Han pasado la verja y subido la escalera,
en casa están Burke y Hare.
Burke el carnicero, Hare el ladrón,
y Knox, el chico que compra la carne.
Burke y Hare
cayeron por las escaleras,
con un cuerpo en una caja,
cayó hasta el Dr. Knox.
[…]
Canción infantil escocesa de la época para saltar a la cuerda y jugar a la rayuela.
Aunque los asesinos, en el Edimburgo de los años 20 del siglo XIX, fueron William Burke y William Hare, y por sus crímenes fueron condenados, esta historia debe comenzar con Robert Knox, profesor de Anatomía. Nació en 1791, hijo de un profesor de matemáticas y se graduó en Medicina en 1814. Vivió un año en Londres, completando su formación en el Hospital de San Bartolomé, y se alistó en el ejército. Estuvo en Bruselas, después de Waterloo, y fue destinado a Ciudad del Cabo donde vivió varios años. Permaneció en el ejército hasta 1832, aunque desde 1820, y tras solicitar un permiso prolongado, continuó su carrera médica por su cuenta. Vivió en París, donde conoció al Barón Larrey, Inspector General Médico en el régimen napoleónico y, por su mediación, a los gigantes de la Anatomía Comparada, Etienne Geoffroy Saint-Hilaire y el Barón Cuvier.
Regresó a Edimburgo en 1826 y fue nombrado Conservador del recién inaugurado Museo de Anatomía Comparada. Además, y para ganarse el sustento con holgura, fundó una escuela privada de anatomía. En aquella época era costumbre, además muy necesaria, que los médicos, una vez licenciados, continuaran su preparación en Anatomía con clases privadas, pues los estudios oficiales no eran lo suficientemente completos. Por esta razón proliferaron por entonces las escuelas privadas de esta disciplina médica.
Knox tuvo un éxito arrollador con su escuela y, en 1828, era la que más alumnos, alrededor de unos 500, atendía de toda Gran Bretaña. Entre sus alumnos quizá estuvo un joven y desganado Charles Darwin que, por aquellos años, hacía un fútil intento de estudiar Medicina en Edimburgo, obligado por su padre que, como todos los padres, quería hacer de su hijo un hombre de provecho. Lo sería, aunque con un futuro totalmente inesperado. Volvamos al profesor Knox puesto que, en aquellos días, estalla el asunto Burke & Hare.
En noviembre de 1828, la policía descubre el cadáver de una tal Mrs. Docherty en el sótano de la vivienda de Robert Knox que es, a la vez, la sala de disección de su Escuela de Anatomía. No es raro encontrar un cadáver en un local con ese uso, pero la policía sospecha que Mrs. Docherty no ha llegado hasta allí con todos los permisos necesarios. Por cierto y antes de seguir, el profesor Knox acostumbraba, con una técnica genuinamente escocesa, a conservar los cadáveres en whisky antes de proceder a su disección.
Knox, como muchos otros profesores de Anatomía, incluso en la actualidad, tenía muchas dificultades para conseguir cadáveres suficientes para que aprendieran y practicaran sus numerosos alumnos y, también, para sus propias investigaciones. Cuando alguien le entregaba un cadáver, no era muy escrupuloso y no solía preguntar por su origen. Pagaba lo acostumbrado y asunto resuelto. Knox llegó a gastar hasta 700 libras al año por cadáveres que le llegaban incluso de Londres, Glasgow o Dublín. Y aquí intervienen los llamados “resurreccionistas”, que son aquellos que “resucitaban” a los muertos recién enterrados en el cementerio y los vendían a profesores de Anatomía. Cualquiera puede recordar en este momento la escena inicial de la película El Doctor Frankenstein, de James Whale (1931); allí se ve a los “resurreccionistas” en plena acción, “resucitando” un cadáver en un tenebroso camposanto. O, para una descripción más literaria, lean el cuento de Robert Louis Stevenson titulado “El usurpador de cadáveres”, publicado en 1884.
Para solucionar su escasez de cadáveres, Knox pagaba unas siete libras por cadáver a personajes no muy recomendables, entre ellos los que en poco tiempo serían famosos, William Burke y William Hare, conocidos “resurreccionistas” de Edimburgo y cementerios de los alrededores. Pero la demanda de Knox era mucha y los cadáveres pocos, lo que obligó a Burke y Hare a desarrollar un método más drástico, incluso más limpio, pues no había ni que desenterrar al muerto, para conseguir cadáveres frescos: simplemente, asesinaban a todo aquel que se ponía a su alcance. Así, Mrs. Docherty formaba parte del grupo de 16 cadáveres que, por lo que sabemos, fueron asesinados por Burke y Hare, según propia confesión. Los asesinos mataban a sus víctimas sofocándolas con emplastos que apretaban contra su rostro hasta que se asfixiaban. Hoy en día, en inglés, to burke es sofocar, estrangular. Por otra parte, en la investigación se descubrió que los asesinados estaban ebrios ya que pasaban sus últimos momentos bebiendo con quienes serían sus asesinos.
