Superolfateadoras

Dra. Shora

olfato

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Foto: Richárd Ecsedi / Unsplash

Los seres humanos somos animales visuales. Exceptuando a los ciegos, la vida cotidiana de las personas gira principalmente en torno al sentido de la vista, mientras que el resto de los sentidos desempeñan un papel secundario. Nuestro olfato, por ejemplo, en comparación con el de muchos otros animales, es pobre y tiene una función mucho menos vital que la vista o el oído. Sin embargo, con la pandemia de COVID-19 este menospreciado sentido cobró un protagonismo inusitado. Multitud de personas a lo largo del mundo notaron que habían perdido parcial (hiposmia) o totalmente su capacidad olfatoria (anosmia) tras la infección por el SARS-CoV-2. Como consecuencia, muchas de ellas tenían menos apetito, al tener dificultades para oler los alimentos o para degustarlos. Esto se debe a que el olfato también interviene, junto con el gusto, en el reconocimiento del sabor de los alimentos.

Más allá de los papeles más obvios del olfato como son el disfrute de los alimentos y evitar la inhalación de sustancias que puedan ser tóxicas para las personas, este sentido influye en otros muchos aspectos de nuestra vida que pueden pasar desapercibidos: potencia la evocación de recuerdos, interviene en la selección de pareja sexual, modula la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la percepción del dolor, provoca cambios en el estado de ánimo o de alerta…

Aunque el sentido del olfato del Homo sapiens no destaque especialmente por su capacidad para detectar olores débiles ni por su habilidad para distinguir sutiles diferencias entre aromas, existe una importante variabilidad entre individuos… y entre sexos. Por lo general, las mujeres tienen el olfato más desarrollado que los hombres en todos los aspectos. Por un lado, su umbral olfativo es más bajo, es decir, necesitan una menor concentración de una sustancia en el aire para detectar su olor. Por otro, también tienen una capacidad mayor para identificar olores concretos y distinguirlos entre ellos.

Un estudio, publicado en 2014 en la revista PLOS ONE, aportó una posible explicación a por qué la que las mujeres suelen tener un mejor olfato: ellas tienen más células en el bulbo olfatorio (hasta un 50 % más), la zona del cerebro encargada de recibir y procesar la información sobre los olores que recibe del nervio olfatorio. No obstante, es preciso aclarar que las diferencias entre las habilidades olfatorias de hombres y mujeres son relativamente pequeñas. Así, hay varones que pueden tener más olfato que ciertas mujeres, pues la agudeza olfatoria entre personas del mismo sexo puede variar en gran medida. De hecho, las personas con hiperosmia (incremento de la sensibilidad olfatoria) destacan por su capacidad para percibir olores imperceptibles para la gran mayoría y por sentir con mucha mayor intensidad aquellos aromas que todos huelen. Tanto es así que la habilidad olfatoria de estos individuos puede estar varios órdenes de magnitud por encima de la gente con un sentido del olfato corriente.

Sin duda, la hiperosmia supone una notable ventaja para ciertos colectivos profesionales como perfumistas, sumilleres y catadores, pero en el día a día este don puede convertirse en un verdadero castigo al entrar a zonas con hedores muy intensos. Por ejemplo, el fuerte olor a «humanidad» del metro en hora punta es un lugar extremadamente hostil para una persona con hiperosmia que puede llegar a experimentar las mismas reacciones que un individuo con un sentido normal del olfato en una cloaca inmunda: vómitos, náuseas, mareos y hasta desmayos. Por esa razón, las personas con hiperosmia procuran evitar todos aquellas áreas que supongan una tortura olfatoria, lo que puede afectarles en su esfera social.

La hiperosmia es una condición relativamente rara, pero las causas que pueden provocarlo son muy variadas. Hay personas que nacen con esta característica, mientras que otras pueden adquirirla, a veces de forma transitoria, a lo largo de la vida. Ciertas enfermedades, como migrañas, epilepsia del lóbulo temporal, párkinson o trastornos autoinmunitarios pueden desencadenar una hiperosmia, pero también el consumo de ciertas sustancias (como anfetaminas). En la actualidad, existe bastante debate científico sobre si realmente los cambios hormonales que se producen durante el embarazo pueden provocar hiperosmia o si, en realidad se trata de otra cosa: una percepción distorsionada de los olores, con la aparición, incluso, de olores fantasma (que no existen), o una reacción mayor a los olores, con una sensibilidad olfatoria que no varía.

Más allá de catar refinados vinos o deleitarse con exquisitos perfumes, contar con un olfato extraordinario puede darte un poder inesperado: detectar a personas que sufren párkinson por su característico olor. Los científicos descubrieron hace años que la escocesa Joy Milne es capaz de detectar ciertas moléculas que liberan los afectados por esta enfermedad neurológica, incluso mucho antes de que se manifiesten los primeros signos. Milne descubrió esta extraña habilidad con su marido, cuyo olor cambió 12 años antes de padecer párkinson. Su habilidad se puso a prueba en diversos estudios: la mujer con hiperosmia podía reconocer con gran precisión a los pacientes con párkinson con tan solo oler sus camisetas e incluso reconoció a una persona como afectada por párkinson, cuando su diagnóstico médico llegó 8 meses más tarde.

Ahora los científicos están trabajando en un método objetivo para detectar específicamente aquellas moléculas asociadas al párkinson, probablemente liberadas por las glándulas sebáceas de la piel. El caso de Milne refleja, una vez más, la hiperosmia tanto como una maldición, como un don. En la vida diaria, la escocesa puede oler a personas que podrían padecer párkinson en un futuro próximo, pero no puede informarles por razones éticas, aconsejada por expertos en la materia.

Sobre la autora: Esther Samper (Shora) es médica, doctora en Ingeniería Tisular Cardiovascular y divulgadora científica

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