El ideal de la comunicación abierta hizo su aparición con la propia ciencia moderna en los siglos XVI y XVII. Antes, distintos factores filosóficos, sociales y económicos limitaron la circulación libre de los conocimientos acerca de la naturaleza. Con el tiempo, los conflictos bélicos, los intereses económicos y la propia forma de hacer ciencia convertirían grandes parcelas del conocimiento científico en secretos. La ciencia abierta es solo una parte de toda la ciencia, y puede que no la mayor.

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Solo para iniciados

Las tradiciones pitagórica y aristotélica distinguían el conocimiento esotérico (interno) del público y restringían el acceso al primero, que incluía la filosofía natural, a los discípulos elegidos.

La filosofía hermética que floreció en el Renacimiento y que con tanta intensidad abrazó los aspectos místicos de la alquimia y cualquier otro conocimiento de igual transcendencia reservaba los secretos de la naturaleza para los iniciados.

Pero no todo era filosofía, las consideraciones económicas siempre pesan mucho. Así, el sistema de gremios no fomentaba la diseminación de los conocimientos propios de los distintos oficios más allá del propio taller del maestro artesano y la ausencia de derechos de propiedad intelectual evitaba que ingenieros e inventores publicasen su trabajo; si alguno se animaba a escribir, lo hacía cifrando el texto, de forma que solo los elegidos pudiesen entenderlo. A este respecto, Leonardo da Vinci y su escritura especular (para ser leída usando un espejo) es un ejemplo muy conocido.

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Imprenta, patentes y academias

Distintos desarrollos durante la llamada Revolución Científica se combinaron para superar la tendencia a guardar los conocimientos sobre la naturaleza como secretos. Quizás el más importante fue el desarrollo y expansión de la imprenta de tipos móviles, que permitía que las obras tuviesen una difusión muy amplia y muy rápida (en relación al uso de manuscritos), y que fomentó la ética de publicar los resultados de las investigaciones. Este paso culminaría en nuestra situación actual, en la que los científicos deben “publicar o perecer”.

Las ciudades-estado italianas fueron las primeras en implementar leyes de patentes en el siglo XV, que probaron ser tan provechosas que los sistemas legales de protección de patentes se extendieron rápidamente por Europa en el siglo XVI, llegando finalmente a extender los derechos de propiedad a las creaciones intelectuales a través de los derechos de autor (copyright).

Finalmente, las nuevas sociedades científicas, como la Royal Society de Londres o la Académie Royale des Sciences de París, ambas fundadas a mediados del siglo XVII, proporcionaban el cauce práctico adecuado para comunicar públicamente los nuevos descubrimientos mediante conferencias a los miembros y la publicación en sus medios periódicos.

Secretos, secretos

Y, sin embargo, los secretos se perpetuaron en la ciencia moderna en tres formas distintas.

El secreto personal surgía del propio sistema de recompensa de la comunidad científica, que hacía énfasis en la prioridad del descubrimiento individual y animaba a los científicos a mantener en secreto los resultados no publicados; si no lo hacían así un colega podía llegar a tener conocimiento de su trabajo todavía no concluido y adelantarse en la publicación, obteniendo así el reconocimiento y todo lo que él conlleva.

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El secreto industrial se deriva de las recompensas a la prioridad a los derechos de propiedad que da el capitalismo. Si bien el sistema de patentes anima a publicar una vez la patente está asegurada, hasta ese momento el secreto tiene que guardarse celosamente. Este celo lleva a rigidizar el sistema de revisión por pares (los que revisan suelen ser competidores potenciales). El ejemplo más espectacular de lo que esto significa está en cómo se duplicaron los esfuerzos en la investigación genómica a finales del siglo XX y, el más reciente, en la guerra de patentes por el sistema CRISPR/Cas9 que aun se está librando, en ambos casos debido al enorme potencial económico que encierran.

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Finalmente el secreto también surge de la relevancia de la ciencia para la seguridad nacional. Pero, curiosamente, la historia demuestra el promotor del secretismo no es necesariamente el estado en cuestión. Un ejemplo precoz lo protagonizaron Antoine Lavoisier y sus colaboradores, que trabajaron en un laboratorio secreto de explosivos que montaron ellos mismos durante la Revolución Francesa. La ignorancia excusable de los líderes políticos y militares sobre los últimos avances en investigación, combinado con el habitual conservadurismo de los estamentos militares, llevó a los propios científicos hasta superada la primera mitad del siglo XX a asumir la iniciativa en el desarrollo de nuevas tecnologías militares y a mantenerlas en secreto.

Quizás el ejemplo más conocido e importante por su transcendencia posterior fue la autocensura que se impusieron los físicos e ingenieros británicos y estadounidenses tras el descubrimiento de la fisión nuclear en 1939 con objeto de impedir que sus resultados llegasen a manos de la Alemania nazi. Finalmente científicos norteamericanos y de otros países aliados consintieron en trabajar en secreto en el desarrollo de un arma nuclear en el denominado Proyecto Manhattan.

Durante la Segunda Guerra Mundial se crearon multitud de laboratorios secretos y se desarrolló trabajo en universidades bajo el auspicio de las autoridades militares en condiciones de estricta confidencialidad. Las contribuciones de la ciencia y la tecnología en ambos bandos (criptografía, cohetes, bombas atómicas, motores, gasolina sintética, radar, sonar, por mencionar solo algunos) al desarrollo de la guerra convenció a los gobiernos de la necesidad de mantener en funcionamiento laboratorios secretos, institucionalizando de esta manera el secreto en la ciencia. Esta forma de trabajar sobrevivió al fin de la Guerra Fría, y hoy día el secreto afecta a todas las áreas concebibles del conocimiento: desde la entomología a la exploración espacial, pasando por la neurociencia básica y las matemáticas.

Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance

1 comentario

  • Avatar de Julián Álvarez-Santullano

    Secretos.-Completamente de acuerdo.-Con cierta frecuencia, las noticias que se nos sirven en el campo de la Astrofísica, corresponden a investigaciones que llevan desarrollándose hace años.-El resumen que has hecho, es muy completo, claro, y didáctico.-Mi felicitación.-

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