No todos los hallazgos importantes realizados por el ser humano han sido fruto de su esfuerzo y dedicación, ni mucho menos. Algunos de los descubrimientos más importantes de la historia no han nacido como consecuencia del método científico sino que la suerte ha tenido mucho que decir.
La penicilina, el teflón o la dinámica son algunos de esos elementos que fueron descubiertos por accidente, así como cientos de otras cosas que hacen que la vida cotidiana sea más segura, sencilla o conveniente, placentera, saludable o interesante. Todos han llegado al mundo como resultado de la serendipia, es decir, el regalo de encontrar cosas valiosas o agradables no buscadas o bien la facultad de hacer descubrimientos afortunados e inesperados por accidente.
La palabra serendipia fue acuñada por Horace Walpole en 1754 tras leer el cuento sobre las aventuras de «Los tres príncipes de Serendip”, los cuales estaban siempre haciendo descubrimientos por accidente y perspicacia de cosas que no se habían planteado.
Muchas de las personas que han sido bendecidas con este tipo de eventos no se avergüenzan de ello sino que están encantados de difundir su buena fortuna ya que se dan cuenta de que la serendipia no les disminuye el crédito por hacer el descubrimiento, es más como se suele decir «la suerte hay que buscarla» y no hay que menospreciar el hecho de que estar en el momento oportuno en el lugar adecuado muchas veces es el resultado de un largo camino recorrido y que, por supuesto, forma parte de la vida de cada uno.
Uno de los primeros ejemplos recogidos en la historia, y quizá el más famoso, tuvo lugar en el siglo III a. C. y corre a cargo, ni más ni menos que de Arquímedes. El matemático griego vivía en Siracusa (actual Sicilia) por aquella época, el rey Hierón había encargado a un orfebre una corona de oro puro pero al recibirla terminada dudó de si el material empleado correspondía con todo el que él le había entregado al fabricante. Se puso entonces en contacto con el científico y le ofreció la tarea de desvelar si la corona era de oro puro y contenía todo el metal precioso que el rey había dado al joyero. Ni que decir tiene que el análisis químico no estaba tan avanzado en aquella época como las matemáticas y Arquímedes era, al fin y al cabo, matemático e ingeniero.
Con anterioridad había calculado fórmulas matemáticas para los volúmenes de sólidos regulares tales como esferas y cilindros por lo que se dio cuenta de que si pudiera determinar el volumen de la corona del rey sería capaz de averiguar si la corona estaba hecha de oro puro o de una mezcla de oro con otros metales, lo que no sabía era cómo conseguirlo.
Pensando en cómo resolver ese problema, Arquímedes se dirigió a los baños públicos de Siracusa. Al meterse en la bañera, cuando vio salir del agua sobre la parte superior del baño, se dio cuenta de que el volumen del agua sobrante era exactamente igual al ocupado por la parte de su cuerpo que estaba en el agua y fue entonces cuando vio una forma de calcular el volumen de cualquier objeto sólido irregular, ya fuera un pie o una corona. De modo que, si pusiese la corona en un recipiente lleno de agua, podría medir el volumen del agua que desaloja y este sería igual al volumen de la corona.
No pudo Arquímedes evitar la emoción y corrió desnudo por las calles de Siracusa gritando ¡Eureka, Eureka!, o lo que es lo mismo, ¡lo encontré! Y todo fue fruto de una casualidad.
A nadie se le ocurre dudar de que si no hubiese sido así Arquímedes había encontrado otro modo de resolver el problema ya que como dijo Pasteur, quien hizo grandes avances en química, microbiología y medicina: «en los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada».
Otro caso muy conocido de descubrimiento casual es el de la ley de la gravedad, con el que se encontró sir Isaac Newton mientras observaba un manzano. La historia, recogida en la biografía del científico, escrita por William Stukeley, relata cómo fue al ver la caída de una manzana cuando se quedó en estado contemplativo y se cuestionó por qué la manzana caía siempre perpendicularmente a la tierra y no lo hacía hacia un lado o hacia arriba sino constantemente hacia el centro de la tierra. A partir de ahí se planteó que seguramente la razón era que la tierra la atraía por lo que debería haber una fuerza de atracción en la materia y la suma de las fuerzas de atracción en la materia de la tierra debería estar en el centro de la tierra y no en otro lugar. Este fue el nacimiento de aquellos descubrimientos asombrosos por medio de los cuales Newton edificó la filosofía sobre un fundamento sólido.
Casualidades médicas
También en campos como el de la medicina la fortuna ha dado lugar a grandes descubrimientos. Allá por 1985, Wilhelm Conrad Röntgen estaba solo en su laboratorio realizando experimentos de movimiento de electrones producidos en tubos de rayos catódicos. Con sus aparatos en funcionamiento y en la oscuridad que necesitaba para sus ensayos, casualmente advirtió un resplandor en una tarjeta grabada con tinta fosforescente situada a bastante distancia. Se dio cuenta de que no podía ser consecuencia de los electrones sino de una radiación secundaria e invisible. Colocó un naipe en mitad del camino de estos rayos y observó que era atravesado como si fuera transparente. Igual pasaba con la baraja entera de cartas. Un libro daba un poco de sombra, y una lámina de plomo ya producía la sombra completa. Sin embargo, hizo a su esposa sostener la lámina de plomo frente al haz y quedó sorprendido al observar la imagen de los huesos de las manos de su mujer en lo que dio lugar a la primera radiografía humana. Unas semanas más tarde, descubrió también que unas placas fotográficas que guardaba en su caja estaban veladas. Röntgen, su descubridor, llamó a estos rayos «rayos incógnita», o lo que es lo mismo: «rayos X», porque no sabía qué eran, ni cómo eran provocados. “Rayos desconocidos”, un nombre que les da un sentido histórico y que todavía hoy se conserva.
