Los biólogos marinos han detectado una tendencia, muy actual, a la extinción de especies marinas y, para observar mejor sus efectos en la ecología, evolución y biodiversidad de los mares y en la, esperemos, recuperación de este riesgo, Jonathan Payne y su grupo, de la Universidad de Stanford, la han comparado con otras extinciones anteriores que conocemos por el registro fósil. Analizan una base de datos con 2497 especies, extinguidas y actuales, de moluscos y de vertebrados marinos. Solo estudian especies de géneros que existen extinguidos y vivos, para facilitar las comparaciones. El riesgo de extinción lo toman de las listas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). Comparan cuatro aspectos de estas especies: tamaño del cuerpo según la longitud máxima; hábitat bentónico, en el fondo, o pelágico, en aguas libres; movilidad según sean móviles o inmóviles; y alimentación según sean predadores o no predadores.
La comparación con las cinco extinciones anteriores, que conocemos por el registro fósil, muestra que la extinción actual es más fuerte para los animales de gran tamaño, y más leve para los animales móviles que para los inmóviles. No tiene diferencias según el hábitat, bentónicos o pelágicos, ni según la alimentación, sean predadores o no predadores.
Los autores proponen que la extinción más grave para los animales grandes se debe a la actividad humana y, en concreto, a la pesca en el mar que busca los ejemplares de mayor tamaño por ser más aprovechables. Algo parecido ocurrió en tierra y, así, nuestra especie ha contribuido a la extinción de mamuts, moas, tortugas gigantes y otras especies de gran tamaño.
El grupo de Douglas McCauley, de la Universidad de California en Santa Barbara, revisa lo que sabemos de esa extinción de especies provocada directamente por la actividad humana. Es un proceso que comenzó a gran escala hace tiempo y se aceleró en los últimos siglos y, sobre todo, en el siglo XX. McCauley investiga los últimos 55000 años y, aunque desaparecen especies terrestres como las que he mencionado, en el mar las extinciones comenzaron mucho más tarde. Además, las especies marinas tienen una dispersión geográfica más amplia que las especies terrestres y no es habitual que se encuentren tan localizadas y, por tanto y en general, tienen un menor riesgo de extinción rápida que las terrestres. Sería interesante comparar la extinción de las especies marinas con las que se han detectado en aves, cuya dispersión y movilidad es parecida. Y, como ocurría en el estudio de Payne, son las especies de mayor tamaño las más amenazadas.
Un estudio reciente, publicado en 2022 por Justin Penn y Curtis Deutsch, de las universidades de Washington en Seattle y de Princeton, confirma los resultados de Jonathan Payne en la extinción en los océanos a partir de modelos con datos del calentamiento global y su influencia sobre la ecología y la fisiología de varias especies. Confirman lo que presentan los modelos con lo que se conoce de extinciones anteriores según el registro fósil.
En los modelos, el aumento de la emisión de gases con efecto invernadero, la pérdida de especies por el calentamiento y la disminución de oxígeno en la atmósfera es comparable al impacto directo de nuestra especie en este siglo y culmina en una extinción como las anteriores en la historia del planeta. Son las especies polares las que tienen más riesgo de extinción pero donde más disminuye la riqueza en biodiversidad es en las áreas más ricas, en concreto en los trópicos. Con el control del cambio climático por disminución del calentamiento global, según las conclusiones de los autores, bajaría el riesgo de extinción en más de un 70%.
Extinción por tamaño
Un ejemplo de extinción según el tamaño sería caso de los cetáceos, mamíferos marinos que pueden alcanzar gran tamaño, según el estudio de Chuanwu Chen y su equipo, de la Universidad Normal de Nanjing, en China. La ballena azul, Balaenoptera musculus, es el mayor animal actual del planeta Tierra. Se dividen en dos subclases: misticetos y odontocetos. Los misticetos, sobre todo ballenas, se caracterizan por tener barbas para el filtrado de agua de mar y retener el alimento, y los odontocetos, como cachalotes o delfines, tienen dientes. En total son 90 especies y, de ellos, 80 tienen un seguimiento en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. De todos ellos, 22 especies, el 27.5%, están en riesgo de extinción. De las 80 especies, 13 son misticetos y 67 son odontocetos. El porcentaje de especies en peligro es mayor en misticetos con 5 de 13, el 38.5%, que en odontocetos con 17 de 67, el 25.4%.