Cuando se descubrió la tragedia, Gran Bretaña entera se estremeció de horror. La reputación de Knox se hundió. Aunque fue exculpado porque no se pudo demostrar que conocía los crímenes de Burke y Hare y ni siquiera fue juzgado, durante el ahorcamiento público de Burke, la multitud pidió a gritos que también llevaran a Knox al cadalso. Por cierto, quizá por una especie algo rara de justicia poética, el juez ordenó que, inmediatamente después de la ejecución, el cadáver de Burke fuera diseccionado allí mismo por un profesor de anatomía. Una enorme multitud se reunió para ver la labor del experto, y en el tumulto, desapareció la piel de Burke, ya separada del cuerpo; semanas más tarde, por las calles de Edimburgo se ofrecían, a buen precio, carteras y bolsos hechos, se decía, con la piel de Burke. Su máscara mortuoria, algunos de estos bolsos y carteras y su esqueleto todavía pueden verse en el Museo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo.
Ya han muerto los asesinos y poco hemos hablado de ellos; conocemos mejor a Knox que a Burke y Hare. Ambos eran norirlandeses, del Ulster, y habían nacido Burke en Urney y Hare en Derry. Cuando Burke fue ahorcado, los dos tenían 37 años. Por cierto Hare se libró de la horca ya que el fiscal le concedió la inmunidad por declarar contra su colega; fue liberado en 1829 y no se sabe que fue de él. Burke y Hare emigraron a Escocia por separado, y no se conocieron hasta 1827 cuando ya se habían casado. La mujer de Hare tenía una pensión en la que se alojaron Burke y su mujer. Su primera venta a los ayudantes de Knox fue el cadáver de un huésped de la pensión que murió por causas naturales. Para ahorrarse los gastos del entierro, Burke y Hare cargaron con él y se lo vendieron a Knox por 7,10 libras esterlinas. A partir de esta primera venta, parece ser que Burke y Hare ya no esperaban a causas naturales para conseguir cadáveres. Además, la pensión de Hare ofrecía un surtido interminable de personas solitarias, pobres y con mala salud, a los que sólo ayudaron a morir y que, por otra parte, nadie reclamaba.
Knox siguió en su puesto en el Museo hasta 1831, año en que dimitió por las presiones que soportaba tanto desde el Consejo de la institución como de la sociedad civil de Edimburgo. Marchó a Londres en 1842 y continuó su carrera docente e investigadora en varios hospitales de la capital. El 9 de diciembre de 1862 sufrió un derrame cerebral y falleció once días después, el 20 de diciembre.
Fue un gran profesor de Anatomía y sus clases estaban perfectamente preparadas y levantaban el entusiasmo de sus alumnos. Gran investigador, con muchas publicaciones interesantes y certeras, su ambición le llevó a ignorar lo que ocurría fuera de la sala de disección y no quiso saber, seguramente, cómo conseguían sus ayudantes los cadáveres para el estudio. Sobre Knox siempre quedará la duda, y su personalidad, orgullosa y discreta, no ayuda a resolverla.
Pocos años más tarde, en 1831, John Bishop y Thomas Williams, cometieron en el King’s College de Londres un “Burke and Hare”, como decía gráficamente la prensa. Asesinaron, como sus colegas “resurreccionistas” de Edimburgo, para surtir de cadáveres a los profesores de Anatomía del College. Estos escándalos obligaron por fin al gobierno a regular estrictamente la entrada de cadáveres en las salas de disección de anatomía.
En Edimburgo, la incógnita que ya sabemos quedó sin respuesta era si Knox estaba al tanto de los manejos criminales de Burke y Hare. Es cierto que no compraba los cadáveres en persona; lo hacían sus ayudantes, pero siguiendo sus órdenes e instrucciones. Incluso alguna vez se comentó lo “fresco” que era el material de Burke y Hare. Además, Knox era un experto en la materia, uno de los mejores del mundo según su fama, y parece difícil que, al hacer la disección, no averiguara cómo habían muerto aquellas personas; seguro que algo sospechaba y no le importó. Necesitaba cadáveres para la docencia y para su investigación; quizá su lema era la Anatomía por encima de cualquier consideración ética.
Referencias:
Biddiss, M.D. 1976. The politics of Anatomy: Dr. Robert Knox and Victorian racism. Proceedings of the Royal Society of Medicine 69: 245-250.
Currie, A.S. 1932. Robert Knox, anatomist, scientist, and martyr. Proceedings of the Royal Society of Medicine 26: 39-46.
MacLaren, I. 2000. Robert Knox MD, FRCSEd, FRSEd 1791-1862: The first Conservator of the College Museum. Journal of the Royal College of Surgery od Edinburgh 45: 392-397.
Schroeder, B. 2007. Strange and terrible!: serial killers. Number 1: Why did they do it? ZemBooks. Marion, Indiana. 84 pp.
Stevenson, R.L. 2015 (1884). El usurpador de cadáveres. Libro de Dominio Público. Amazon. 28 pp.
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
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