La evolución cultural acumulativa característica de nuestra especie depende, en gran medida, del tamaño de las poblaciones en cuyo seno tiene lugar. Esta es la principal conclusión que se obtuvo mediante un ingenioso experimento. En el experimento –un juego en el que participaron grupos de diferente tamaño– se han sometido a contraste experimental diferentes hipótesis relativas al efecto que ejerce el tamaño de los grupos humanos sobre la evolución de la complejidad cultural. Los participantes, distribuidos en grupos de 2, 4, 8 o 16 jugadores, debían recolectar recursos de forma individual con el objetivo de incrementar su fortaleza o su condición física.
Para ello los experimentadores les proporcionaban dos guías mediante las que se les enseñaba a realizar sendas tareas, una simple y otra compleja. Ambas eran útiles para recolectar los recursos objeto del juego. La tarea simple consistía en fabricar una punta de flecha, y la compleja, en fabricar una red, y en cada una de las 15 rondas del juego, los participantes debían hacer una cosa o la otra. A los participantes se les indicaba que si se les ocurría la manera de hacerlo, podían mejorar los procedimientos en uno y en otro caso. A lo largo de las sucesivas rondas podían ocurrir diferentes cosas, podía mejorarse el modo de hacer las tareas, se podía empeorar y podía ocurrir, incluso, que en un grupo una de las dos tareas se dejase de realizar porque ninguno de sus miembros era capaz de llevarla a cabo o porque no se tomaban la molestia de hacerlo.
Como era de esperar, resultó ser más probable que a lo largo de la secuencia de rondas se dejase de hacer la tarea compleja que la simple. Por otra parte, la probabilidad de que cualquiera de las dos tareas se acabara abandonando en el transcurso del juego era menor en los grupos más grandes que en los pequeños. Además, el mantenimiento de la tarea compleja en los grupos grandes no conllevaba una disminución de la probabilidad de mantener la tarea simple. Y como consecuencia de lo anterior, la probabilidad de que se mantuviese la diversidad cultural al final del juego era más alta cuanto mayor era el tamaño del grupo.
Por otro lado, y dado que los participantes podían introducir modificaciones en el modo en que se desempeñaban las tareas, al final de las 15 rondas había cambiado la forma en que se hacían las cosas, bien porque ronda tras ronda se producían errores por parte de los participantes, o bien porque algunos de ellos conseguían mejorar los procedimientos iniciales.
El procedimiento para fabricar la punta de flecha que proporcionaba los mejores resultados resultó, en promedio, ser mejor que el inicial en los grupos grandes y similar en los pequeños. Por lo tanto, la evolución cultural ocurrida en los grupos grandes había dado lugar a una mejora en la forma de hacer las cosas, pero no ocurrió lo mismo en los grupos pequeños. Fabricar una red era más difícil y, como he señalado antes, al final de las rondas algunos grupos la abandonaron, y entre los que la mantuvieron, disminuyó su rendimiento en los de pequeño tamaño, mientras que en los grandes se mantuvo en promedio, pero mejoró en algunos grupos.
En todo caso, la mejora en el rendimiento de las tareas estaba relacionada con el tamaño del grupo, lo que sugiere que, con carácter general, la mejora de las tecnologías preexistentes es más probable que ocurra en los grupos de tamaño más grande que en los más pequeños. Además, un resultado muy interesante del experimento es que en los grupos en que al final de las rondas el mejor individuo obtuvo una mejora en el rendimiento, el promedio del resto de los miembros del grupo también se elevó y las magnitudes de ambas subidas estaban positiva y significativamente correlacionadas. Esto indica que el mejor del grupo hacía que los demás miembros del mismo, por aprendizaje, también mejorasen su rendimiento.
