En busca del yo y otros fantasmas

Editoralia

¿En qué consiste la consciencia? ¿Estamos predestinados a ser como somos y comportarnos como lo hacemos? ¿O tenemos capacidad real de incidir en nuestro destino? ¿Qué es el yo? ¿Qué soy?

Estas preguntas, formuladas de esta forma o de otras, se las han hecho los seres humanos al menos desde que hay constancia escrita de lo que llamamos filosofía. Últimamente, la neurociencia se ha sumado a las pesquisas y algunas de las ideas en boga proceden de ese campo.

El catedrático de filosofía (en la UNED) Jesús Zamora Bonilla ha abordado estas cuestiones en su En busca del yo y otros fantasmas, un libro que se ha editado en dos ocasiones, la segunda, con algunas adicciones a la original, por Shackleton Books (2022). Del autor había leído Contra apocalípticos: ecologismo, animalismo, poshumanismo, de la misma editorial, aunque más reciente (febrero de este mismo año).

albedrío

En busca del yo empieza tratando del dualismo, esa creencia en la existencia en la persona de dos entidades, una material, que está formada por órganos, huesos, músculos y demás. Ese es el cuerpo. La otra es la inmaterial o espiritual. El dualismo tiene su referencia intelectual histórica más conocida en Descartes, quien propusiera la existencia de la res cogitans y la res extensa. La primera, “la sustancia que conoce”, es la que nos caracteriza como seres humanos. Es la componente inmaterial a la que me he referido antes. La segunda, “la sustancia extensa”, es la material.

En el cristianismo, la religión en que me educaron, la entidad inmaterial es el alma. El dualismo, no obstante, no es patrimonio exclusivo de quienes profesan credos religiosos. Muchas personas que declaran no creer en una divinidad piensan que existe esa otra entidad, la inmaterial, que es la que gobierna nuestros actos y en la que, en definitiva, consiste el yo. Y son aún más las que, sin creer en su existencia, se expresan y actúan, de hecho, como si existiera.

No es extraño que así sea. Se hace muy difícil aceptar en la práctica que nuestra identidad se fundamenta en una miríada de corrientes eléctricas a uno y otro lado de las membranas neuronales y en el continuo trasiego de moléculas entre neuronas adyacentes. “¿Eso es todo?” Es la pregunta implícita en la negativa a aceptar que, como diría Steven Pinker (The Blank Slate, 2003), en la máquina (el cuerpo humano) no hay un fantasma (el alma o como quiera que lo queramos llamar).

¿No gozamos de libre albedrío?

Pensemos en lo que eso podría significar. Si no somos más que un conjunto más o menos bien ordenado de corrientes eléctricas, reacciones químicas y procesos físicos a media escala (movimientos musculares, circulación sanguínea, producción y eliminación de la orina, etc.), ¿no existimos como personas? ¿somos una mera máquina? ¿meros autómatas? ¿carecemos de voluntad real? ¿no gozamos de libre albedrío? ¿no somos, en el fondo, responsables de nuestros actos? Porque, ¿cómo vamos a ser responsables de algo acerca de lo que no tenemos verdadera capacidad de decisión?

Si la voluntad, la agencia consciente, la misma consciencia, el yo, no son más que ilusiones, ¿dónde queda la libertad? ¿dónde la responsabilidad? ¿dónde la culpa? Y por supuesto, ¿qué es el bien y el mal? En fin, podría seguir poniendo entre signos de interrogación muchas más nociones que son básicas para nosotros y sin las que –pensaríamos– no es fácil llevar una vida normal; no digamos ya una vida satisfactoria.

Zamora Bonilla no llega a plantearse en su libro todas esas cuestiones. Tras presentar el dualismo hace un recorrido por diferentes modelos o versiones de la mente o del yo, para llegar a los últimos capítulos en los que examina las ideas filosóficas que ha habido (o hay) acerca de la consciencia, el libre albedrío, la toma de decisiones y el yo. En ese recorrido, cuando es oportuno, también refiere los hallazgos neurobiológicos sobre esos temas.

Estos últimos capítulos son los que más me han interesado. Y en especial, lo que propone el autor acerca de la libertad de decisión. Resumiendo mucho, lo que viene a decir es que, estén nuestras decisiones más o menos determinadas, ello no exime de responsabilidad al sujeto que las toma porque en esa determinación también influye la conciencia (el juicio de los demás y el propio acerca de su moralidad) y las expectativas de recompensa o castigo.

