La buena literatura ayuda a ponernos en el lugar de los otros

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Foto: Matias North / Unsplash

Leer buena literatura mejora nuestra capacidad para empatizar con los otros y para entenderlos, para interpretar mejor su comportamiento; en definitiva, para ponernos en su lugar. Expresado en términos algo más técnicos y con pocas palabras, mejora nuestra «teoría de la mente» (TM), que es la capacidad para asignar pensamientos, intenciones y emociones a otras personas. Dentro de ella se diferencia la afectiva (TMa), que es la que se refiere a las emociones, y la cognitiva (TMc), que es la relativa a los pensamientos e intenciones.

La conclusión general presentada en el párrafo anterior ha sido obtenida a partir de experimentos diseñados para valorar el posible efecto que tienen diferentes tipos de lectura sobre la capacidad para ponernos en el lugar de los demás. Proporcionaron a grupos formados por diferentes personas textos breves tomados de libros seleccionados y, tras su lectura, a las personas de cada grupo les pasaron test para evaluar diferentes indicadores de TM. En todos los experimentos se valoró también el grado de familiaridad de los participantes con la literatura, para lo que se utilizó un test de reconocimiento de autores. En el primer experimento compararon el efecto de leer ficción literaria con el de leer lo que se denomina no ficción. Y a continuación, en una serie de otros cuatro experimentos, compararon el efecto de leer ficción literaria con el de leer lo que ellos denominan ficción popular que, a los efectos de esta anotación, podemos llamar “superventas” (best sellers).[1]

Citaré, a modo de ejemplo, dos de los test utilizados. En el denominado de “lectura de la mente en los ojos”, considerado el test prototípico de TM afectiva, se pedía a los participantes que asignasen estados emocionales a las expresiones faciales que se les mostraban en imágenes centradas en los ojos. Y en el denominado “test de Yoni”, debían deducir estados emocionales (para TMa) o pensamientos (para TMc) a partir de claves lingüísticas y visuales mínimas. Aunque los autores también utilizaron un test de falsa suposición –del tipo de Sally & Anne–[2] para valorar la teoría de la mente cognitiva, no dio ningún resultado.

El primer experimento mostró que la lectura de ficción literaria mejora la teoría de la mente afectiva por comparación con la lectura de textos de no ficción. De los siguientes experimentos se concluyó que el efecto es específico de la ficción literaria, y que, por lo tanto, no se extiende a la ficción popular. Como el test de falsa suposición no funcionó, lo autores recurrieron al test de Yoni al que me he referido antes, que es bastante más exigente que el de falsa suposición y que, como hemos visto, sirve para determinar ambas modalidades de TM, la afectiva y la cognitiva. Los resultados de los experimentos en que se utilizó este test mostraron que el efecto de la lectura de ficción literaria no se limitaba a la TM afectiva, sino que se extienden también a la TM cognitiva.

De acuerdo con tres de los cinco experimentos, la familiaridad con la literatura sí ejerce efectos positivos sobre la TM, pero ese efecto no se verificó en los otros dos experimentos. Los investigadores sugieren que ese aspecto debe ser investigado de forma más específica, pues las referencias anteriores indicaban que, en efecto, la familiaridad con la literatura de ficción es un factor que afecta de forma positiva a la teoría de la mente. Y lo cierto es que hay razones para que así ocurra, ya que la ficción amplía nuestro conocimiento de las vidas de otros y nos ayuda a reconocer nuestras semejanzas y diferencias con ellos.

Sin embargo, los autores, sin descartar que eso sea así, creen que la relación entre la teoría de la mente y la familiaridad con la literatura puede deberse a características del texto más sutiles que la simple caracterización de los personajes. Ellos proponen que la ficción puede cambiar no sólo lo que pensamos de los demás, sino lo que pensamos de uno mismo. Según su planteamiento, la ficción afecta a los procesos propios de la TM al obligarnos a implicarnos en la lectura de la mente de los personajes. Y eso es algo que no valdría para cualquier forma de ficción. Solo la literaria llevaría al lector a implicarse en los procesos propios de la teoría de la mente.

