“Solo sé que no sé nada”. ¿Cuántas veces habremos oído esta frase atribuida a Sócrates como justificación de la ignorancia? Sin embargo, esta sentencia no aparece en ninguno de los escritos en los que se cita al que era más sabio que ningún otro humano, parafraseando a la Pitia. De hecho, la comprobación de lo que en realidad quería decir nos desvelará que Sócrates estaba en realidad probablemente sujeto a un prejuicio cognitivo, el efecto Dunning-Kruger.
El dicho se suele atribuir al Sócrates de Platón. Sócrates no dejó nada escrito, de ahí que lo que conocemos de él es lo que escribieron sus contemporáneos, especialmente Platón. En ninguna de las referencias de Platón a Sócrates aparece la expresión “Solo sé que no sé nada”.
Sin embargo, en la Apología, la versión idealizada de la defensa que hizo Platón de Sócrates en el juicio a este, encontramos: “Este hombre, por una parte, cree que sabe algo a pesar de no saber nada. Por otra, yo, igualmente ignorante, no creo saber algo”. Esta es la frase a partir de la cual se produce el salto, lógicamente falaz, del “no creo saber algo” al “no sé nada”. El autor no dice que no sepa algo sino que no puede, que nadie puede, saber con absoluta certeza, pero que puede tener confianza acerca del conocimiento de ciertas cosas (por ejemplo, de que el otro no sabe nada). Como es obvio, esta conclusión no la extraemos de esta frase aislada sino sobre el análisis del conjunto de la obra sobre Sócrates que han realizado varios autores.
Vemos pues que la ignorancia o, mejor, su admisión, no es una resultante sino un punto de partida para el conocimiento. Es la base del método socrático que se ilustra mejor en los primeros diálogos de Platón. El método consiste en simular ignorancia, la llamada ironía socrática, o admitirla como base sobre la que construir el conocimiento y establecer un diálogo con un supuesto experto, cuya confiada afirmación de conocer terminará siendo destruida. A partir de aquí ya se pueden desarrollar ideas más adecuadas.
Así, en Menón, un diálogo de Platón, aparece Sócrates diciendo: “Por eso ahora no sé lo que es la virtud; quizás tu lo supieses antes de que me contactases, pero ahora eres ciertamente como uno que no sabe”. En este punto el objetivo de Sócrates está claro, cambiar la posición de Menón, que era un firme creyente en su propia opinión y cuya afirmación de conocimiento Sócrates acaba de probar que es infundada.
Estamos ante el origen de la filosofía occidental que terminará resultando en lo que hoy conocemos como ciencia: Sócrates comienza toda sabiduría con el autocuestionamiento, con la propia admisión de ignorancia.
Pero veamos la misma cuestión desde un punto de vista diferente. En los diálogos socráticos de Platón el sabio es el que duda, el que se cuestiona, mientras que el verdadero ignorante es el que tiene muy clara cuál es la verdad, a la que ha llegado en muchos casos por sí mismo sin preocuparse demasiado de donde surge el conocimiento. Por otra parte, estos “sabios” no siempre reconocen su error, están pagados de sí mismos y se creen superiores a los demás. Estamos ante una ilustración del efecto Dunning-Kruger.
El efecto Dunning-Kruger se puede expresar de la siguiente manera: los peores trabajadores/estudiantes/participantes son los que menos conscientes son de su propia incompetencia. Toma su nombre de un estudio de 2003 que realizaron Dunning, Kruger y otros con estudiantes universitarios con respecto a los resultados de sus exámenes. Después los resultados han sido reproducidos en varias ocasiones, por ejemplo con estudiantes de medicina a la hora de evaluar su capacidad para hacer entrevistas de diagnóstico, con administrativos evaluando su rendimiento o con técnicos de laboratorios médicos calibrando su nivel de dominio del trabajo.
La razón de fondo parece estar en que los que peor lo hacen son incapaces de aprender de sus errores.
Una solución aparentemente simple es decirle directamente al incompetente que lo es y por qué. Pero no funcionará. Desafortunadamente, el incompetente habrá estado recibiendo ese tipo de respuesta durante años y no habrá sido capaz de enterarse. A pesar de los exámenes suspensos, los trabajos mal hechos, las risas, burlas y sesudas contraargumentaciones a sus comentarios en redes sociales y la irritación que provocan sistemáticamente en los demás, el incompetente sigue sin creerse que lo sea.
Como Sócrates, las personas con verdadero talento tienden a subestimar lo buenos que son. Es la parte simétrica de este prejuicio: las personas inteligentes tienden a asumir que para los demás las cosas son tan fáciles y evidentes como para ellos, cuando lo que están haciendo es proyectar su propia luz y creer que ven un reflejo de la misma en los demás.
Estas ideas se conocen desde mucho antes que Dunning-Kruger y los demás investigadores las cuantificasen. Se pueden encontrar muchas citas al respecto, como esta de Bertrand Russell en la que se refiere a su tiempo, pero que como sabemos que es otro prejuicio cognitivo, podemos extrapolar a cualquiera:
“Una de las cosas dolorosas de nuestra época es que aquellos que se sienten ciertos son estúpidos, y aquellos con algo de imaginación y comprensión están llenos de dudas e indecisión”.
En el mundo de Internet lo anterior tiene una consecuencia práctica inmediata: No alimentes al comentarista manifiestamente incompetente, es solo una versión de trol que busca llamar la atención. Su problema es que no sabe, ni puede llegar a saber, que lo es.
Para saber más:
Lo que los sabelotodos no saben, o la ilusión de competencia
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Una versión anterior de este artículo se publicó en Experientia Docet el 13 de junio de 2012.
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