fuerza de voluntad
Algunos resultados experimentales recogidos en la literatura científica reciente indican que si se realiza una actividad mental exigente, de esas que requieren concentración y autocontrol, al cabo de un tiempo es necesario ingerir una cierta cantidad de azúcar para poder seguir realizándola, o para mejorar las funciones cognitivas básicas y funciones mentales autorregulatorias, como son la memoria episódica, el procesamiento de información, la atención y el autocontrol.
Lo cierto es que, datos experimentales al margen, mucha gente está convencida de que, efectivamente, es bueno ingerir azúcar si se desea mantener una ardua actividad mental de forma prolongada. Sin embargo, esa es una noción que desde el punto de vista fisiológico no tiene sentido, ya que la concentración de glucosa en la sangre y, por lo tanto, su disponibilidad efectiva para las tareas que desempeña el encéfalo, está sometida a una regulación estricta. Esa regulación solo falla en caso de enfermedad, como ocurre con la diabetes.
Unos psicólogos de las universidades de Zurich (Suiza) y Stanford (California, EEUU) sospechaban que la razón por la que la glucosa facilita el desempeño cognitivo y el autocontrol es porque se trata de una creencia, modelada culturalmente, que ha alcanzado una gran aceptación. Si, efectivamente, ese era el caso, la limitación no vendría determinada por la disponibilidad de glucosa, sino por la creencia en sí. En ese supuesto, sería de aplicación la cita de William James: “vivimos sujetos a la inhibición por niveles de fatiga a los que hemos llegado a obedecer simplemente por costumbre”[*].
De acuerdo con esa sospecha, los psicólogos se plantearon la hipótesis de que, quizás, solo recurran a la ingestión de glucosa (para un correcto funcionamiento cognitivo tras una intensa actividad mental) quienes creen que la fuerza de voluntad es limitada y se agota fácilmente. Sería como si la fuerza de voluntad necesaria para mantener el autocontrol necesitase ser “alimentada” mediante el aporte de energía metabólica en forma de azúcar. Para esa gente, la ingestión de glucosa y los procesos fisiológicos que desencadena actuarían como señales que indican que han recuperado la capacidad de sostener el esfuerzo mental. Por el contrario, las personas que no creen que la fuerza de voluntad se agote con el uso, no dependerían del aporte de glucosa para poder funcionar con normalidad. Estos supuestos se basaban en observaciones experimentales anteriores, según las cuales solo la gente que cree que la fuerza de voluntad está limitada se desenvuelve peor al acumularse las pruebas en que han de realizar tareas mentales exigentes y mantener el autocontrol.
Los investigadores hicieron tres experimentos para tratar de verificar su hipótesis. En el primero analizaron el efecto de la ingestión de glucosa (por comparación con la de un edulcorante artificial) y de las creencias implícitas acerca de la fuerza de voluntad (si se trata de un recurso limitado o no) sobre el autocontrol de individuos que habían estado realizando antes una tarea intelectualmente exigente. Los participantes que habían ingerido edulcorante y que pensaban que la fuerza de voluntad se agota con facilidad fueron los que se diferenciaron de los demás: su desempeño en el test de autocontrol fue peor que el del resto de participantes. El resultado demostró que el efecto de la glucosa sobre la capacidad para mantener el autocontrol depende de lo que creen los sujetos acerca de la fuerza de voluntad.
En el segundo experimento se manipuló la opinión de algunos participantes para que pensasen que la fuerza de voluntad se agota con facilidad, y los resultados reprodujeron los del primer experimento, porque los de la opinión manipulada respondieron igual que los que pensaban eso originalmente.
Y en el tercer experimento se investigó si los participantes que piensan que la fuerza de voluntad es limitada responden a lo que creen que están ingiriendo o si lo hacen sólo a lo que realmente ingieren. Y efectivamente, su desempeño en la tarea de autocontrol tras un esfuerzo anterior solo mejora si realmente ingieren glucosa, no si creen que la ingieren. Quiere ello decir, que esos participantes eran sensibles a señales internas (fisiológicas) que indicaban que se había producido una elevación en la concentración de glucosa en la sangre.
Los resultados de estos experimentos son muy llamativos. Un proceso fisiológico básico, como es el efecto de la ingestión de glucosa sobre el desempeño intelectual en condiciones exigentes, depende de las creencias acerca de la naturaleza de la fuerza de voluntad. Solo se benefician de los efectos de una subida del nivel de azúcar en la sangre quienes creen que la fuerza de voluntad se agota con facilidad o quienes son manipulados para creerlo. Los experimentos demuestran que la fuerza de voluntad no es un recurso limitado, pues que se termine o no depende, de hecho, de lo que cada uno piense. Quienes no creen que se agota no necesitan reponerla ingiriendo azúcar, por eso no se modifica su desempeño intelectual cuando la ingieren. Solo han de restaurarla quienes piensan que se acaba con facilidad.
Los investigadores señalan, finalmente, que el pensar que la fuerza de voluntad no se agota no es suficiente para poder ejercer con éxito el autocontrol, aunque sea un ingrediente importante. Necesitamos, además, desarrollar estrategias de autocontrol eficaces para que funcione, como minimizar tentaciones (evitándolas físicamente) o planificar por adelantado cuándo, dónde y cómo actuar o responder ante la dificultades. Una disposición mental adecuada y unas estrategias efectivas sirven para ejercer el autocontrol durante periodos de tiempo prolongados sin necesidades de ingerir glucosa cada cierto tiempo.
Fuente: V Job, G M Walton, K Bernecker, y C S Dweck (2013): «Beliefs about willpower determine the impact of glucose on self-control». PNAS 110 (37): 14837–14842
Nota: [*] W. James (1907): The energies of men. Science 25(635):321–332.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU