En su nota descriptiva actualizada a 31 de julio de 2020 la Organización Mundial de la Salud afirma la resistencia a los antibióticos es hoy una de las mayores amenazas para la salud mundial, la seguridad alimentaria y el desarrollo. Cada vez es mayor el número de infecciones —por ejemplo, neumonía, tuberculosis, gonorrea y salmonelosis— cuyo tratamiento se vuelve más difícil debido a la pérdida de eficacia de los antibióticos.
Los antibióticos son medicamentos utilizados para prevenir y tratar las infecciones bacterianas. La resistencia a los antibióticos se produce cuando las bacterias mutan en respuesta al uso de estos fármacos. Son las bacterias, por tanto, y no los seres humanos ni los animales, las que se vuelven resistentes a los antibióticos. Estas bacterias farmacorresistentes pueden causar infecciones en el ser humano y en los animales y esas infecciones son más difíciles de tratar que las no resistentes.
La resistencia a los antibióticos hace que se incrementen los costos médicos, que se prolonguen las estancias hospitalarias y que aumente la mortalidad.
Es necesario que se cambie urgentemente la forma de prescribir y utilizar los antibióticos. Aunque se desarrollen nuevos medicamentos, si no se modifican los comportamientos actuales, la resistencia a los antibióticos seguirá representando una grave amenaza. Los cambios de comportamiento también deben incluir medidas destinadas a reducir la propagación de las infecciones, a través de la vacunación, el lavado de las manos, la seguridad de las relaciones sexuales y una buena higiene alimentaria.
La resistencia a los antibióticos está aumentando en todo el mundo a niveles peligrosos. Día tras día están apareciendo y propagándose en todo el planeta nuevos mecanismos de resistencia que ponen en peligro nuestra capacidad para tratar las enfermedades infecciosas comunes. Un creciente número de infecciones, como la neumonía, la tuberculosis, la septicemia, la gonorrea o las enfermedades de transmisión alimentaria, son cada vez más difíciles —y a veces imposibles— de tratar, a medida que los antibióticos van perdiendo eficacia.
Allí donde los antibióticos se pueden adquirir sin receta médica para uso humano o veterinario, la aparición y propagación de la farmacorresistencia empeora. En los países que carecen de directrices terapéuticas normalizadas, el personal sanitario y veterinario tiene tendencia a prescribirlos —y la población general a consumirlos— en exceso.
Si no se toman medidas urgentes, el mundo está abocado a una era post-antibióticos en la que muchas infecciones comunes y lesiones menores volverán a ser potencialmente mortales. Veamos un caso concreto de problema y del tipo de medidas que pueden adoptarse.
La campilobacteriosis, que en su mayor parte se produce por el consumo de carne de pollo contaminada con la bacteria Campylobacter, es la intoxicación alimentaria más frecuente en Europa, con 220.682 casos reportados en 2019 y un coste asociado de 2.400 millones de euros al año.
Las medidas de control actual en las granjas se basan principalmente en el uso de antibióticos lo que contribuye a la diseminación de cepas de Campylobacter. ¿Habría otra forma de combatir a esta bacteria que no fuese con antibióticos?
En el mercado existen ya algunos productos basados en fagos, organismos que infectan y destruyen ciertas bacterias diana, como en el caso de los patógenos alimentarios Listeria monocytogenes, Escherichia coli o Salmonella. Sin embargo, aún no existen productos específicos frente a Campylobacter.
AZTI lidera el proyecto C-SNIPER (sniper es francotirador en inglés) está desarrollando un producto que llenará ese hueco. A través de una estrategia de mitigación que utiliza los fagos, esta iniciativa reduciría la presencia de Campylobacter en la granja, en el matadero o en instalaciones de procesado de aves de corral. Además, esta herramienta contra Campylobacter podría ser integrada fácilmente en los protocolos de higiene ya establecidos en la producción y el procesado.
Se trata de una alternativa a los antibióticos que, por ser altamente específica frente a un único género de bacterias (Campylobacter), resulta inocua tanto para plantas, como para los animales, humanos incluidos, como para el resto del microbiota natural circundante. Además, esta solución facilitaría el control de la diseminación de este patógeno sin afectar a la apariencia y calidad del producto final.
A pesar de la especificidad de los fagos, el proyecto C-SNIPER analiza explícita y experimentalmente el impacto general de la solución sobre el crecimiento, la salud y el bienestar animal. Así, se están llevando a cabo estudios para descartar la aparición de desequilibrios en la flora intestinal de las aves y el posible desarrollo de resistencias a los bacteriófagos tras el tratamiento. De esta manera, mediante la aportación de nuevas evidencias científicas, el proyecto contribuirá a facilitar la regulación sobre el empleo de bacteriófagos, ya que, si bien varios países como EE. UU., Canadá o Suiza, han aprobado la utilización de bacteriófagos en alimentos, en la Unión Europea no hay regulación específica por el momento.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Actúa localmente: bacteriófagos c…
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