Política y ciencia

Ciencia infusa

Hace casi un siglo, en 1927, el genetista y biólogo evolutivo, y marxista convencido, J.B.S. (John Burdon Sanderson) Haldane publicó, en su libro Mundos posibles, un capítulo titulado Política y ciencia. Apareció, traducido a nuestro idioma, en 1947. Comentaba el autor que de vez en cuando le preguntaban si no había pensado nunca en intervenir en política. Afirma que es curioso que la misma pregunta se suele hacer a quienes son capaces de hablar seguido durante unos veinte minutos. Haldane había respondido que, en ocasiones, la política no es propia de un hombre honrado.

Si seguimos con lo que escribieron otros conocidos científicos y políticos sobre esta relación entre ciencia y política, podemos citar a Carl Sagan, que veía que debían estar más relacionadas de lo habitual. En 1996 avisaba de que vivimos en una sociedad basada en la ciencia y la tecnología y, sin embargo, en la que casi nadie entiende nada de ciencia y tecnología. Y es una mezcla inflamable de ignorancia y poder que, tarde o temprano, nos va a estallar en la cara. Además, Michel Polanyi afirma que nos negamos a aceptar una prueba científica si no prueba lo que queremos creer.

Foto: Pelayo Arbués / Unsplash

Oficina C

Ahora vamos a tratar hechos concretos de la relación entre ciencia y política. La Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados español tiene como principal objetivo proveer a la Cámara de evidencias científicas sobre determinados temas de interés, con objeto de contribuir a la toma de decisiones informadas según el conocimiento científico disponible. La actividad de la Oficina la ofrece por el Congreso de los Diputados en colaboración con la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, según el convenio suscrito por ambas partes el 5 de marzo de 2021. En la web del Congreso aparece como Oficina C.

Selecciona para el Congreso la evidencia científica sobre temas de interés y facilita el diálogo entre la comunidad científica y los diputados y diputadas, y así ayuda en la búsqueda de decisiones informadas según el conocimiento científico. Las evidencias se obtienen de artículos científicos publicados en revistas científicas, entrevistas con investigadores, científicos y expertos y de otras fuentes relacionadas con la actividad de la ciencia. Todo ello se analiza y resume en informes, denominados C, según un proceso estándar aceptado. Estos informes son públicos y están a disposición de diputados, diputadas y del público.

Desde la Oficina C consideran que su labor busca un nuevo ecosistema en el que los diputados y diputadas estén informados del conocimiento científico interdisciplinar y en el que su labor parlamentaria y las políticas públicas que desarrollen sean más capaces de abordar los grandes retos actuales. Con ello, las instituciones democráticas se ven fortalecidas. Y la comunidad científica conocerá mejor la labor parlamentaria y podrá contribuir de manera más estructurada a la formulación de políticas públicas. Además, el conocimiento mutuo aumenta la conexión y la confianza entre los actores implicados (diputados y diputadas, comunidad científica y sociedad).

Los cuatro primeros Informes C ya son públicos, en español e inglés, y tratan del hidrógeno verde como combustible, la inteligencia artificial y la salud, los avances en el tratamiento del cáncer y la ciberseguridad.

Decía Ortega que…

Escriben Andreu Climent y Lorenzo Melchor que, hace un siglo, José Ortega y Gasset aseguró que el progreso de la civilización humana se debe fundamentalmente a dos razones:

  1. La democracia, la adquisición de derechos sociales y civiles y el establecimiento y consolidación de instituciones que trasciendan generaciones humanas.

  2. La generación del conocimiento en su sentido más amplio y el desarrollo científico y tecnológico.

Para conseguir y mantener lo primero es fundamental la política. Para conseguir y mantener lo segundo resulta crucial la ciencia. Se pueden identificar tres grupos que intervienen en este proceso, según Julián Briz e Isabel de Felipe, de la Universidad Politécnica de Madrid. En primer lugar están los científicos y académicos que estudian e investigan. En segundo lugar intervienen los que deciden y ejecutan desde el Gobierno y la Administración, o sea, los que toman las decisiones políticas. Y, en una democracia, los medios de comunicación que difunden lo anterior. Es evidente que la coordinación entre estos tres grupos es necesaria para la eficacia de todo el sistema.