En la especie humana se ha producido y se produce un proceso de acumulación cultural de gran importancia. A esa capacidad para crear conocimiento y transmitirlo, con su consiguiente acumulación progresiva, suele atribuirse el éxito demográfico de la especie, ya que gracias a ella, se han podido generar tecnologías que una sola persona no podría haber desarrollado nunca. Sin embargo, la transmisión de conocimiento no está exenta de errores, lo que, en principio, constituye un obstáculo para que se produzca la acumulación cultural citada. Y es ahí donde interviene el tamaño de los grupos humanos como variable determinante de la calidad de la evolución cultural.
Está bien caracterizado, a ese respecto, el retroceso cultural tasmano. Una vez quedaron aislados de Australia los habitantes de Tasmania, se produjo una regresión cultural como consecuencia de la cual se perdieron las tecnologías más complejas que poseían antes del aislamiento. La pérdida habría sido consecuencia de los errores con que se transmitía la información, y favorecida, probablemente, por el pequeño tamaño de la población tasmana.
Dado que al transmitirse entre individuos tecnologías complejas se suelen cometer errores, el número de efectivos de la población resulta ser una variable fundamental. En efecto, si los efectivos de la población son numerosos, ese riesgo se minimiza, pues es más probable que al menos algunos eventos de transmisión se produzcan sin errores. Si a eso se une el efecto del sesgo de prestigio, que consiste en la tendencia a imitar preferentemente a los miembros de la comunidad que tienen éxito, las personas que triunfan suelen ser las que transmiten sus conocimientos y son los principales motores de la evolución cultural. Por el contrario, cuando la población es de pequeño tamaño es menos probable que haya algún evento de transmisión cultural sin fallos, con lo que los errores se acumulan con mayor facilidad, hasta llegar a perderse las tecnologías con que contaban al principio.
Como ya he comentado, la pérdida de tecnología se produce sobre todo, con las tareas complejas, porque en su transmisión se cometen errores más fácilmente. Con las tareas simples es menos probable que ocurra eso, pues son más fáciles de aprender y de ser imitadas sin que se cometan errores.
Por otra parte, y dado que la pérdida de tecnologías supone una disminución de la diversidad cultural, las posibilidades de inventar cosas nuevas también disminuyen, lo que supone otro obstáculo a la evolución cultural acumulativa en las poblaciones de pequeño tamaño. En otras palabras, los grupos grandes favorecen el mantenimiento de la diversidad cultural y, por lo tanto, de la introducción de innovaciones.
El juego aporta, en consecuencia, respaldo experimental a la teoría que se había formulado para explicar el retroceso cultural de los tasmanos, y explica, además, el hecho de que los grupos humanos de mayor tamaño sean especialmente propensos a experimentar procesos de evolución cultural progresiva.
De lo anterior se deduce que la complejidad cultural que en ocasiones se observa en el registro arqueológico probablemente no es un indicador directo de una mayor capacidad cognitiva de los individuos que produjeron los objetos que reflejan esa complejidad, sino, quizás, la consecuencia de un mayor tamaño poblacional que pudo activar el comienzo de la evolución cultural acumulativa.
En conclusión, los cambios de tamaño de los grupos pueden dar lugar tanto a evolución cultural adaptativa como a la pérdida maladaptativa de habilidades culturales adquiridas. Ese fenómeno tuvo, seguramente, una gran importancia en nuestro pasado, y condicionó, probablemente, la tendencia humana a vivir en grupos de gran tamaño o, al menos, bien comunicados con otros grupos. En la actualidad ese efecto tiene menos importancia, pues la invención de la escritura, primero, de la imprenta de tipos móviles, después y, recientemente, de los dispositivos electrónicos de almacenamiento de información y la internet nos han ido haciendo cada vez menos dependientes del tamaño de los grupos a esos efectos. Menos dependientes, sí, pero no completamente independientes.
Fuente: Maxime Derex, Marie-Pauline Beugin, Bernard Godelle y Michel Raymond (2013): “Experimental evidence for the influence of group size on cultural complexity” Nature 503: 389-391.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU