La gran tragedia de la ciencia, decía Thomas Henry Huxley con considerable ironía, es el asesinato de una hermosa hipótesis a manos de un repugnante dato. Y es algo mucho más común de lo que imaginamos: innumerales, intrincadas, preciosas y espectacularmente explicativas hipótesis resultan cada día dañadas, heridas o destruidas por la súbita aparición en escena de un feo y aparentemente insignificante dato que sin embargo se convierte en su victimario y ejecutor. Porque no importa lo atractiva que pueda parecer una hipótesis ni la potencia de su capacidad explicativa, no hay explicación o teoría de funcionamiento de un fenómeno natural que pueda resistir a la imposibilidad de explicar un dato fehaciente.
El fenómeno está especialmente extendido en biología por culpa de la inagotable y feroz creatividad chapucera de la evolución por selección natural. Es común que un intrincado y complejo fenómeno que se podría explicar por la elegante interacción de un puñado de reglas comprensibles y sencillas resulte funcionar a base de ad hocs, como una sucesión de parches colocados unos sobre otros empleando los materiales menos convenientes y usando las combinaciones menos elegantes. La naturaleza suele utilizar lo que funciona y tiene a mano aunque la solución no sea la más económica o racional, y así es común que las redes genéticas que controlan un fenómeno usen absurdas combinaciones y extraños ciclos de control, o que una adaptación morfológica provoque situaciones carentes de lógica como el nervio faríngeo recurrente de la jirafa, que llega a alcanzar los 5 m de longitud para cubrir una distancia mucho menor. Ante este tipo de datos y hechos reales cualquier hipótesis alambicada y hermosa puede resultar más que perjudicada.
En el fondo se trata de uno de los muchos problemas que traen ’de fábrica’ los cerebros humanos a la hora de entender el universo que nos rodea; esos defectos del intelecto que tanto nos dificultan pensar con absoluta claridad. Porque para nuestra forma de pensar no hay nada más intoxicador y atrayente que una buena historia; nos gusta tanto una narrativa clara, elegante y sencilla que somos incapaces de resistirnos a la tentación y no sólo creemos en ella, sino que si es necesario la ‘ajustamos’ un poco si no encaja con los datos.
Las narrativas, las buenas historias, actúan sobre la mente humana como un virus: la colonizan, la invaden y la emplean para reproducirse transmitiéndose a otras mentes. Los cuentos y las narraciones nos gustan tanto que existen industrias multimillonarias dedicadas a ellos, desde los medios al cine, y la creación y mantenimiento de narrativas forma parte clave de nuestra política y de nuestra sociedad. El periplo del héroe, también llamado el monomito, es el arquetipo básico de buena parte de nuestras historias y su ubicuidad y persistencia demuestra la potencia que la narración tiene sobre nosotros. Las buenas historias, que cuanto están bien narradas son capaces de esconder sus propios fallos y debilidades, ejercen tan poderosa influencia sobre nuestra mente como para resultar peligrosas.
Este peligro se refiere sobre todo a la interacción entre las historias y la realidad, algo que ocurre en ciencia todo el tiempo. Los científicos son humanos por tanto sus mentes funcionan con historias; una buena teoría o una buena hipótesis no es más que una buena historia que explica una serie de fenómenos y los integra en un todo comprensible. Cualquier estudiosos de la realidad tenderá a construir una narrativa con lo que contempla, una historia que le ayude a comprender de qué manera aspectos aparentemente diferentes son en realidad facetas distintas de un fenómeno subyacente más fácil de comprender. En ese sentido la emisión de hipótesis y la creación de teorías no se diferencia en exceso de la creación de mitos o de narraciones; teorizar no está tan lejos de la literatura o del arte como pudiésemos imaginar.
Pero en la ciencia hay un paso más que resulta vital: confrontar nuestras preciosas narrativas hipotéticas, esas creaciones del intelecto cargadas de lógica y elegancia, con la cruda realidad. Donde a menudo las bellas hipótesis que podrían explicarlo todo de un modo sencillo y elegante resultan evisceradas porque a pesar de todo su poder explicativo resultan ser incapaces de explicar un simple dato. Toda la creatividad humana, toda la estructura del viaje heroico, todo el afán de simplicidad belleza de una hermosa hipótesis quedan en nada cuando esa explicación no es capaz de enfrentarse a un hecho. La narración nada tiene que hacer si la historia que estamos contando no puede explicar lo que de verdad sucede en ese experimento, en ese detalle anatómico, en ese detector.
Y de este modo las más bellas narrativas de la ciencia se pierden y desaparecen, y carreras científicas enteras llegan a un brusco final cuando aparecen datos que masacran sin piedad su capacidad explicativa. Porque los cerebros de los humano somos muy vulnerables al poder de las historias, pero en ciencia una buena narración no es suficiente.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
Javier
Esta es una de esas cosas de las que se podría decir que diferencian las matemáticas de las ciencias, a parte de las obvias.
Javier
A ver, que no digo que las matemáticas sea siempre aquello que el matemático quiera. Me refiero a que las matemáticas siempre buscan la sencilleza a la hora de resolver un problema. De hecho, cuando se habla de «belleza matemática» de lo que se habla, principalmente, es de una resolución original, pero también sencilla.