Y cambiando de terreno, el campo de la farmacología le debe mucho a la serendipia. En numerosas ocasiones un fármaco utilizado con un propósito se ha encontrado efectivo para otro enteramente distinto y a veces más significativo.
El ‘ácido acetilsalicílico’, más conocido como ‘aspirina’, fue preparado por primera vez para ser usado como antiséptico interno aunque se encontró que no era efectivo. No obstante, se halló que era un valioso analgésico y un fármaco antipirético, además actualmente es recomendado para prevenir los ataques de corazón.
También la ‘clorpromacina’ fue indicada en primera instancia para calmar a los pacientes antes de una operación pero distintos psiquiatras encontraron que era muy útil para calmar a sus pacientes en estado maníaco de la enfermedad maniaco depresiva, practicaron con otros enfermos mentales y finalmente encontraron que era especialmente efectiva en el tratamiento de la esquizofrenia una enfermedad para la que hasta ese momento no existía algo parecido.
Otro caso muy llamativo es el de la ‘procaína’ y la ‘lidocaína’, fármacos utilizados ampliamente como anestésicos locales. En los años 40 se descubrió accidentalmente que una inyección de la primera en perros que habían desarrollado arritmias cardíacas con peligro de muerte, cuando eran colocados bajo la anestesia general, restablecía sus corazones al latido normal. Desde entonces, y tras varias comprobaciones en humanos, el uso de la inyección intravenosa de varios anestésicos locales en conexión con la cirugía cardiaca ha llegado a ser una práctica muy común.
Mejor momento imposible
Especialmente llamativo es el caso de algunos descubrimientos accidentales que además ocurren cuando más necesarios son. Un claro ejemplo es el del vidrio de seguridad que apareció poco después que la invención del automóvil y la utilización de los parabrisas. Teniendo en cuenta que era mucho más probable que los automóviles, más que las cabezas de caballos, perdiesen el control y chocasen, ocasionando heridas serias a los ocupantes por la rotura de los parabrisas no cabe duda de la importancia de este hallazgo.
El vidrio ha estado mucho tiempo en circulación, de hecho se sabe que ya los romanos lo utilizaron para las ventanas. Fue en 1903 cuando el químico francés Edouard Benedictus y tiró un matraz al suelo que se hizo añicos pero sorprendentemente los fragmentos no salieron separados sino que permanecieron casi en su forma original. El científico examinó el matraz y encontró que había una película en su interior a la cual quedaban adheridos los trozos rotos del vidrio. Se percató de que esa película procedía de la evaporación del colodión (o nitrato de celulosa, preparado a partir del algodón y del ácido nítrico) que una vez había contenido el matraz pero que por estar abierto se había evaporado.
En ese momento Benedictus no prestó mayor atención a lo sucedido pero poco después tras leer varias informaciones sobre personas heridas como consecuencia de los cortes de vidrio en accidentes de tráfico se puso manos a la obra. Pasó algún tiempo planificando cómo podría aplicarse una capa de ese material para conseguir un vidrio de seguridad y poco después con la ayuda de una prensa de imprenta produjo la primera lámina de vidrio de seguridad.
La llamó ‘triplex’ en relación al diseño del material que consistía en un bocadillo en el cual las dos láminas de vidrio actuaban como el pan siendo el alimento una lámina de celulosa entre ellas y todas se unían mediante calor.
Otro material muy útil en la vida moderna también fue descubierto por casualidad. A principios de los años 50 George de Mestral fue a dar un paseo por el campo de su Suiza natal. Cuando regresó a casa se dio cuenta de que tenía la chaqueta cubierta de arrancamoños (una especie de planta herbácea) y cuando empezó a quitarlos se preguntó qué les hacía adherirse tan tenazmente.
Su curiosidad le llevó a utilizar un microscopio para investigarlo más cuidadosamente. Descubrió que estaban recubiertos de ganchos y los ganchos se habían embebido en los rizos del tejido de su chaqueta. El plan de la naturaleza para la reproducción y dispersión de los cadillos consiste en que sus semillas erizo lleguen a sujetarse en los pájaros y animales que pasan. De Mestral se preguntó si podría diseñar un sistema basado en el modelo que fuese más útil que molesto y fue así como nació el velcro.
Referencias:
«¡Eureka! Descubrimientos científicos que cambiaron el mundo”; Leslie Horvitz, Paidos Ibérica, 2003. ISBN 9788449313547
“Serendipia. Descubrimientos accidentales de la ciencia”, Royston M. Roberts, Alianza Editorial, 2004. ISBN 9788420656700
Sobre la autora: Maria José Moreno (@mariajo_moreno) es periodista
Cristina Marcone
la casualidad no existe
Alexandra De Castro
Serendipia, sí. Pero sin sagacidad y educación, son fenómenos que habrían pasado desapercibidos.
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