La ciencia, como actividad, se basa en la publicación de sus resultados: en que los científicos hagan públicos los descubrimientos, reflexiones y datos, permitiendo así que otros científicos los conozcan y utilicen en sus propias reflexiones y experimentos. En el ámbito científico se lleva al extremo aquel viejo refrán de literatos que dice que escribir para el cajón es masturbación; en ciencia lo que no se ha publicado sencillamente no existe. Las reputaciones de quienes practican ciencia, su importancia y su influencia dependen de sus publicaciones; artículos, principalmente, aunque después también revisiones y libros de texto. Hacer ciencia incluye, por definición, hacer pública la ciencia.
Pero en los últimos tiempos dos factores han contribuido a deformar el sistema de publicación, retorciéndolo y haciendo que cada vez se aparte más de su función original dentro del método de la ciencia. Por una parte la práctica científica se ha burocratizado: al convertirse los estados en una parte clave de la financiación y el respaldo de la ciencia necesariamente su práctica se ha transformado. Las carreras científicas se han estandarizado; los sistemas para solicitar financiación se han convertido en estructuras burocráticas con sus plazos, sus instancias y sus currículos normalizados. Para que cualquier sistema burocrático funcione es necesario evaluar los resultados de las diferentes medidas tomadas; el rendimiento de los fondos invertidos, o la calidad y productividad de los científicos individuales.
Porque a la hora de dar plazas, o recursos, la burocracia exige baremos y la cantidad y calidad de los trabajos publicados se han convertido en las medidas clave del sistema científico. El número de ‘papers’ publicados y su impacto según diversos índices (número de citas, calidad de las revistas, etc) son ahora la llave para obtener plazas, laboratorios, becarios, proyectos; en suma, para progresar en ciencia. De ahí el famoso ‘publish or perish’ (publica o perece) que impulsa a los científicos en activo. Ya no la reputación o el gran descubrimiento: lo que hace falta es tener muchas publicaciones en revistas de impacto y un índice h cuanto mayor, mejor.
Simultáneamente a esto y en paralelo la publicación científica se ha convertido en un negocio multimillonario que proporciona pingües beneficios a un puñado de poderosas empresas. Gracias a la inteligencia empresarial de algunos y a la necesidad de vehículos de publicación que tiene la creciente masa de científicos en activo (sobre todo del sector público) han ido surgiendo decenas de miles de revistas especializadas en campos cada vez más recónditos con un modelo de negocio espectacular para cualquier editor: los autores no cobran por publicar (a veces pagan), los editores no cobran por editar (o reciben pagas ridículas) y universidades y centros de investigación están obligados a comprar las revistas resultantes al precio que les pongan (o a pagar la suscripción electrónica). Un verdadero chollo de negocio, respaldado además por una legislación de ‘propiedad’ intelectual excesiva que sesga el mercado hacia los intereses de las editoriales en cuestión.
Como consecuencia de estos dos factores se está produciendo una serie de deformaciones y monstruosidades que están afectando a la ciencia misma. Estamos viendo a científicos que cometen ‘piratería’ para dar a conocer su propio trabajo a otros científicos del ramo. Las universidades y centros de investigación dedican enormes sumas a pagar suscripciones, un dinero que no se puede dedicar a la propia investigación. La situación llega a tal punto que se han creado grandes depósitos ‘piratas’ de artículos que millones de científicos de todo el mundo usan como último recurso, además de proyectos de ciencia en abierto, con éxito creciente. Al mismo tiempo ha nacido y crecido una industria de revistas predatorias que se aprovechan de la enorme necesidad de publicar para cobrar a los científicos por hacerlo, aunque sea con ínfima calidad. Todo esto supone el desvío de ingentes cantidades de dinero público a bolsillos privados, con el agravante de que esos beneficios se basan no en dar a conocer los resultados de la ciencia, sino en limitar el acceso a sus publicación.
Hay indicaciones de que el sistema está sometido a tanta tensión que se está rompiendo. Sci-Hub es ahora tan grande que podría acabar por destruir el sistema de publicación ‘for profit’ y el cártel de las grandes editoriales; el problema de las revistas predatorias (también hay seminarios y simposios) está recibiendo más atención y se está dejando de considerar el simple número de publicaciones y firmas como criterio válido para científicos o proyectos. Los centros de investigación públicos, que ya han pagado por crear los resultados, están apostando por sistemas de distribución de estos resultados que no les cuesten aún más dinero. Todo lo cual son pasos en la buena dirección, que no serán suficientes mientras los sistemas de evaluación de calidad y productividad se sigan basando en criterios tan poco inteligentes como los actuales. Porque por definición ciencia es publicar, y es una contradicción intrínseca y un absurdo basar su medida en cualquier limitación de la publicación.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
La contradicción de la publicación – Cuaderno de Cultura Científica | Un intento de desubicación
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