Sin embargo y en general, los que se dedican a la política no están formados en ciencia. José Antonio Lozano mencionaba en 2013 que, en el Congreso de Estados Unidos, solo el 2% de sus miembros tenían una formación científica profesional. Y muchos de los representantes declaraban que en sus estudios universitarios huían de las materias científicas.

Sin embargo, Andreu Climent, afirmaba en 2018, que aunque la ciencia no es infalible, la toma de decisiones políticas informadas en el conocimiento existente aumenta las posibilidades de acertar.

¿Tiene sentido la ciencia para quienes los hechos les son indiferentes?

Como hizo Max Weber hace un siglo debemos preguntarnos si tiene sentido la aportación de la ciencia para aquellos a quienes los hechos les son indiferentes y para aquellos que solo consideran la toma de posición en la práctica. Que es lo que hacen, o deben hacer, los políticos. Para Weber, lo primero es aceptar los hechos que resultan incómodos. Pero los hechos pueden ser verdaderos incluso aunque no sean bellos, ni sagrados, ni buenos, y formar parte de la sabiduría de todos los días. Pero el científico ofrece lo que tiene de la ciencia, no algo más. Como apoyaría Weber, el científico no es un caudillo, es un profesional de la ciencia. Podemos volver a J.B.S. Haldane cuando escribía en 1947 que, mientras la política no sea una disciplina de la ciencia hay que suponer que las reformas políticas, sociales y económicas son más bien experimentos.

Desde la Universidad de Chicago, Martha Nussbaum plantea el debate desde un enfoque diferente, a primera vista, incluso contrario. La actual crisis viene de la educación, promovida desde gobiernos y poderes económicos, de la que se eliminan las artes y las humanidades. Pero, añade, también desaparece el enfoque humanístico de las ciencias que incluye la imaginación, la creatividad o el rigor en el pensamiento crítico. Queda la rentabilidad a corto plazo con el cultivo del máximo utilitarismo y de las prácticas prioritarias para generar más riqueza.

El manifiesto publicado en octubre de 2020, firmado por 55 sociedades científicas y enviado al Presidente del Gobierno de España y a los Presidentes de las 17 comunidades autónomas, llevaba el título de “En la salud, ustedes mandan pero no saben”. Era un decálogo y ya en el punto primero los firmantes pedían que para enfrentarse a la pandemia las decisiones dominantes deben basarse en la mejor evidencia científica disponible, desligada por completo del continuo enfrentamiento político. Sin embargo, como ocurre a menudo, el manifiesto provocó que se considerase la pandemia no solo como cuestión médica, que sin duda lo es, sino además, como escribía Lina Gálvez en elDiario.es, también política.

Pero los científicos, afirmaba en 2017 José Cervera y como proclama Hannah Arendt, “son partidarios de los hechos y los datos sobre las emociones … a la hora de tomar decisiones, y también cuando se trata de cómo gobernar un grupo humano”. O sea, si hablamos de política. Incluso añadía Cervera que “la política no es un simple asunto de toma de decisiones racional y basado en datos”.

Más adelante continuó el debate sobre la importancia de los datos de la ciencia en las decisiones políticas. En julio de 2022, Daniel Innerarity, de la UPV/EHU, publicó en El Correo un artículo de opinión que, en la entradilla, pedía que “habría que ponderar y equilibrar las justificaciones tecnológicas, la validez de los datos, igual que hacemos con las diferencias ideológicas o de intereses”. En el texto concluye que los algoritmos, o sea, la tecnología basada en los algoritmos, no toman decisiones, pero lo ignoramos o, quizá por comodidad, lo consentimos. Propone politizar los procedimientos técnicos. Para ello debe haber ámbitos donde se discutan datos, algoritmos y artefactos. Es politizar la digitalización. Y la solución viene en acomodar los algoritmos entre los distintos intereses y visiones presentes una sociedad. Arendt rebatiría con su afirmación de que los hechos no cambian y en la ciencia aprendemos de los hechos.

Científicos, aprendan política

No pasó mucho tiempo, menos de un mes, en que no solo se pide un ámbito para debatir la ciencia (la tecnología en este caso) sino que pide, directamente, que la solución es que los científicos aprendan política. Como dirían los representantes elegidos para el Congreso de Estados Unidos, hay que huir de la ciencia y que sean los científicos los que sepan de política. El autor, Braulio Gómez, escribe que “da más miedo que nos acaben dominando los científicos que desprecian a los políticos que cualquier forma de inteligencia artificial”. El título de su columna resume su conclusión cuando pide “Científicos, aprendan política”. Supongo que el actual debate sobre Doñana entre políticos y científicos enseñará que los hechos a veces no cambian aunque los políticos, como dice Braulio Gómez, “tenían que ser negociados para cuidar otros intereses presentes en la sociedad que ellos [los científicos] consideraban menores”. El agua existe o no existe, esto son hechos.