Debo confesar que, aunque esta forma de ver el determinismo tiene indudable atractivo, no me acaba de convencer. Al fin y al cabo, la conciencia, en última instancia, no deja de ser un producto de la mente; esto es, un producto de un sistema biológico cuya naturaleza y funcionamiento nos remite a una secuencia previa de interacciones causales dentro del sistema o con el ambiente, sobre las que ningún yo ejerce, en realidad, el más mínimo control.

Concibo el yo como un actor en un escenario, que es la realidad en la que se desenvuelve y en el que ha de interpretar una función, que es su vida. En todo momento el actor ha de actuar “como si” lo que hace obedeciese a su voluntad y fuese fruto de su libertad. Como si las cosas fuesen como nos parecen que son, como las experimenta nuestra consciencia. Como si tuviéramos una mente (o alma) que está al cargo de nuestros actos y da cuenta de ellos. En mi concepción de la persona y de la realidad, el yo es una creación de la mente o, apurando un poco, de la máquina que es el encéfalo. Sería uno de tantos autoengaños mediante los que otorgamos –otorga la máquina– significado a la vida y propósito a nuestros actos. La máquina se engaña a sí misma porque no soporta su vacuidad esencial.

En cualquier caso, y al margen de mi opinión acerca de la tesis de Zamora Bonilla, su libro me ha parecido muy interesante. Está, además, muy bien escrito. De Jesús no se puede decir que sea oscuro porque no puede ser profundo; todo lo contrario. A mí me ha servido para conceptualizar y ordenar muchas ideas e intuiciones que me cuesta formular de forma rigurosa. No coincido con el autor en la idea de que sin libre albedrío, seamos responsables de nuestras decisiones, con todo lo que ello comporta, pero su texto resulta muy útil para sistematizar ideas importantes. Y, por supuesto, es muy posible que él esté en lo cierto y servidor en el error.

Ficha:

Título: En busca del yo y otros fantasmas–El mito del sujeto y el libre albedrío

Autor: Jesús Zamora Bonilla

Editorial: Shackleton Books, 2022

En Editoralia personas lectoras, autoras o editoras presentan libros que por su atractivo, novedad o impacto (personal o general) pueden ser de interés o utilidad para los lectores del Cuaderno de Cultura Científica.

Una versión de este texto de Juan Ignacio Pérez Iglesias apareció anteriormente en Lecturas y Conjeturas (Substack).

2 comentarios

  • Avatar de Masgüel

    «Al fin y al cabo, la conciencia, en última instancia, no deja de ser un producto de la mente; esto es, un producto de un sistema biológico cuya naturaleza y funcionamiento nos remite a una secuencia previa de interacciones causales dentro del sistema o con el ambiente, sobre las que ningún yo ejerce, en realidad, el más mínimo control.»

    ¿Al fin y al cabo o al principio?. ¿Que la consciencia o el yo narrativo (la identidad personal) no ejerzan como agente causal, dentro del sistema y con el ambiente, es un juicio o un prejuicio?.

    «por supuesto, es muy posible que él esté en lo cierto y servidor en el error.»

    O que los dos se equivoquen y seamos tanto más libres y responsables cuato más capaces, como agentes causales, de controlar nuestra conducta.

    El fantasma en la máquina es la expresión de una metafísica sustancialista. Si todo lo que hay en la naturaleza son procesos y todo lo que podemos conocer es sus aspectos, y aún queremos seguir usando un término tan equívoco, podemos decir que algunos sistemas naturales tienen aspectos materiales e inmateriales. En algunos aspectos se puede poner el dedo encima y en otros no. No hace falta hipostasiar sustancias.

    Sospecho que el reduccionismo en todas sus variantes (fisicalismo, ilusionismo, eliminativismo…) pasará a la historia con tan poca fortuna como el automatismo de las bestias.

    P.D. Pinker parece coincidir con la crítica que enlacé en su página de lecuturas:
    https://nitter.net/sapinker/status/1723038526508310785#m
    Y también apuesta por Mitchell:
    https://nitter.net/sapinker/status/1726445004439359907#m
    Si le sorprende, ya somos dos.

    • Avatar de Rawandi

      Además de la postura de Bonilla, la de Pérez y la tuya, habría aún otra posibilidad, que es la que yo defiendo, a saber: que la conciencia libre y responsable es una propiedad material del cerebro humano. Digo que es una propiedad «material» en el sentido de que emerge de la materia (de la masa encefálica) y no puede existir separada de ella, contrariamente a lo que afirma el dogma católico.