Los factores que más llevan al riesgo de extinción a estas especies son el tamaño, la distribución geográfica, la temperatura de la superficie del mar y los riesgos concretos por la acción de la especie humana. Es curioso que en misticetos, a mayor tamaño, más riesgo de extinción, mientras que en odontocetos es al contario y con más tamaño hay menos riesgo. También es destacable que, de los siete posibles riesgos de extinción, el más peligroso es la pesca al azar. Se busca otro pescado y se capturan cetáceos sin buscarlo.
Cuando una especie sufre un proceso de extinción, su rango de distribución geográfica se contrae, se hace menor, pues son las zonas periféricas de esa distribución las que primero desaparecen. En la periferia, la población habitualmente es menor y tiene condiciones ambientales más difíciles y, por ello, son las primeras en desaparecer. McCauley ha investigado cuales son las especies cuyo rango geográfico se ha contraído. De nuevo son las especies terrestres las que más han pasado por esta disminución de rango, incluyendo, entre las especies que destaca, algunas cabras y mariposas que han desaparecido. En el mar, de nuevo las especies de gran tamaño, tiburones en concreto, son las que más han contraído su rango de distribución.
También se están perdiendo algunos hábitats muy concretos en el mar, como algunos arrecifes de coral que, para 2007, se consideraba que habían disminuido en un 30%, o los manglares, con un 20%, y siempre, según la hipótesis que proponen los expertos, por el aumento de la temperatura del agua del mar por el calentamiento global. Y, también, por otras actividades de nuestra especie, como el aumento del número de molinos eólicos marinos, los contratos de minería submarina en aguas internacionales, el tráfico de contenedores, que ha aumentado en un 600% desde 1970, y el número de las llamadas “zonas muertas”, sin oxígeno, que hay en el mar.
Más vidas que un… pulpo
Sin embargo, si entramos en casos concretos, no todo son malas noticias y ocurre, por ejemplo, con los cefalópodos. Son un grupo de moluscos marinos, con unas 700 especies, y los más conocidos son los pulpos, los calamares, las sepias,… Además de su importancia en la biología y la ecología del mar, también son muy apreciados en la gastronomía. Tienen un crecimiento rápido, un ciclo de vida corto y una gran plasticidad para adaptarse a condiciones ambientales cambiantes. Como cuentan Zoe Doubleday y sus colegas, de la Universidad de Adelaida, en Australia, y de otros centros de todo el mundo, entre ellos el Instituto Español de Oceanografía de Palma de Mallorca, parece que las poblaciones de cefalópodos están aumentando en todos los mares del planeta según los datos de capturas en las pesquerías de estos animales.
Para confirmarlo, Doubleday y su grupo hacen un meta-análisis de lo publicado sobre pesquerías de cefalópodos en los últimos 61 años, desde 1953 a 2013. Utilizan datos de todas las regiones oceánicas y cifras de capturas de las especies más importantes por su comercialización, como el pulpo o el calamar, y así hasta 35 especies.
Los resultados demuestran que la abundancia de cefalópodos ha crecido en los 61 años revisados y, además, en todos los hábitats, tanto bentónicos, en el fondo, como demersales, que viven cerca del fondo, o pelágicos, que viven en aguas libres.
Las causas de este aumento de los cefalópodos están en discusión, con hipótesis como el cambio climático, con la subida de la temperatura del agua que, a su vez, acelera los ciclos de vida de estos animales. O la caída de las poblaciones de los peces que se alimentan de cefalópodos por sobreexplotación pesquera y, en consecuencia, al tener menos depredadores la población de cefalópodos crece.
La cuestión abierta de los arrecifes de coral
Otro debate que sigue abierto es la desaparición de los arrecifes de coral, sobre todo en el Caribe y el Pacífico y, de nuevo, por causa del calentamiento global. El equipo de Jennifer Smith, de la Institución Oceanográfica Scripps de La Jolla, en California, ha publicado que, en el Caribe, la extensión de los arrecifes ha caído un 80% en los últimos 30 años. En el Pacífico ha desaparecido un 50% desde los ochenta a los primeros 2000. Las predicciones de los expertos apuntan a la extinción de un 70% para mediados de este siglo.
Para estudiar en detalle lo que está ocurriendo con los arrecifes de coral, el grupo de Smith ha examinado en detalle las comunidades de arrecifes, durante diez años, en 56 islas de cinco archipiélagos del centro del Pacifico. El estudio lo han hecho sobre 6500 fotografías de los fondos con arrecifes tomadas en 450 puntos de muestreo de las 56 islas.
