Moluscos en el Arte

Ciencia infusa

Intercambiar información y comunicar ciencia son los objetivos esenciales de la divulgación científica. Hay que llegar a la ciudadanía y unir ciencia y cultura que, sin remedio, son y han sido siempre lo mismo. Por ello, me parece interesante repasar el arte de épocas pasadas para aprender qué ciencia conocían y cómo la utilizaban en su vida cotidiana. Y encontraremos conchas y, en general, moluscos en la pintura, y nos ayudarán a interpretar lo que eran y significaban en culturas anteriores.

El arte sirve para conocer la historia y, ahora, si unimos arte y ciencia, y como en este texto, arte y moluscos, podemos deducir cómo los utilizaban y, también, su distribución y su ecología. Podemos reconstruir, sea con aproximación, las poblaciones originales de estos animales a partir de las especies representadas en el arte. Y, también, su valor y manipulación como alimentos. Plantearemos hipótesis sobre cómo se relacionaban aquellas culturas con su entorno.

Adriaen van Stalbent, «Las Ciencias y las Artes», óleo sobre tabla, 89,9 x 117 cm, Madrid, Museo del Prado.

Ya en aquellos siglos era evidente para muchos pintores la unión de ciencia y arte e, incluso, hubo cuadros que los representaron en conjunto pues esa era la idea de algunos de los mecenas que los patrocinaban. Así, Adriaen van Stalbent, pintor holandés del siglo XVII, ofreció una obra con ese título, “Las Ciencias y las Artes”, cuadro que se expone en el Museo del Prado. Representa un gabinete, habitual en esa época, con conchas y otros animales encima de una mesa junto a la que aparecen unos caballeros que las estudian y consultan varios voluminosos libros para ello. Mientras, en el otro lado de la habitación, hay varios cuadros en la pared, y algunos son bodegones con plantas y animales. Es evidente que no hay separación entre ciencia y arte.

Salvador Dalí, «La Madonna de Port Lligat», óleo sobre lienzo, 144 × 96 cm, Tokio, Fukuoka Art Museum.

Hay muchos ejemplos de moluscos en el arte, desde las cuevas del Paleolítico a los mosaicos romanos, con la Venus de Botticelli en el siglo XV, con la diosa saliendo de una vieira, quizá del bivalvo de la especie Pecten maximus, hasta Murillo en el siglo XVII con los Niños de la concha, de nuevo el Pecten maximus, el Bodegón de peces y tortugas del italiano Giuseppe Recco, con un par de calamares, y pintado a finales del XVII, o, más cercanos en el tiempo, Picasso en 1911 con su bodegón con un plato de ostras, o El caracol, abstracto y polihédrico, de Matisse, de 1953, con La tierra labrada de Joan Miró en 1923, o La Madonna de Port Lligat con su gasterópodo marino bien visible, de Dalí, de 1950.

Conchas marinas encontradas en distintas cuevas marroquíes con asentamientos paleolíticos. Del 1 al 19 las correspondientes a la «Grotte des Pigeons». Compárese con las conchas de moluscos actuales: 28, «Nassarius gibbosulus»; 29 y 30, «Nassarius circumcinctus»; 31, «Columbella rustica»

Fue hace miles de años cuando hemos fechado uno de los usos más antiguos que conocemos de conchas de moluscos como arte. El estudio lo lideró Abdeljalil Bouzouggar, del Instituto Nacional de Ciencias de la Arqueología y del Patrimonio de Rabat, que fechó hace 82000 años las conchas de caracol marino, de Nassarius, que encontró en la Grotte des Pigeons, en Taforalt, Marruecos. Eran 13 conchas en total y las habían utilizado como adorno, con orificios para convertirlas en cuentas de collar. Además, algunas estaban pintadas con un pigmento rojo del tipo de la hematita, con mucho hierro. Y estaban a unos 40 kilómetros del Mediterráneo, a gran distancia del hábitat natural del Nassarius.

En Europa se conoce el uso de conchas como adorno con fechas de hace unos 40000 años y, además, tanto en yacimientos de nuestra especie como en los de neandertales.

Entre los romanos, las imágenes de moluscos en frescos y mosaicos son numerosas y están bien documentadas. Steve Wilkinson relata las que aparecen en las ruinas de Pompeya, ciudad destruida por la erupción del Vesubio en el año 79, y excavada a partir del siglo XVIII. En algunos de los mosaicos hay gasterópodos como el Murex, bivalvos, pulpos y calamares. También aparecen algunos caracoles terrestres como Eobania y Marmorana, especies que todavía se encuentran vivas en los alrededores de las ruinas.

Desde el siglo XII, la concha de vieira es el símbolo de la peregrinación a Santiago de Compostela. Los expertos aseguran que es la concha del bivalvo Pecten maximus, típico del Atlántico, más que el Pecten jacobeus, a pesar de su nombre científico, que es especie del Mediterráneo.

En Holanda, en los siglos XVI al XVIII, los gabinetes naturalistas, todos ellos colecciones privadas, son extraordinarios y con muestras de todo el mundo que llegaban al país a través del puerto de Amsterdam, como hemos visto en la obra de van Stalbent. En algunas de esas colecciones, los moluscos estaban representados con miles de ejemplares.

En otros países europeos ocurrió algo parecido, como en Francia, Italia o España. Llegaban muchos ejemplares de plantas y animales de las exploraciones de América, Asia y África y las colecciones crecían. Años más tarde, algunas de esas colecciones, en principio privadas o de aristócratas y reyes, fueron la base de museos e instituciones públicas.

Giuseppe Arcimboldo, «L’Acqua», óleo sobre tabla, 66,5 x 50,5 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum

Y también se basaban en estas colecciones los abundantes cuadros, de los géneros naturaleza muerta y bodegón, que se pintaron en esos países y en la misma época. Por ejemplo, en Holanda, el pintor Adriaen Coorte pintó varias composiciones solo con conchas. O en España, los bodegones de Luis Egidio Meléndez, que están depositados en el Museo del Prado. En Italia, en el siglo XVI, vivió, quizá, uno de los pintores más originales en la representación de bodegones. Era Giuseppe Arcimboldo, con sus reconstrucciones de rostros y cabezas con diferentes, y numerosas, especies de plantas y animales y, entre ellas, cinco especies de moluscos en el cuadro titulado Acqua.

Pero también hay conchas en entornos populares, sobre todo en cuadros de autores holandeses y belgas. Las ostras hasta el siglo XVII habían sido un alimento para pobres pero, a partir de entonces, aparecen en las mesas de los burgueses, de nobles y de ricos, sobre todo en Holanda, y, a la vez, llenaron las despensas de los pudientes y los bodegones que encargaban a sus pintores favoritos.

David Teniers «el joven», «La cocina», óleo sobre cobre, 75 x 77,8 cm, La Haya, Mauritshuis

Autores como David Teniers el Joven, en el siglo XVII, representa cocinas y posadas en las que las conchas de los mejillones, que seguían siendo para pobres, aparecen ya comidos y por el suelo, como en su cuadro La cocina. Todavía los mejillones son plato nacional en la cocina belga. Y es delicioso. Y, además, considero que también es un arte.

Mejillones como los ponen en Bélgica

Ingredientes:

1 kg de mejillones

1-2 cebollas

1-2 tallos de apio

mantequilla, tomillo, laurel, (vino blanco)

patatas para las patatas fritas

Preparación:

Raspar y limpiar los mejillones.

Preparar una cazuelita por comensal.

Pelar tres cebollas grandes y cortarlas en rodajas que ya se soltarán solas durante la cocción.

Cortar en trozos como de centímetro y medio, tres tallos de apio en la parte verde.

Derretir la mantequilla (mejor mucha que poca), calientar un poco para que se funda, aunque no mucho, y vierta las cebollas y el apio y rehogue hasta que la cebolla quede transparente y el apio crujiente.

Añada los mejillones. Revuelva y los mejillones empezarán a soltar líquido.

Después de dos a tres minutos, añada dos o tres vasos de agua o dos o tres vasos de vino, según el líquido que le apetezca y que necesiten. También agregue tres o cuatro ramitas de tomillo y dos hojas de laurel. Sal y pimienta al gusto (yo no le pondría sal).

Revolverlo todo hasta que los mejillones se abran.

Servir con patatas fritas y pan con mantequilla para mojar en el jugo, y, además, cerveza.

Por cierto, las patatas también se deben freír al estilo belga: una primera vez a fuego lento para que se hagan por dentro, sacar y dejar enfriar, y una segunda vez a fuego fuerte para que queden doradas por fuera. Otra delicia para acompañar a los mejillones.

