Hace más de dos mil años en China se utilizaba, con fines medicinales, la artemisia (Artemisia annua), una planta muy común. Entre otras indicaciones, se usaba como remedio contra la malaria. Sabemos de su uso allá por entonces porque aparece en “Recetas para las cincuenta y dos enfermedades”, uno de los textos de Mawangdui hallados en una tumba que data de 168 AC y de la que fueron recuperados en 1973. Se conoce su uso contra la malaria desde hace varios siglos, pues está recogido en el “Manual de prescripciones para emergencias”, escrito a mediados del siglo IV de nuestra era.
A mediados de los sesenta del pasado siglo, el ejército chino impulsó un programa de investigación para desarrollar fármacos antimalaria a partir de productos utilizados en la llamada medicina tradicional china. Los necesitaban sus aliados norvietnamitas que combatían a los vietnamitas del sur y norteamericanos en unas selvas plagadas de mosquitos. Partiendo de medio millar de remedios tradicionales, la investigadora Tu Youyou aisló de uno de ellos –la artemisina- una sustancia a la que llamó artemisinina. Además, se valió de unas indicaciones según las cuáles la hierba original había de mojarse en agua fría, razón por la que decidió realizar la extracción a baja temperatura. Y funcionó; la artemisinina es muy eficaz frente a la malaria: se estima que se salvan 100 000 vidas al año gracias a ella.
El hallazgo de la artemisinina ha sido la causa por la que Tu Youyou ha sido galardonada con el premio Nobel de Medicina de 2015. Junto a ella, han sido premiados otros dos investigadores, el japonés Satoshi Omura y el irlandés William Campbell, por el desarrollo de la ivermectina, un fármaco eficaz para combatir enfermedades graves causadas por gusanos nematodos.
El premio a Youyou ha sido interpretado en algunos medios como un respaldo a las llamadas “medicinas tradicionales” como vía para encontrar terapias eficaces frente a enfermedades para las que no hay remedios. Algunos incluso van más allá, y aprovechan para reivindicar la validez de esas “medicinas tradicionales”. Conviene, sin embargo, aclarar algunas cosas.
La “medicina tradicional china” cuenta con centenares de remedios. Y se apoya, además, en toda una filosofía basada en una determinada concepción del ser humano, la naturaleza y el cosmos. Pero ninguna prueba avala la validez de esa visión. Y en ese sentido le pasa lo que a otras “terapias alternativas”: en la gran mayoría de casos su capacidad terapéutica no supera a la que acredita un placebo. ¡Ojo! Eso no significa que alguno de esos remedios no tenga efectividad real más allá del mencionado efecto placebo. Algunos son efectivos, por supuesto, porque en todas las culturas puede haber productos que son utilizados con éxito para tratar ciertas dolencias. Pero que esos productos funcionen no significa que, de haberla, la cosmovisión que le sirve de soporte tenga algún fundamento científico.
Las compañías farmacéuticas recurren a múltiples fuentes para desarrollar nuevos fármacos basados en sustancias naturales. La compañía PharmaMar, por ejemplo, desarrolló el antitumoral Yondelis a partir de un animal marino: el tunicado colonial Ecteinascidia turbinata. Y otras se afanan por encontrar boticas a partir, por ejemplo, de venenos de serpientes. No hay novedad ninguna en ello. El ácido acetilsalicílico, la conocidísima aspirina, es un producto sintetizado a partir de otra sustancia, la salicina, extraída originariamente de la corteza del sauce, cuyo uso terapéutico tiene miles de años de antigüedad. El aval terapéutico en ningún caso procede del carácter milenario de los remedios, ni tampoco de su eventual origen marino (o reptiliano incluso), sino de haber demostrado su efectividad sin que causen otros daños.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Este artículo fue publicado en la sección #con_ciencia del diario Deia el pasado 11 de octubre de 2015.
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