A qué edad perdiste el oído absoluto

Fronteras

Foto: Lázaro Rodríguez / Unsplash

Jenny Saffran se ha pasado años estudiando cómo los bebés aprenden a usar el lenguaje. Es profesora en psicología del desarrollo de la Universidad de Wisconsin-Madison y su trabajo de investigación partió de una cuestión aparentemente sencilla1:

Cuando los bebés escuchan hablar a los adultos, ¿qué es lo que oyen, en realidad?

A fin de cuentas, el habla no es más que una señal sonora más, de entre todas las que nos rodean: variaciones de la presión del aire que empujan suavemente nuestro tímpano varios centenares de veces por segundo. Nosotros, como adultos, percibimos el habla como algo especial: un tejido de letras y sílabas que se agrupan en palabras. En el papel (o en la pantalla sobre la que ahora me lees), esas palabras están claramente separadas mediante espacios y cada una apunta a un significado que podemos definir. Pero en el aire que sostiene nuestras conversaciones, las palabras forman un río continuo de frecuencias y timbres, que un bebé debe aprender a descomponer. Y no es un problema sencillo, en absoluto.

Imagina que escuchases a un alienígena hablando en una lengua desconocida y tuvieses que ir desmigando su discurso en busca de unidades mínimas de significado que os permitan empezar a entenderos. Los miembros más jóvenes de nuestra especie se enfrentan a ese reto cada día y, para resolverlo, utilizan varias claves distintas. Una de ellas, es la prosodia: las melodías y los ritmos del habla, esa música insospechada que todos producimos cada vez que abrimos la boca contiene información clave sobre la estructura del lenguaje (cómo se organiza en sílabas, palabras y frases)2. Pero además, resulta que los bebés son unos expertos en detectar patrones, unas verdaderas máquinas de aprendizaje estadístico. Cada vez que escuchan las vocalizaciones de los adultos, ellos son capacidades de detectar las regularidades que se producen en la señal sonora, qué timbres se repiten en el mismo orden y en qué contextos.

Saffran estudió esta sorprendente habilidad midiendo la atención que prestaban un grupo de bebés de ocho meses a las posibles “palabras” de un idioma inventado3. Durante apenas dos minutos, les hizo escuchar una secuencia de sílabas sin ningún significado aparente (como por ejemplo bidakupadotigolabubidaku). La cuestión es que, dentro de esta secuencia aparentemente caprichosa había algunos grupos de sílabas, “palabras” artificiales, que se repetían en el mismo orden con más frecuencia (como, por ejemplo, bidaku). Cuando, en un segundo test, los bebés escucharon estas mismas palabras inventadas reaccionaron como si ya estuvieran familiarizados con ellas. Les prestaron menos atención que a otros grupos de sílabas, que no habían sido incluidos en un orden determinado durante la secuencia del entrenamiento. Es decir, los bebés habían sido capaces de identificar aquellos patrones de sonidos más repetitivos ¡con apenas dos minutos de entrenamiento!

En un experimento posterior, Saffran quiso comprobar si este asombroso poder de inferencia estadística infantil afectaba al tono de los sonidos y no solo a los fonemas del idioma4. Para ello diseñó un experimento en el que se evaluaba la capacidad de los bebés para reconocer grupos de tonos repetidos. La idea era la misma que en el experimento anterior, pero sustituyendo las sílabas por notas musicales. Si los bebés eran capaces de reconocer aquellos motivos melódicos (las “palabras de notas”) que se repetían con mayor frecuencia dentro de una secuencia continua más larga, no tardarían en habituarse a ellos.

Fue esto, precisamente, lo que sucedió. Cuando los bebés volvían a escuchar los grupos de notas (o motivos) más repetidos durante el entrenamiento, se mostraban menos sorprendidos que cuando estas mismas notas sonaban en un orden nuevo. Pero además, los resultados desvelaban un interesante matiz: para que ese aprendizaje fuese posible, los motivos melódicos debían repetirse exactamente en el mismo tono. Es decir: los bebés de ocho meses no tenían oído relativo, no podían reconocer un mismo contorno melódico cantado a distintas alturas. En cambio, ¡estaban usando su oído absoluto para reconocer las secuencias de notas del experimento de Saffran!

Si el oído absoluto es una habilidad innata que los niños de ocho meses comparten con los pájaros y con el mismísimo Mozart, la cuestión interesante “no es por qué algunas personas lo poseen” como apunta Diana Deutsch5, “sino por qué no es una característica universal”. Según Saffran y su colga Gregory Griepentrog, durante la etapa de adquisición del lenguaje, la mayoría de nosotros lo perdemos en favor de nuestro oído relativo, una habilidad más sofisticada que nos permite generalizar la información tonal del lenguaje e identificar contornos melódicos (prosódicos) aunque no se produzca exactamente a la misma altura ni los entone la misma voz.

Esto explicaría por qué el oído absoluto es más frecuente entre adultos que han recibido un entrenamiento musical temprano, como Mozart y muchos compositores célebres. Su formación habría impedido que “olvidasen” el sentido absoluto de los tonos con el que nacieron. También daría sentido a una curiosa estadística. Casi todos los “savants” con habilidades musicales tienen oído absoluto, y es una habilidad inusualmente frecuente entre aquellos que sufren autismo. Según Leon Miller6, los problemas del habla que a menudo acompañan a estas afecciones podrían haber facilitado que se preservase su oído absoluto.

Referencias:

1Mithen, Steven. “chapter 6 Talking and Singing to Baby Brain Maturation, Language Learning and Perfect Pitch.” The Singing Neanderthals, Harvard University Press, 2007.

2Saffran, Jenny R., et al. “Word Segmentation: The Role of Distributional Cues.” Journal Of Memory And Language, vol. 35, 1996, pp. 606–621.

3Saffran, Jenny R., et al. “Statistical Learning by 8-Month-Old Infants.” Science, vol. 274, 1996, pp. 1926-1928

4Saffran, Jenny R., and Gregory J. Griepentrog. “Absolute pitch in infant auditory learning: Evidence for developmental reorganization.” Developmental Psychology, vol. 37, no. (1), 2001, pp. 74–85

5Deutsch, Diana, et al. “Absolute Pitch, Speech, and Tone Language: Some Experiments and a Proposed Framework.” Music Perception, vol. 21, no. 3, 2004, pp. 339–35.

6Steven Mithen (2007) cita a Miller, L. K. 1989. Musical Savants: Exceptional Skill in the Mentally Retarded. Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum.

Sobre la autora: Almudena M. Castro es pianista, licenciada en bellas artes, graduada en física y divulgadora científica

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