La filoxera y sus delitos

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Hoja de una vid afectada de filoxera.

Las primeras vides afectadas lo fueron en Pujault (Gard, Francia) en 1863. La plaga siguió extendiéndose por ese país y algo más tarde por el resto de Europa. Cinco años después el botánico Jules-Émile Planchon identificó al culpable. Era un insecto diminuto (de entre 0,3 y 1,4 mm) cuyo nombre científico actual es Daktylosphaera vitifoliae, conocido vulgarmente como filoxera. En las viñas europeas el insecto se introduce bajo tierra y ataca a las raíces, alimentándose de su savia y secretando un producto que impide el cierre de los orificios practicados por el parásito. La planta no solo sufre la pérdida de savia sino que, además, queda expuesta al contagio de hongos y bacterias, y desarrolla nudosidades y tuberosidades (tumores) que son las que acaban provocando su muerte. Al principio es una planta la que se marchita; luego lo hacen las de alrededor; poco después sucumben todas las viñas de una misma zona. La planta atacada muere tres años después del contagio. La filoxera procedía de América, de donde había llegado gracias a la rapidez con que los barcos de vapor hacían el viaje a través del Atlántico. Hasta la sustitución de los veleros por los barcos más modernos impulsados por vapor los insectos no sobrevivían a la travesía oceánica.

En sus zonas de procedencia los machos y las hembras de Daktylosphaera copulan en verano y la hembra pone un único huevo sobre el tronco de la planta. La eclosión de ese huevo se produce en primavera y da lugar a una hembra (sin alas) que se reproduce de forma partenogenética, o sea, sin haber sido fecundada por un macho. Tras tres mudas, que se producen en apenas tres semanas, pone entre cuarenta y cien huevos. Cada uno de ellos da lugar a una nueva hembra partenogenética y el proceso se repite otras cinco o seis veces. De esa forma pueden surgir en poco tiempo millones de nuevas hembras de filoxera que pueden instalarse en las hojas o en las raíces, aunque también pueden migrar de una a otra ubicación. Las hembras partenogenéticas de la última generación, tras una muda adicional, se transforman en ninfas que son las que producen los ejemplares (alados) de los que nacen los machos y hembras que se reproducen sexualmente tras copular. Estos no se alimentan y viven tan solo unos pocos días. En Europa las cosas son diferentes, porque rara vez se reproducen sexualmente y cuando lo hacen su descendencia no sobrevive.

Los efectos de la plaga fueron devastadores. Numerosas zonas vitivinícolas europeas se vieron afectadas durante el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX. Aunque se han ensayado diferentes técnicas para combatir la plaga, a la postre el procedimiento más efectivo ha resultado ser el de los injertos de cepas europeas en troncos de vides americanas. Estas sufren el ataque del insecto, que se alimenta de su savia, pero no provoca su muerte.

Francia fue el país europeo en el que la plaga tuvo un impacto económico más profundo: miles de familias fueron a la ruina y, como consecuencia, el sistema económico en su conjunto sufrió los efectos de la epidemia. Además, sus consecuencias no se limitaron a la esfera puramente económica: en las zonas afectadas se cometieron, en promedio, un 22% más de delitos contra la propiedad, porque muchas personas perdieron el que había sido su modo de vida tradicional y optaron por recurrir al robo. Pero curiosamente en esas mismas zonas se produjeron un 13% menos de crímenes violentos porque a la vez que se redujo la producción de vino también descendió su consumo.

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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU


Una versión anterior de este artículo fue publicada en el diario Deia el 14 de enero de 2018.

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