Los resultados demuestran que el daño a los arrecifes se produce en los más cercanos a alguna población humana. En las islas deshabitadas, los arrecifes mantienen las especies habituales en estos hábitats.
Los efectos perjudiciales sobre los arrecifes de corales son, según el grupo de Renee Setter, de la Universidad de Hawaii en Manoa, las olas de calor en el mar, la acidificación del agua, las tormentas, la contaminación que llega desde tierra, y las sustancias estresantes humanas que se vierten en zonas concretas. Según los autores, estos efectos se estudian cada uno por separado pero, cuando se hace en conjunto, el daño es mayor que la suma de todos ellos. Por ejemplo, las condiciones ambientales serán insostenibles para 2050, en 28 años, para cada efecto por separado, pero serán insostenibles para 2035, en 13 años solamente, cuando se analizan en conjunto. En el mejor escenario, con mitigación de gases con efecto invernadero y un desarrollo humano optimista para la sostenibilidad, para 2100 el 41% de los corales serán insostenibles pero, si se analizan los efectos en conjunto, para finales del siglo XXI el 64% serán insostenibles. En el peor escenario, para 2055, el 99% de los corales no serán sostenibles.
En cambio, los arrecifes de ostras parece que siguen un camino diferente a los de coral. El grupo de Michael Beck, de la Universidad de California en Santa Barbara, ha revisado lo que conocemos sobre la progresiva disminución de los arrecifes de ostras.
Han repasado los datos de 144 bahías y 44 regiones costeras de todo el mundo. Alrededor del 90% han perdido las ostras, incluyendo la costa atlántica de la Península Ibérica. Los pocos ejemplares que quedan en muchos de los lugares estudiados no suponen poblaciones funcionales para la ecología del entorno ni para el éxito reproductor de la propia especie. En conclusión, más del 75% de las bahías han perdido su población de ostras. Han intervenido en su desaparición la sobrepesca y la contaminación, sobre todo en los estuarios con una gran población humana.
Sin embargo, las pesquerías de ostras se conocen desde hace milenios según el estudio de Leslie Reeder-Myers y sus colegas, de la Universidad Temple de Philadelphia, sobre los yacimientos indígenas de Norteamérica y Australia. Explotados durante mucho tiempo con permanencia en el espacio y en el tiempo durante 5000-10000 años, y las pesquerías de ostras pueden incluso más antiguas.
Los autores repasan en detalle nueve especies en 6 yacimientos de Queensland, en Australia, 21 en la costa oeste de Norteamérica, y 43 en la costa este. Sin embargo, la comparación con las pesquerías actuales demuestra que el 85% de las zonas con arrecifes de ostras se han perdido en el inicio de este siglo con el cambio de la explotación con métodos indígenas al sistema comercial capitalista que ha diezmado las poblaciones.
Referencias:
Baeck, M.W. et al. 2011. Oyster reefs at risk and recommendations for conservation, restoration and management. BioScience 61: 107-116.
Chen, C. et al. 2022. Geographic range size, water temperature, and extrinsic threats predict the extinction risk in global cetaceans. Global Change Biology DOI: 10.1111/gcb.16385.
Doubleday, Z.A. et al. 2016. Global proliferation of cephalopods. Current Biology 26: R406-R407.
McCauley, D.J. et al. 2015. Marine defaunation: Animal loss in the global ocean. Science doi: 10.1126/science.1255641
Payne, J.L. et al. 2016. Ecological selectivity of the emerging mass extinction in the oceans. Science doi: 10.1126&science.aaf2416
Penn, J.L. & C. Deutsch. 2022. Avoiding ocean mass extinction from climate warming. Science 376: 524-526.
Reeder-Myers, L. et al. 2022. Indigenous oyster fisheries persisted for millennia and should inform future management. Nature Communications 13: 2383.
Setter, R.O. et al. 2022. Co-occurring anthropogenic stressors reduce the timeframe of environmental viability for the world’s coral reefs. PLOS Biology 20: e3001821.
Smith, J.E. et al. 2016. Re-evaluating the health of coral reef communities baselines and evidence for human impacts across the central Pacific. Proceedings of the Royal Society B 283: 20151985
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
Itsasoetako desagertzea – Zientzia Kaiera
[…] Jatorrizko artikulua Cuaderno de Cultura Científica blogean argitaratu zen 2022ko urriaren 24an: Extinción en los mares […]