Testigos del pasado

Fronteras

Seguro que en algunas películas y en noticias de índole geológica y climatológica habéis oído o leído que los científicos están estudiando núcleos de hielo, sedimento o roca y os ha entrado la curiosidad sobre qué son esas cosas. En primer lugar, aquí no se llaman núcleos. Este término resulta de una traducción literal de la palabra inglesa “core” que, efectivamente, significa núcleo. Pero, en castellano, a estas herramientas geológicas las denominamos testigos de sondeo.

Extracción de testigos de sondeo de hielo en la Antártida. Imagen: NASA.

Un sondeo es un método de perforación del terreno, es decir, consiste en hacer un agujero en el suelo, ya sea sobre tierra firme, en el hielo o en el fondo del mar, con un tubo de metal o plástico para poder reconocer lo que se encuentra en profundidad. Y se denomina testigo al cilindro de material (hielo, sedimento o roca) que se puede extraer cuando se hace el sondeo y que quedaría encapsulado dentro del tubo.

Los métodos de perforación pueden agruparse en tres tipos. Por un lado, encontramos los sondeos mecánicos por percusión, que consisten en atravesar el terreno o bien dejando caer el tubo de sondeo desde una altura considerable y aprovechar así la fuerza de la gravedad, o bien hincándolo a base de golpes repetitivos hasta conseguir enterrarlo. Por otro lado, tenemos los sondeos de rotación, que consisten en acoplar al tubo de sondeo una cabeza, llamada corona, que tiene un filo cortante de carburo de diamante o de wolframio y es capaz de girar a gran velocidad gracias a un motor externo, por lo que, haciendo un pequeño símil, atraviesa el terreno a dentelladas. Finalmente, el tercer tipo sería una mezcla de los dos anteriores, es decir, existen sondeadoras que, a la vez que van enterrando el tubo por presión, tienen incorporada una corona dentada que va girando rompiendo el terreno.

Los testigos de sondeo tienen un valor científico extraordinario. En su interior, contienen un registro de la evolución geológica de una zona durante los últimos cientos, miles e, incluso, millones de años. Zonas que están enterradas bajos nuestros pies y a las que no podríamos acceder de otra manera más que haciendo estas perforaciones, tales como los mantos y casquetes de hielo o el fondo oceánico.

Testificadora de sondeos por percusión y detalle del tubo de sondeo a bordo del Buque Oceanográfico Pourquois Pas? del instituto Francés de Investigación para la Exploración Marina (IFREMER). Foto: Blanca María Martínez

En la Antártida o Groenlandia encontramos enormes espesores de hielo que se han formado por la acumulación de agua congelada durante cientos de miles de años. Si nos fijamos más en detalle, estas masas están formadas por la superposición de finas capas de hielo, dispuestas una encima de las otras, donde cada una representa la precipitación producida en un año. Además, cada capa de hielo corresponde con una mini cápsula del tiempo en la que han quedado preservadas las características de la atmósfera en ese momento. Así, al estudiar los testigos de sondeo de hielo extraídos en la Antártida y Groenlandia se han podido reconstruir las variaciones temporales de gases como el dióxido de carbono (CO2) o el metano (CH4) y de la temperatura atmosférica durante los últimos 800.000 años con una precisión anual.

Obtención de testigos de sondeo por percusión en una laguna de Bardenas Reales de Navarra. Foto: Blanca María Martínez

Estos estudios climáticos de hielo se complementan con los registros marinos. En las zonas oceánicas más profundas se acumulan capas de sedimentos finos (limos y arcillas) que apenas sufren alteraciones por las corrientes marinas de fondo. Así que, de manera similar a las capas de hielo, estas capas de sedimento irían recogiendo la historia oceánica de los últimos cientos de miles de años de manera continua. Sin embargo, no tienen una precisión temporal tan grande como el hielo, el registro sedimentario aporta una periodicidad decadal, rara vez anual.

La obtención de testigos de sondeo de sedimento marino no es tan sencilla como la de los testigos de sondeo de hielo. En este caso, los equipos de testificación deben ir a bordo de buques oceanográficos, que son auténticos laboratorios científicos flotantes, y, para llegar a tocar el fondo marino, hay que librar los cientos y miles de metros de espesor que tiene la columna de agua. Una vez hecho esto, la sondeadora debe perforar el fondo marino y hay que conseguir que el testigo de sondeo vuelva al buque sin perderlo por el camino. Pero estas operaciones tan complicadas, merecen la pena. El estudio minucioso del sedimento obtenido en los testigos de sondeo marinos nos aporta información sobre la variación temporal de parámetros como la temperatura, salinidad o pH de las masas de agua y nos permite conocer cambios en la circulación de las corrientes oceánicas durante los últimos cientos de miles de años.

Muestreo del sedimento de un testigo de sondeo para su estudio geológico. Foto: Blanca María Martínez

La combinación de los estudios climáticos de los testigos de sondeo de hielo y de sedimento marino, han sido básicos para conocer como ha cambiado el clima, de manera detallada, en los últimos milenios. Estos registros nos dan una idea global de la variabilidad climática de nuestro planeta, sirviendo como base de comparación de cualquier estudio paleoambiental actual realizado en cualquier ambiente, ya sea continental o marino, como, por ejemplo, los estudios de testigos de sondeo de sedimentos de lagos y estuarios. Esta comparativa con los registros globales permite identificar, con mucho detalle, eventos climáticos o condiciones ambientales locales, que sólo afectaron a zonas geográficas restringidas y que no tuvieron una influencia climática a nivel mundial.

Sin estos testigos del pasado, o chivatos del pasado, como los queramos llamar, sería imposible poder conocer cómo ha cambiado el clima en los últimos milenios, lo cual es clave para poder aventurar cómo cambiará en el futuro más próximo para poder adelantarnos y adaptarnos a lo que está por llegar.

Para saber más:

Los volcanes submarinos de Bizkaia y Gipuzkoa
Un estudio paleoceanográfico apunta a que los ciclos naturales de cambio climático están siendo alterados
Geología, Antropoceno y cambio climático

Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU

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