El canto de los pájaros ha fascinado a músicos, escritores y científicos desde la Antigüedad. En el siglo I a.C., el poeta y filósofo Lucrecio atribuyó el origen de la música a estas criaturas emplumadas. Según creía, las melodías de los humanos no eran más que una imitación1:
A través de todos los bosques escucharon el encantador ruido
del canto de los pájaros, y trataron de reconstruir su voz
e imitarla. Así los pájaros instruyeron al hombre
y le enseñaron canciones antes de que su arte apareciera.
Lamentablemente, y a pesar de la belleza de este mito, el origen de la musicalidad humana es bien distinto y probablemente tiene más que ver con nuestro propio lenguaje. Pero no cabe duda de que el canto de las aves ha inspirado a los compositores de todas las épocas. En sus pentagramas, nos han dejado breves retratos de sus competidores alados, sonografías que nos hablan del paisaje sonoro del pasado.
De entre todas las aves, el cuco y el ruiseñor parecen haber recibido una atención especial dentro del repertorio de la música occidental. La popularidad del cuco, en concreto, probablemente se deba a la sencillez de su canto, tan característico y fácil de recordar. Está formado por solo dos notas, que dibujan un mismo patrón descendente y repetitivo. El mismo nombre de “cuco”, es claramente onomatopéyico y tiene su origen en este dibujo melódico. También en latín, Cuculus, recuerda esta sonoridad, mientras que Canorus (el nombre de especie del cuco común) deriva del verbo canō «cantar».
Además de en su nombre, la escueta partitura del cuco está escrita en sus genes. Difícilmente podrían aprenderla de sus padres, de hecho, ya que los cucos son una especie parasitaria. Tras aparearse, dejan sus huevos cuidadosamente camuflados en el nido de otra ave, de alguna otra especie. Cuando el cuco nace, se deshace de sus hermanos y los pobres padres adoptivos se pasan el resto de la temporada alimentando a ese polluelo gordo y acaparador, que nadie sabe muy bien a quién habrá salido.
Como contamos en su día (también, esta semana, en el canal de Jaime Altozano), las aves cantoras tienen oído absoluto, y el cuco no es una excepción. Cada cuco repite su canto siempre con las mismas notas de un día para otro, de manera que su melodía se convierte en una seña de identidad2. Sin embargo, los tonos y su duración pueden variar ligeramente para cada cuco, en función también de su subespecie, la región donde habita3 y la especie a la que parasita4. El rango de la nota más grave (el segundo cú), en la actualidad y según se ha podido observar en una población de cucos de Budapest, suele situarse entre los 500 Hz y los 600 Hz5 (entre un si y un re, aproximadamente).
Esta variabilidad se puede rastrear también en los recuerdos de tinta de la música occidental. Probablemente, el primer cuco inmortalizado sobre la rejilla de las cinco líneas se encuentra en una partitura de 1226 atribuida a John of Fornsete, Sumer Is Icumen In, cuya notación se corresponde con las notas fa – re (o probablemente mi ♭ – do, de acuerdo con la afinación actual).
Otro ejemplo especialmente bonito aparece en Musurgia Universalis (cuyo título se podría traducir como “El arte musical universal”). Este tratado de 1650 retrata a distintas aves acompañadas por sus respectivas partituras. Entre ellas, el cuco entona repetidamente las notas do – la, (un rango particularmente grave).
La lista es interminable, en cualquier caso. En 1624, Frescobaldi escribe un Capricho inspirado en este canto (re – si). Medio siglo más tarde, otro organista llamado Kasper Kerl utiliza las mismas notas en su Capricio Kuku. Poco después, Bernardo Pasquini le dedica una toccata (mi – do#) y ya en el siglo XVIII, Louis Claude Daquin se hizo especialmente celebre gracias a “Le Coucou” (sol-mi).
Vivaldi, Handel, Haydn… son solo algunos de los otros nombres que le dedicaron sus propias corcheas a esta ave cantora. Pero el ejemplo más célebre, sin duda, se lo debemos a Ludwig van Beethoven. Al final de su sinfonía Pastoral, la orquesta se detiene para dejar el volar el canto alegre de una flauta. Mientras ella trina, le responde el clarinete: cu-cú (re – si ♭). Su sonido es el de un cuco grave, con un timbre redondo de viento madera. Pero me pregunto si sus referentes plumíferos lo reconocerían, si un día sonase en medio del bosque, al menos como una buena imitación.
Referencias:
1Mansfield, Orlando A. “The Cuckoo and Nightingale in Music.” The Musical Quarterly, vol. 7, no. 2, 1921, pp. 261-277.
2Zsebok, Sándor, et al. “Individually distinctive vocalization in Common Cuckoos (Cuculus canorus).” Journal of Ornithology, vol. 158, 2017, pp. 213–222.
3Wei, Chentao, et al. “Geographic variation in the calls of the Common Cuckoo (Cuculus canorus): isolation by distance and divergence among subspecies.” Journal of Ornithology, vol. 156, 2015, pp. 533–542.
4Jung, Won-Ju, et al. “‘‘cu-coo’’: Can You Recognize My Stepparents? – A Study of Host-Specific Male Call Divergence in the Common Cuckoo.” PLOS ONE, vol. 9, no. 3, 2014. PLOS ONE, https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0090468.
5Esta es la frecuencia medida en una población de cucos de Budapest, por Zsebok, Sándor, et al. “Individually distinctive vocalization in Common Cuckoos (Cuculus canorus).” Journal of Ornithology, vol. 158, 2017, pp. 213–222.
Sobre la autora: Almudena M. Castro es pianista, licenciada en bellas artes, graduada en física y divulgadora científica
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