La creatividad científica y el arte: La muerte de Sócrates

Fronteras

«La diferencia fundamental entre ciencia y arte no radica ni en su carácter creativo ni en su belleza. La ciencia es por encima de todo creatividad. Los científicos saben bien la profunda belleza que encierran los conceptos científicos. Una diferencia fundamental es el carácter acumulativo de la ciencia, la ciencia es progreso, nos apoyamos en los anteriores, somos eslabones de la cadena». Pedro Miguel Etxenike.

Estas palabras de Etxenike ilustran una idea que todos tenemos muy arraigada en la mente y es la de que el arte es una creación personal, la obra del trabajo de un genio, de un artista, que durante toda su vida trabaja, busca y hace propuestas estéticas hasta encontrar un estilo. Es habitual, (también lo comenta Etxenike) decir que todos los avances científicos de los que disfrutamos actualmente estarían igualmente a nuestra disposición si en vez de Newton, Einstein, Kepler o cualquier otro gran nombre hubieran existido otros. A esto se contrapone la idea de que Las Meninas no hubieran existido sin Velázquez, ni Las Señoritas de Avignon sin Picasso pero «la no menos bella estructura de doble hélice del ADN hubiese sido descubierta sin Watson y Crick«.

Lejos, muy lejos, de mi intención está contradecir esta opinión pero sí me gustaría matizarla un poco.

La muerte de Sócrates

La creatividad científica es acumulativa y la artística también. Nadie empieza a pintar sin haber visto un cuadro antes, y cualquier genio de la pintura contemporánea, el que sea, pero cojamos como ejemplo a Picasso, no hubiera existido sin Velázquez, Goya o el arte africano. Es verdad que no les supera, en ese sentido es verdad que la creatividad artística no es mejor que la anterior. En arte no pasa como en ciencia, no hay un pintor mediocre ahora que pinte técnicamente mejor que Velázquez, ni un escritor mediocre que sea mejor que Stendhal o que Steinbeck aunque tenga más medios documentales para su trabajo. Pero para llegar a la «excelencia», o como queramos llamarlo, artística… cualquier artista va a fijarse y necesita aprender del trabajo de maestros anteriores.

Como ejemplo de todas estas ideas traigo hoy al Cuaderno de Cultura Científica, un video ensayo de «The Nerdwriter» en el que se analiza de manera pormenorizada la historia, la estética y las influencias políticas de uno de los más famosos cuadros del Neoclasicismo «La muerte de Sócrates» de Jacques-Louis David.

El neoclasicismo es un estilo artístico muy desconocido, percibido como frío, plano, académico, poco emocional y muy severo e injustamente menospreciado.

En el vídeo queda perfectamente explicado como la obra de un genio, de David, no hubiera sido posible sin un bagaje anterior tanto filosófico, moral y político como artístico. Al contrario de lo que muchas veces pensamos, las corrientes artísticas casi siempre surgen por oposición a la corriente establecida.

El Neoclasicismo, la obra de David en este caso ocupa un lugar en la historia del arte, es un paso necesario e imprescindible para lo que vino después. Era necesario para llegar al realismo de principios del siglo XIX que David se opusiera, tanto por estética como por principios, al estilo Rococó y recuperará las claves del arte clásico. Una vez más, arte y ciencia están mucho más próximos de lo que pensamos.

Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 14 años de experiencia en el mundo de la televisión. Autora de los blogs: Cosas que (me) pasan y Pisando Charcos.

2 comentarios

  • Avatar de Fèlix Pardo

    En la literarura española encontramos otro caso que verifica esta hipótesis exegética, la poesía de Miguel Hernández. Contra el mito del zagal prácticamente analfabeto del que emerge la voz lírica del pueblo se puede demostrar el contacto con el legado acumulativo de la tradición en el devocionario que manejó de niño, con una excelsa antología de poetas del siglo de oro, entre los que destaca el poco conocido Baltasar de Alcázar, cuyos versos informaron la poética de Hernández, y en la magnífica biblioteca de José María de Cossío donde, de jovencito, trabajó como bibliotecario. Sin esas dos experiencias, su genio autodidacta no hubiera florecido.

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