Sostienen que la ficción literaria es más polifónica y más rica tras la interpretación del lector que reelabora lo leído y que, por ello, le permite adquirir las claves necesarias para comprender a los personajes. En ese sentido, se parecería más a la vida real que la ficción popular, pues está llena de personajes complejos cuyas vidas no son fácilmente discernibles. Por comparación con la vida real, la ventaja de la ficción es que en ésta no se corre ningún peligro personal por implicarse en la trama. Es más, mientras que muchas de nuestras relaciones sociales habituales están gobernadas por estereotipos y convenciones, las que se presentan en las obras de ficción literaria no se ajustan a nuestras expectativas en muchas ocasiones. Por eso, los lectores de ficción literaria deben hacer uso de recursos interpretativos más flexibles para poder inferir los sentimientos y pensamientos de los personajes. O lo que es lo mismo, deben recurrir a los procesos mentales propios de la teoría de la mente. La llamada «ficción popular», por el contrario, tiende a describir el mundo y las personas de una forma mucho más coherente y predecible; de esa forma, reafirma las expectativas de los lectores y no tiene por qué mejorar la teoría de la mente.

Los resultados de los experimentos confirman, según los autores, lo anterior, y sugieren que las explicaciones que se basan en el contenido concreto de la ficción no podrían dar cuenta de aquellos. De hecho, los textos utilizados trataban asuntos muy diferentes. Además, no les parece verosímil que los lectores pudiesen aprender mucho acerca de los demás leyendo unos textos tan breves. Por otro lado, era específicamente la ficción literaria la que ejercía efecto sobre la TM. Por todo ello, los investigadores proponen que es la adopción de un papel activo para representar los estados subjetivos de los personajes la que hace que la lectura de ficción literaria promueva la teoría de la mente.

En otro orden de cosas, y a pesar de que los resultados relativos al efecto de la familiaridad con la literatura no fueron concluyentes, sostienen que es muy probable que leer ficción literaria de manera frecuente conduzca a mejoras estables en la teoría de la mente. Por otra parte, no creen que los efectos benéficos de la buena literatura se limiten a los procesos de la TM, sino que seguramente produzca también beneficios de otro tipo, tanto de índole cognitiva como afectiva, y es muy posible que dichos efectos sean generalizables a la ficción en general, no sólo a la literaria.

Fuente:

David Comer Kidd y Emanuele Castano (2013): «Reading Literary Fiction Improves Theory of Mind» Science 342: 377-380.

Notas:

[1] Las obras de ficción literaria seleccionadas por los autores de este trabajo habían recibido algún tipo de galardón literario de prestigio, y los superventas fueron tomados de la lista de libros más vendidos de Amazon.

[2] En su versión original, en este test se muestra al sujeto una escena en la que hay dos muñecas, Sally y Anne. Sally coge una canica (o cualquier otro objeto de pequeño tamaño) y lo coloca en su cesta. A continuación sale de la escena. Entonces, Anne coge la canica de la cesta de Sally y la pone en su propia cesta. Regresa Sally a la escena y se le hace al sujeto la pregunta clave: “¿Dónde buscará Sally la canica?” El sujeto supera el test si responde que en la cesta de Sally, pues de esa forma aplicará la misma lógica que aplicaría Sally. Ello quiere decir que se pone en el lugar de Sally, que adopta su perspectiva. Los sujetos incapaces de ponerse en el lugar del otro y anticipar sus actos, responden de acuerdo con la información con que cuentan, esto es, que la canica se encuentra en la cesta de Anne, donde ella la ha puesto. Quienes superan el test entienden que Sally tiene sus propias suposiciones que pueden no corresponder a la realidad, y ese es precisamente el requerimiento nuclear de la teoría de la mente.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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