Más que la genética, es la cultura la que configura los grupos humanos

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Foto: Eddi Aguirre / Unsplash

Los cantos populares son verdaderos registros del pasado de las poblaciones humanas. Sus diferencias reflejan las distintas trayectorias que han seguido aquellas a lo largo del tiempo. Junto con la lengua y otros elementos culturales, pueden aportar un complemento valioso a los estudios genéticos como herramienta para conocer el pasado.

Conforme los seres humanos nos dispersamos por el planeta, no sólo se diferenciaron nuestros genomas, también se diversificaron las lenguas y otros rasgos culturales. De hecho, es posible, y no demasiado difícil, establecer correspondencias entre grupos genéticos y familias o variedades lingüísticas. No obstante, en numerosas ocasiones, y por varios posibles motivos, los grupos humanos han perdido la que era su lengua para adquirir otra diferente. Por ello, la correspondencia original entre grupos genéticos y grupos lingüísticos se difumina, lo que dificulta el análisis conjunto de esos rasgos de cara, por ejemplo, a caracterizar la historia y relaciones entre unos grupos humanos y otros.

Además de la lengua, la música tradicional se ha diferenciado también entre grupos humanos conforme éstos se han desgajado unos de otros y se han diversificado genéticamente. El genetista de poblaciones Floyd Reed presentó, en la reunión anual de 2007 de la American Anthropological Association, un estudio realizado con 39 grupos humanos de África que mostraba una estrecha conexión entre su genética y las canciones que cantaban. Esos resultados venían a apoyar la idea de que la música puede ayudar a identificar las profundas relaciones entre diferentes poblaciones humanas. Al parecer, la música es mucho más resistente al cambio que otros rasgos culturales; puede serlo más incluso que la lengua.

El procedimiento utilizado para caracterizar las canciones que sirvieron de base al estudio de Floyd fue desarrollado por los musicólogos y etnógrafos Alan Lomax y Victor Grauer. Lomax, quien había dado a conocer a Woodie Guthrie y Lead Belly al gran público, creó un archivo de unas 5.500 canciones tomadas de 857 culturas. El sistema, denominado “Cantométrica”, diseñado por los dos etnomusicólogos clasifica las canciones basándose en una escala de 37 rasgos relacionados con ciertas características de la melodía.

Floyd desarrolló un método que permitía determinar la distancia entre pares de culturas musicales, y comprobó que, efectivamente, existía una correlación significativa entre las distancias musicales y las genéticas. Observó que los pueblos que se agrupaban musicalmente, tendían a compartir marcadores genéticos. El método empleado suscitó alguna reserva, ya que la cuantificación de los rasgos utilizados en la clasificación es subjetiva, y eso limita su aplicabilidad universal. No obstante, sus defensores señalan que los resultados avalan su validez.

En esa misma línea, en 2014 se publicaron los resultados de una investigación en Taiwán en la que se estudiaron nueve poblaciones indígenas, cuya genética era conocida, y de las que se contaba con abundantes registros de canciones populares de géneros diversos, principalmente de carácter ritual. Los autores de la investigación trabajaron con una muestra de 220 canciones. Las codificaron combinando Cantométrica (para reflejar estilo vocal, ornamentación y dinámica) y un método desarrollado por ellos mismos, CantoCore (para reflejar ritmo, tono, texto, textura y forma). En total trabajaron con 41 caracteres (15 de Cantométrica y 26 de CantoCore) que han servido para codificar los rasgos de cada canción.

Calcularon la distancia, dos a dos, entre las nueve poblaciones, tanto para la genética (ADN mitocondrial) como para los cantos. Estimaron también las distancias entre las lenguas, a partir de cognados lexicales del vocabulario básico de las culturas incluidas en el estudio. Dado que se analizaron nueve poblaciones, contaron con 36 pares, por lo que obtuvieron 36 distancias para cada aspecto estudiado (genética, lengua y canciones). El análisis estadístico consistió, en lo esencial, en análisis de la varianza –para valorar la variabilidad en y entre culturas– y en correlaciones entre las distancias estimadas a partir de cada uno de los tres rasgos –para establecer el grado de correspondencia entre rasgos genéticos y culturales.

La correlación entre distancias musicales y distancias genéticas fue significativa (r = 0,417; p = 0,015), y lo siguió siendo (r = 0,385; p = 0,032) incluso después de descontar el efecto de la distancia geográfica entre las poblaciones. También era significativa la correlación entre distancias genéticas y lingüísticas (r = 0,492; p = 0,006), pero en este caso la significación se esfumó (r = 0,321; p = 0,071) al introducir las distancias geográficas en el análisis. Eso indica que probablemente las distancias entre las canciones están más firmemente relacionadas con las distancias genéticas que éstas con las lingüísticas. Los autores de la investigación concluyeron que es muy probable que se haya producido una covariación de la música y del genoma mitocondrial de los taiwaneses mediante una ramificación a partir de un ancestro común, de manera que las diferencias, genéticas y musicales no serían mera consecuencia de una separación geográfica relativamente reciente de esas poblaciones.

Los valores de correlación que obtuvieron fueron similares, lo que indica, a mi entender, que tanto las distancias lingüísticas como la musicales reflejan, en una medida similar, el grado de diferenciación de los grupos humanos. Es muy interesante, sin embargo, que la correlación entre las distancias musicales y las lingüísticas sea relativamente débil (r = 0,411; p = 0,085), lo que sugiere que la diferenciación de uno y otro elemento cultural no ha seguido el mismo proceso. Así pues, música, por un lado, y lengua, por el otro, retienen aspectos diferentes de la historia de los grupos humanos analizados.

De todos los elementos contemplados en el estudio, el que más me ha llamado la atención es el de la magnitud relativa de las diferencias entre unos elementos y otros. Porque resulta que, utilizando la misma metodología para analizar distancias, las existentes entre las canciones populares y las lenguas son mayores que las genéticas. En todos los casos –lengua, canciones populares y genoma– la variación dentro de cada población es mayor que la variación entre poblaciones, pero, en términos relativos, hay más variación entre poblaciones en canciones populares y lengua que en los genomas mitocondriales.

En conclusión, los grupos humanos se diferencian en mayor medida en los rasgos culturales que en los rasgos genéticos. Y de aquí se extrae una interesante consecuencia: los grupos humanos se constituyen y diferencian unos de otros sobre la base de elementos culturales. O lo que es lo mismo, a los efectos de la configuración de los pueblos, la cultura es lo que nos hace miembros de uno u otro grupo, no los genes que codifican las proteínas que dan forma y función a nuestro organismo.

Fuente: S Brown S, P E Savage, AM-S Ko, M Stoneking, Y-C Ko, J-H Loo, J A Trejaut (2014): Correlations in the population structure of music, genes and language. Proc. R. Soc. B 281.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

2 comentarios

  • Avatar de Anónimo

    El artículo es sin duda interesante, aunque desliza entre líneas un concepto muy arriesgado, y que además están causando estragos al conocimiento. Y es que es fácil que de este texto se desprenda que la cultura es lo que modela el comportamiento social e individual, ergo la realidad no existe y no es más que un producto cultural. Y habría que matizar que la biología, y la genética, es mucho más definitoria de tales comportamientos de lo que los acientíficos ‘cultural studies’ pretenden y no parece muy sensato contribuir a tales presupuestos y ocurrencias alejadas del conocimiento científico sin ser más explícitos al respecto.

    • Avatar de Masgüel

      «que la cultura es lo que modela el comportamiento social e individual, ergo la realidad no existe y no es más que un producto cultural.»

      El consecuente no se deduce del antecedente. Aparte, la cultura modela el comportamiento social e individual, la realidad existe y es un producto cultural.

      «no parece muy sensato contribuir a tales presupuestos y ocurrencias»

      Traducción: Al enemigo ni agua.

  • Avatar de Masgüel

    «Tras los pasos de Alejandro, muchos griegos se habían instalado en territorios ignotos, desde el desierto de Libia hasta las estepas de Asia Central. Allí donde aparecían y se afincaban griegos, ya fuera en las aldeas del Fayum, Babilonia o Susiana, enseguida asentaban sus instituciones, sus escuelas primarias y sus gimnasios. La literatura ayudaba a los emigrados a mantener un lenguaje común, un sistema de referencias compartidas, una identidad. Era el instrumento más seguro de contacto y de intercambio entre los griegos dispersos por la vasta geografía del imperio. Extraviados en la inmensidad, encontraban una patria en los libros. Y no faltaban los indígenas que querían medrar adoptando la lengua y la forma de vida griega. Quien mejor resumió el nuevo concepto de ciudadanía cultural fue el orador Isócrates: «Nosotros llamamos griegos a quienes tienen en común con nosotros la cultura, más que a los que tienen la misma sangre».»

    El infinito en un junco – Irene Vallejo

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