¿Cómo despertar vocaciones científicas en los niños?

Firma invitada

Haydée Valdés González

Estarán de acuerdo conmigo en que todos los niños nacen con muchas de las capacidades* propias de un buen científico.[1] Es decir, su habilidad innata para observar (se dan cuenta de todo y no pierden detalle de lo que les interesa), su curiosidad y su capacidad instintiva para el aprendizaje empírico les proporcionan las habilidades exploratorias y de experimentación necesarias para elaborar hipótesis que les permitan comprender el mundo que les rodea.

Además, y por lo general, las materias de ciencias apasionan a los niños hasta el punto de que resulta realmente difícil encontrar a un niño que no muestre interés alguno por temas como por ejemplo los volcanes, el espacio, los dinosaurios, los robots, los animales salvajes o las fosas submarinas. De la misma manera, los niños suelen sentirse bastante atraídos ante la posibilidad de llevar a cabo experimentos científicos.

Sin embargo, paradójicamente, cuando de materia educativa se trata, las asignaturas de ciencias (la Ciencia que se enseña en las escuelas) suelen percibirse como aburridas, inútiles y difíciles[2,3,4,5] siendo así que el interés por las materias de ciencias empieza a decaer aproximadamente hacia los diez años haciéndose aún más evidente con el paso a secundaria.[6] Por consiguiente, el porcentaje de jóvenes que optan por una formación científica o técnica al finalizar sus estudios obligatorios es bajo.[5,6,7,8]

Una consecuencia de todo ello es la imposibilidad de llevar a cabo con efectividad la presente estrategia política de formar e incorporar a las actividades científicas, tecnológicas y de innovación un mayor número de investigadores, tecnólogos y profesionales altamente cualificados y, por tanto, nos enfrentamos al problema de tener que promover vocaciones científicas en las nuevas generaciones. Consecuentemente, son múltiples las iniciativas que se están llevando a cabo con el propósito de reflexionar sobre el problema (por ejemplo ref. 9) así como también son innumerables las acciones específicas orientadas a estimular, mantener y desarrollar las vocaciones científicas en niños y jóvenes.[10]

Ahora bien, lo que a mi modo de ver resulta ciertamente curioso es que la mayoría de dichas acciones se llevan a la práctica (casi siempre) al margen de las asignaturas de ciencias impartidas en los centros educativos. Es decir, por lo general, no se emplean horas lectivas de las clases de las materias de ciencias con este propósito, lo que desde mi punto de vista, tiene tres inconvenientes especialmente reseñables.

En primer lugar, puede contribuir a que los estudiantes desliguen, aún más si cabe, los contenidos científicos que se estudian en las materias de ciencias de la Ciencia y la actividad científica [2*]. En segundo lugar, pueden dar pie a despertar vocaciones científicas artificialmente, ya que muy habitualmente la Ciencia se presenta en estas actividades como “fácil y divertida” pero considerablemente alejada de su verdadera esencia como proceso de búsqueda del conocimiento. Y en tercer lugar, dificulta considerablemente el acceso y el contacto con el mundo de la investigación y la Ciencia sobre todo de aquellos niños que se hallan en desventaja socioeconómica, con la consiguiente pérdida de captación de talento científico que eso puede suponer y la enorme injusticia educativa que supone privar a dichos niños de la oportunidad de descubrir la Ciencia.

Pero, ¿y si abordamos la promoción de vocaciones científicas desde otra perspectiva?

Volvamos al principio.

Partiendo de la premisa de que los niños son “pequeños científicos”,[1] quizás resulte mucho más efectivo concentrarnos en encontrar la manera de recoger y nutrir esa naturaleza investigadora innata desde edades tempranas[3*] creando un entorno educativo adecuado que permita seguir alimentando convenientemente el afán de conocimiento innato de los niños, de manera que afloren espontáneamente las auténticas vocaciones científicas.

Es decir, la vocación científica (como cualquier vocación, por otra parte), debería ser el resultado de una evolución de los propios niños que desarrollan un gusto por la Ciencia y que sienten la necesidad de continuar por ese camino y no el resultado derivado de un conjunto de intervenciones adultas externas, extracurriculares y, en muchas ocasiones, extraescolares (aunque bien planteadas éstas puedan ser de gran apoyo para las pertinentes acciones educativas).

Lógicamente, para lograr este propósito habría que cambiar el modelo educativo empleado en la actualidad para la docencia de las materias de ciencias[5] (que, esencialmente, es dogmático, mecanicista y memorístico) y emplear otras estrategias de enseñanza-aprendizaje de estas asignaturas que principalmente estén orientadas a desarrollar el espíritu científico de los niños.

Cambiar el programa educativo de las materias de ciencias no es una cuestión en absoluto baladí dado que, atendiendo a lo expuesto en el presente artículo, no sólo favorecerá que aflore el verdadero capital científico de nuestra sociedad sino que también, y no menos importante, facilitará una mejor cultura científica de la ciudadanía.

Notas:

* Convendría aclarar que no se trata de capacidades a un nivel de desarrollo adulto sino de capacidades infantiles, es decir, a un nivel de desarrollo inferior (infantil), lo que en muchas ocasiones implica un nivel rudimentario y primitivo.

2* Muchos alumnos acaban teniendo una percepción generalizada de que las asignaturas de ciencias(sobre todo de Física y Química en secundaria y bachillerato)no tienen usos prácticosen sus vidas cotidianas (por ejemplo ref. 2(a)).

3* Tal y como se recoge en el informe ENCIENDE, el término edades tempranas “hace referencia primordialmente a la etapa de enseñanza primaria de los 6 a los 12 años, y su extensión hacia el primer ciclo de secundaria de los 12 a los 14 años.”

Referencias:

[1] Gopnik, A. “Scientific thinking in young children: theoretical advances, empirical research, and policy implications“. Science 337, 1623 (2012).

[2] (a) Solbes, J.; Montserrat, R.; Furió C. “El desinterés del alumnado hacia el aprendizaje de la ciencia: implicaciones en su enseñanza”. Didáctica de las ciencias experimentales y sociales 21, 91 (2007). (b) Solbes, J. “¿Por qué disminuye el alumnado de ciencias?”. Alambique: didáctica de las ciencias experimentales 67, 53 (2011).

[3] Marbá-Tallada, A.; Márquez, C. “¿Qué opinan los estudiantes de las clases de ciencias? Un estudio transversal de Sexto de Primaria a Cuarto de ESO”. Enseñanza de las Ciencias, 28, 19 (2010).

[4] Dávila Acedo, M.A.; Borrachero Cortés, A.B.; Brígido, M.; Costillo, E. “Las emociones y sus causas en el aprendizaje de la Física y la Química”. International J. of Developmental and Educational Psychology 4, 287 (2014).

[5] http://www.cosce.org/pdf/Informe_ENCIENDE.pdf

[6] https://www.fecyt.es/es/node/2568/pdf-viewer

[7] Albornoz, M.; Barrere, R.; Castro-Martínez, E.; Fernández de Lucio, I.; Gordon, A.; Jacovkis, P.M.; Polino, C. “Ciencia, Tecnología e Innovación para el desarrollo y la cohesión social. Un programa iberoamericano en la década de los bicentenarios”. Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Anexos I y II (2014).

[8] https://www.mecd.gob.es/dms/mecd/servicios-al-ciudadano-mecd/estadisticas/educacion/universitaria/datos-cifras/datos-y-cifras-SUE-2015-16-web-.pdf

[9] https://www.fundacionlilly.com/es/actividades/citas-con-la-ciencia/index.aspx

[10] Véase por ejemplo: https://www.fecyt.es/es/tematica/vocaciones-cientificas

Sobre la autora: Haydée Valdés González es doctora en ciencias químicas.

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