspendida. Porque la estudiante había puesto su libro (y la autoridad moral que se le supone) por delante del razonamiento que a su vez se le supone a una aspirante a científica.
En ciencia, lo único que vale al final es la experiencia y la realidad empírica. No se debe seguir al que habla por ser quien es, sino por lo que lo respalda.