El cuerpo humano es un sistema biológico extremadamente complejo con multitud de mecanismos de defensa que cumplen un objetivo principal: mantenernos con vida. Sin embargo, no todas las reacciones fisiológicas que suceden en nuestro organismo reciben la comprensión que merecen. La fiebre, por ejemplo, destaca por su mala reputación en casi todo el mundo y por estar acompañada de numerosos mitos que llevan a prácticas sanitarias erróneas para combatirla.
Son los padres, especialmente aquellos primerizos, los que más aterrorizados suelen estar con la fiebre si esta se presenta en sus retoños porque la perciben como un riesgo para su vida. Con la idea de mantenerla a raya, muchos progenitores administran a sus hijos medicamentos antitérmicos, que no están precisamente libres de efectos adversos. De hecho, una reciente encuesta nacional realizada en Estados Unidos muestra que uno de cada tres padres dan a sus hijos, de forma injustificada, fármacos para mitigar la fiebre. Este fenómeno no es aislado. En otros muchos países, entre ellos España, los padres también demandan con mucha frecuencia a los pediatras o a los farmacéuticos tratamientos para la fiebre, alentados por un miedo irracional a esta.
En prácticamente casi todos los casos, la fiebre es una reacción natural de defensa frente a infecciones (con frecuencia, provocadas por virus y bacterias). La elevación de la temperatura corporal se produce de forma precisa gracias al termostato del cuerpo (el hipotálamo) y su fin es dar ventaja al sistema inmunitario a la hora de destruir los agentes patógenos y dificultar la proliferación de estos últimos. En otras palabras, la fiebre es un aliado, no un enemigo. Por supuesto, tener fiebre no es un proceso agradable, puede generar malestar general y debilidad. Se trata de un precio a pagar por acortar el proceso infeccioso y tener más opciones frente al microorganismo invasor.
Conforme más se conocen los beneficios de la fiebre, a través de diferentes estudios científicos, más claro resulta que tratar de bajarla, cueste lo que cueste, puede resultar contraproducente. Por esta razón, en medicina cada vez está más extendida la práctica de tratar la fiebre solo cuando esté justificado, ya sea porque esta es demasiado elevada o porque provoca un sufrimiento notable en la persona. En otras palabras, hay que tratar a la persona y no al termómetro. En ese sentido, diferentes instituciones sanitarias como la Asociación Española de Pediatría, la Clínica Mayo o el Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica de Reino Unido solo recomiendan combatir la fiebre en casos puntuales.
Los mitos más destacados en torno a la fiebre
Mito 1: La fiebre es peligrosa porque puede provocar daño cerebral e incluso la muerte.
Esto no es así en la casi totalidad de los pacientes con fiebre. Para que este proceso pudiera causar lesiones cerebrales, graves e irreversibles, la elevación de la temperatura corporal tendría que ir más allá de los 42 ºC (para provocar la desnaturalización de diversas proteínas). En estos casos, en los que hay fiebre elevada, sí se recomienda rebajarla con medicamentos antitérmicos, pero normalmente esto no llega a suceder.
Mito 2: La fiebre provoca graves convulsiones en los niños y hay que tratarla para evitar su aparición.
Muchos padres tienen auténtico pavor a las convulsiones que pueden aparecer en algunos menores durante un proceso infeccioso porque perciben que es un signo de alarma. En realidad, las convulsiones en estos casos no son signos de alarma: suelen ser leves y, además, no guardan relación con la temperatura corporal. De hecho, las convulsiones suelen aparecer más con fiebres bajas y los fármacos antitérmicos no previenen su aparición.
Mito 3: La fiebre debe rebajarse con medidas físicas como baños o paños fríos o desnudando a los niños.
Numerosas instituciones médicas desaconsejan estas medidas. Estas acciones suelen ser inútiles para rebajar la temperatura corporal y, en ocasiones, pueden incluso aumentarla al provocar la contracción de los vasos sanguíneos de la piel.
Cuando la fiebre sí es un signo de alarma
Por sí sola, la fiebre es un proceso normal durante una enfermedad infecciosa. Sin embargo, en ocasiones, este signo puede ser motivo de sospecha de que algo no va bien. Estos son los casos en los que la fiebre sí debería preocuparnos y tendríamos que acudir al médico para averiguar qué hay detrás:
Fiebre de origen desconocido.
Una fiebre que dura más de tres semanas, ya sea de forma constante o apareciendo y desapareciendo, sin que existan signos obvios de enfermedad infecciosa es motivo de peso para ir al facultativo.
Fiebre por encima de 40 ºC en cualquier persona o fiebre de 3 o más días de duración en niños.
En estos casos, hay que acudir sin demora a la consulta para que establezca el tratamiento oportuno.
Fiebre en un bebé menor de 3 meses.
Es necesario acudir rápidamente a urgencias para averiguar la causa de la fiebre en un infante de tan corta edad.
Además de estos supuestos, hay determinados signos de alarma que pueden aparecer junto a la fiebre y que justifican ir rápidamente a Urgencias. Entre ellos encontramos la rigidez de nuca (sospecha de meningitis), confusión mental, manchas en la piel o coloración pálida-grisácea, dificultad para respirar, vómitos constantes, dolor al orinar o producción reducida de orina… En otras palabras, a la hora de decidir si una persona con fiebre debe o no acudir al médico, no hay que obsesionarse con lo que marca el termómetro, sino centrarse sobre todo en cómo está la persona.
Para saber más:
Sobre la autora: Esther Samper (Shora) es médica, doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular y divulgadora científica
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