Propone Jon Irazusta, de la UPV/EHU, que la solución del debate entre ciencia y política viene del diálogo, de la colaboración que ayude a encontrar la mejor solución en los problemas que se deben afrontar. Ni ciencia ni política, más bien la negociación entre ambas. Y, al contrario de lo que conocemos del Congreso de Estados Unidos, Irazusta pide, para los científicos, que se ilustren en temas alejados de su especialidad concreta o, si se quiere, que se interesen por las Humanidades, como pedía Martha Nussbaum.

Debemos retomar el debate que plantearon Carl Mitcham y Adam Briggle, de las universidades de Colorado, en Estados Unidos, y de Twente, en Holanda, sobre hasta donde se debería permitir que la política o la ética deben influir en la investigación científica, sea cual sea la relación entre ellas o sobre la formación en política y ciencia de quien toma las decisiones. Debate abierto para ahora, por ejemplo con el cambio climático, y para el futuro, en mi opinión, sobre biomedicina.

Además, como explica Santiago Iñiguez de Onzoño, de la IE University de Madrid, Emmanuel Kant, en su texto breve Teoría y Práctica, dice que no hay una diferencia sustancial entre teoría y práctica, solo que hay buena y mala investigación. Escribía Kant que “tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica” pues la teoría sin práctica es simple juego intelectual. La primera, la buena teoría, es real y compatible con los problemas aplicados, es decir, con la práctica. Solo nos falta decidir, entre ciencia y política, cuál es la teoría y cuál es la práctica. Y, en consecuencia, cuál funciona y cuál no es compatible con la realidad. ¿Quizá la política, sobre todo los programas electorales, son teoría, y la ciencia es práctica? De nuevo queda el debate abierto.

Referencias:

BOE 15 abril 2021. Anuncio de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología F.S.P. (FECYT) por el que se publica el extracto del Convenio de colaboración entre el Congreso de los Diputados y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología F.S.P., para el desarrollo de la Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados. P. 23452.

Briz Escribano, J. & I. de Felipe Boente. 2023. El valor del conocimiento académico en las decisiones políticas sobre alimentación. The Conversation 26 abril

Cervera, J. 2017. Ciencia y política: el papel de la verdad. Cuaderno de Cultura Científica 11 mayo.

Climent, A. & L. Melchor. 2018. Cómo acercar ciencia y política para mejorar la sociedad de hoy (y de mañana). The Conversation 8 noviembre.

Gálvez, L. 2020. Ciencia y política: ustedes saben mucho, pero no de todo. elDiario.es 5 octubre.

Gómez, B. 2022. Científicos, aprendan política. El Correo 19 agosto.

Haldane, J.B.S. 1947. Mundos posibles. José Janés Ed. Barcelona. 218 pp.

Innerarity, D. 2022. Un parlamento para los algoritmos. El Correo 24 julio.

Iñiguez de Onzoño, S. 2023. Cómo formar a directivos ilustrados. The Conversation 10 mayo.

Irazusta, J. 2022. Ciencia y humanidades: una relación aún sin resolver. Campusa 24 febrero.

Kant, I. 2006. Teoría y práctica. Ed. Tecnos. Madrid. 65 pp.

Lozano Teruel, J.A. 2013. ¿Son compatibles ciencia y política? ADC Alternativas de Comunicación. Murcia. 380 pp.

Manifiesto de 55 sociedades científicas. 2020. Octubre.

Mitcham, C. & A. Briggle. 2007. Ciencia y política: perspectiva histórica y modelos alternativos. Revista CTS 8: 143-158.

Nussbaum, M. 2010. Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz Eds. Buenos Aires. 199 pp.

Polanyi, M. 1962. The republic of science: Its political and economic theory. Minerva 1: 54-73.

Weber, M. 1979. El político y el científico. Alianza Ed. Madrid. 231 pp.

Para saber más:

Ciencia, ideología y práctica política
Ciencia, política y hechos
Ciencia, creencias, política y matar al mensajero

Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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