Maestro de Hartford, «Una mesa puesta con flores y frutas», óleo sobre lienzo, 74 x 100 cm, Hartford, Wadsworth Atheneum

También aparecen caracoles terrestres, aunque con una presencia más escasa, como ocurría en los mosaicos de Pompeya. Por ejemplo, el holandés Abraham Mignon representa a una especie del género Cepaea, nuestro “navarrico” que, por cierto, aparece en varios cuadros de los pintores holandeses de los siglos XVII y XVIII. O nuestro caracol comestible, el Cornu aspersum, que pintó en alguno de sus bodegones el llamado Maestro de Hartford, que algunos expertos sospechan era el alias de Caravaggio cuando era joven. Y el Helix pomatia, el caracol comestible francés, que pintó el italiano Evaristo Baschenis en un cuadro dedicado a la despensa. Allí aparece con el típico opérculo calcáreo que tapa la abertura y que fabrica cuando el entorno no le es propicio.

En muchos de los cuadros, la aparición de una o de otra especie tenía un significado místico, moral o religioso. Así, el caracol terrestre indicaba apego a la tierra y, además, pereza por la lentitud de sus movimientos. La ostra era afrodisiaca y, por tanto, representaba al pecado de la lujuria. Las conchas de gasterópodos marinos, como rarezas que eran en aquellos años, son a menudo símbolos de salud.

Visto lo anterior y demostrada la presencia de abundantes moluscos en el arte, desde las conchas de adorno coloreadas de hace 80000 años hasta los pintores más actuales, nos podemos preguntar, como hacen Brian Wansink y sus colaboradores, de la Universidad Cornell de Ithaca, en Nueva York, si esos moluscos, como alimento o simplemente como arte, son un vistazo a tiempos pasados que nos permitirán captar la relación de aquellas gentes con su entorno.

Algo así hicieron con su estudio sobre la presencia del mero (Epinephelus marginatus) en 23 mosaicos romanos fechados entre los siglos I y V, Paolo Guidetti y Fiorenza Micheli, de las universidades de Salerno, en Italia, y Stanford, en Estados Unidos. Sus resultados describen la presencia, distribución y pesca del mero en el Mediterráneo romano.

Wansink y su equipo analizan 750 cuadros con alimentos y seleccionan 140, fechadoss del siglo XVI a la actualidad, que representan comidas familiares. No utilizan la representación de banquetes ni los bodegones y naturalezas muertas. Su objetivo es estudiar si los alimentos que aparecen en estos cuadros reflejan lo que las familias comían en su vida diaria. Cuantifican los alimentos de las pinturas y comparan los resultados con lo que sabemos por otras fuentes históricas.

Los alimentos más habituales en las comidas diarias de las familias, como el pollo o los huevos, son los menos representados en las pinturas. Los que más aparecen son los alimentos escasos y caros como el marisco, incluso en países con poca costa, o frutas difíciles de encontrar en el norte de Europa como, por ejemplo, los limones en más de la mitad de los cuadros con alimentos de Holanda. Hay casos, como el pan, que aparece un 75% menos de lo esperado, o las manzanas que están tres veces más, y que, sin embargo, son alimentos siempre disponibles en las comidas familiares.

Por cierto, los moluscos aparecen en el 22% de los cuadros estudiados, con el máximo en Holanda con el 57% y Alemania con el 20% y, sobre todo, en las pinturas de los siglos XVI y XVII.

En general, se prefieren representar alimentos que desean las familias, que son estéticamente bellos para los pintores, o que son difíciles de trasladar al lienzo, o, también, como ya hemos visto, que tienen algún significado cultural, religioso o político. Como conclusión, Wansink apunta que los cuadros con comidas familiares no sirven para conocer lo que las familias comían de manera habitual.

Sin embargo y para terminar, también es Brian Wansink nos demuestra que la comida en los cuadros también tiene su utilidad para obtener conclusiones quizá no esperadas. Estudia 52 representaciones pictóricas de la Última Cena y cuantifica el pan que hay sobre la mesa, el tamaño de los platos y la cantidad de comida que hay en cada plato que, por cierto, es pescado, cordero o cerdo. La comida en el plato principal aumenta un 27% desde el año 1000 hasta la actualidad, con el máximo crecimiento en los siglos XVI y XVII. También el pan es un 9% mayor, con el máximo en los últimos cuatro siglos. Y, además, en muy pocos cuadros hay vino.

Referencias:

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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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