Zientziaren arriskuak • ZUZEU
[…] dute. Jarraian estatistika erabil daiteke hipotesia estatistiko adierazgarria dela ondorioztatzeko. Hipotesi eder eta logiko bat proposatu denez, errealitate itsusiak ezin du aurkakoa esan -pentsatzen du […]
Francisco
El verdadero problema está en creer que el recorrido del nervio mencionado debería ser objeto de alguna teoría y consiste en no saber distinguir lo relevante de lo accesorio. Para poder seguir vivos los seres vivos deben ser capaces de resolver aquellos problemas cuya solución es esencial para seguir vivos, evidentemente. Algunos de estos problemas son fundamentales y son la «esencia» de la vida. Los detalles de implementación de las distintas soluciones no son fundamentales.
Otra cosa esencial para no caer en la posición de escepticismo hacia la racionalidad defendida en el artículo, y que no comparto, es comprender la verdadera naturaleza de una teoría científica. Sin querer zanjar semejante problema aquí, si que querría decir que una verdadera teoría científica no cuenta una historia; una verdadera teoría científica pretende, en cambio, afirmar una estructura, una forma, racional «isomorfa» —perdón por el abuso del lenguaje— a la realidad y que generaliza más allá del conjunto de observaciones que la motivaron. Tal vez una mala teoría sea una historia para apaciguar las débiles mentes humanas, pero las buenas teorías científicas son los mayores logros de la ciencia.
César Tomé
Como Pepe Cervera, el autor, ya no está entre nosotros, me voy a permitir responder. Advierto que tengo mucha menos sabiduría de la que tenía Pepe.
Dice usted: «escepticismo hacia la racionalidad». Esto es simple, y llanamente, falso. El estudio científico de los sesgos cognitivos indica, sin ningún género de dudas, que están presentes en todos los humanos, científicos incluidos. Y que están presentes aunque se sepa que están. De aquí que se pueda afirmar que la racionalidad no existe. Los humanos no somos seres racionales, sino racionalizadores: justificamos «a posteriori», es decir, construimos narrativas. Me parece bien que usted no lo comparta pero, créame, o mejor, infórmese, comparte usted posición epistemológica con los terraplanistas.
Dice usted: «una verdadera teoría científica no cuenta una historia». Una hipótesis o un modelo científicos son hijos de su tiempo y de su sociedad. Esto es innegable y estará de acuerdo conmigo. Así, por ejemplo, la teoría del movimiento browniano es, por una parte, impensable antes de Boltzmann, y supone una manifestación de una creencia de su autor, Einstein, en la existencia de los átomos; será la confirmación experimental de este modelo en 1908 por Perrin, lo que confirmaría la hipótesis de partida, que los átomos existen. Antes de Perrin no había seguridad de que los átomos existiesen (Ostwald, que recibió el premio Nobel de química en 1909 negó la existencia de los átomos hasta 1908). El modelo de Einstein es parte de una historia, presente en él mismo, que resulta tener final feliz. La lectura de la introducción a muchos artículos científicos lo que hace es dar el contexto de la historia que van a contar.
Dice usted: «una verdadera teoría científica pretende, en cambio, afirmar una estructura, una forma, racional «isomorfa» a la realidad». Esto, simplemente, no es cierto. Una teoría científica está hecha por humanos para humanos. Las teorías científicas ni son la realidad ni son correspondientes («isomorfas») con la realidad, sino coherentes con el resto del conocimiento científico y con las observaciones (palabra esta no trivial) experimentales, y éstas, además, están “cargadas de teoría”.
Más sobre el asunto:
https://culturacientifica.com/2013/02/19/leyes-teorias-y-modelos-y-iii-existen-los-paradigmas/
https://culturacientifica.com/2015/08/11/la-verdadera-composicion-ultima-del-universo-ii-verdad-verdadera/
https://culturacientifica.com/2013/12/10/la-tesis-de-duhem-quine-v-los-metodos-de-la-ciencia/
y otros muchos textos en este mismo Cuaderno.
Francisco
Lamento mucho averiguar tan triste noticia. No lo sabía. En mi comentario quería expresar mi discrepancia, no un reproche o una crítica destructiva. Le agradezco su aclaración y que se tome el tiempo de responder en su lugar. Y tomo buena nota de sus argumentos, aunque a estas alturas me parezcan manidos y con poca sustancia, y sus formas injustificadamente malhumoradas.
«Me parece bien que usted no lo comparta pero, créame, o mejor, infórmese, comparte usted posición epistemológica con los terraplanistas». Créame, estoy informado —con titulaciones universitarias, más de una, en temas relevantes— de sobra. Sobre lo del terraplanismo, me deja sin palabras… Yo afirmo lo que quiero afirmar, porque quiero afirmarlo, y porque tengo razones fruto de la reflexión, conocimiento de posturas filosóficas previas, y conocimiento de suficientes ejemplos del objeto de estudio, de teorías científicas, para poder afirmarlo. Y, a pesar de todo esto que he dicho, soy consciente de que puedo estar equivocado. No sé que parte de que lo que una teoría científica en realidad propone son formas —y que lo hace a pesar de las consideraciones psicológicas, también pertinentes, también ciertas, que se puedan hacer sobre el científico que la propone— no ha entendido, pero no le demos más vueltas.
No he leído aún los enlaces —que yo recuerde—, pero prometo hacerlo.
Gracias de nuevo por su tiempo.