      • Avatar de Masgüel

        Una propiedad es emergente precisamente cuando es una propiedad del sistema y no de las partes. La consciencia, la identidad personal, la libertad, son imposibles sin las partes materiales en las que se realizan. Pero ellas mismas no son propiedades materiales, ni falta que les hace para ser naturales y con poder causal. Los números no están en ninguna parte. Sin personas de carne y hueso tampoco existirían los números. Pero no son pedacitos de cerebro, ni se comunican desde la sustancia pensante a través de la glándula pineal. Son abstracciones. Porque inventamos y usamos números tenemos sondas en la Luna. Una propiedad no necesita ser material para tener poder causal a todos los niveles. Pero como decía arriba, «material» es léxico decimonónico. Si no te gusta «inmateriales», llámalas propiedades organizativas. Así caben los esquemas formales y funcionales con poder causal que queramos ensayar sin necesidad de escarbar en los sesos.

        • Avatar de Rawandi

          Entre los números y la conciencia humana hay una diferencia crucial: si nuestra especie se extinguiera por una guerra nuclear, los números seguirían existiendo tan campantes en libros, películas, etc., mientras que la conciencia humana habría desaparecido, pues no puede existir separada de la materia cerebral viva. Por eso la conciencia humana es una propiedad «material» en un sentido fuerte en el que no pueden serlo los números ni el resto de las «invenciones» de nuestra conciencia.

          Los humanos somos máquinas libres y responsables en las que no mora ningún «fantasma»; es decir, no tenemos alma inmortal separable del cuerpo. Nuestra conciencia individual es una función emergente realizada directamente por la propia máquina y como se trata de una máquina material, todas sus funciones, incluyendo la conciencia, merecen ser llamadas materiales.

          • Avatar de Masgüel

            Sin seres humanos los números no son ni tinta sobre celulosa. Sin animales conscientes la naturaleza no tiene ningún aspecto, ni material ni inmaterial.

            «como se trata de una máquina material, todas sus funciones, incluyendo la conciencia, merecen ser llamadas materiales.»

            Non sequitur. Ni el oxígeno ni el hidrógeno son húmedos. Tienen que juntarse en forma de agua para adquirir esa propiedad. Ese es el juego del emergentismo. Hay nuevas propiedades, regularidades, principios organizativos que emergen en cada nivel de complejidad. Antes no existían. Su historia es su condición de posibilidad.

            Y la metáfora del mecanicismo ya huele a alcanfor. Ni los ecosistemas, ni los organismos, ni las células son máquinas. Obedecen principios organizativos, funcionales, teleonómicos, que no se reducen a simple la acción mecánica. La insistencia en el mecanicismo obedece al empecinamiento en afirmar que somos autómatas y no agentes causales.

            Efectivamene los números son un tipo distinto de emergencia que la consciencia y la libertad. Aquellos pertenecen al ámbito de los juegos simbólicos y de la ficción. La consciencia y la capacidad para decidir son funciones biológicas. La libertad humana combina las tres, porque también es un juego reglado de argumentos y razones.

          • Avatar de Rawandi

            «Sin animales conscientes la naturaleza no tiene ningún aspecto»

            El significado de esa frase cambia radicalmente dependiendo de si interpretamos la palabra «aspecto» en su primera acepción (aspecto = «apariencia a la vista») o en la segunda (aspecto = «elemento de algo»). En el primer caso, estaríamos ante una tautología infantiloide; en el segundo caso, la frase constituiría una falsedad palmaria, ya que la naturaleza tenía muchísimos rasgos o «elementos» antes de que hubiera evolucionado el primer animal consciente. Por favor, Masgüel, dime que no elegiste la segunda acepción.

            «Ni el oxígeno ni el hidrógeno son húmedos. Tienen que juntarse en forma de agua para adquirir esa propiedad. Ese es el juego del emergentismo.»

            La acuosidad es una propiedad emergente material porque se da en la materia (tanto el oxígeno como el hidrógeno que constituyen el agua son materia). Primero existió materia no acuosa y a partir de ella emergió la materia acuosa. De modo similar, a partir de la materia inerte emergió la vida (materia viva) y a partir de la materia viva emergió la conciencia (materia viva consciente). Por eso tanto la vida como la conciencia son propiedades materiales.

            «ni los organismos, ni las células son máquinas.»

            Los biólogos actuales sostienen que sí son máquinas, porque aceptan la teoría darwinana como verdadera. El «decimonónico» Darwin descubrió la selección natural, que es el mecanismo que construye de forma inconsciente la complejidad de las máquinas biológicas (los organismos).

            «La insistencia en el mecanicismo obedece al empecinamiento en afirmar que somos autómatas y no agentes causales.»

            Ese no es mi caso. Yo sostengo que somos máquinas y también que somos agentes causales y que tenemos derechos.

          • Avatar de Masgüel

            – La segunda acepción de «aspecto» me parece injustificada. No hay aspectos sin sujetos. Los rasgos o elementos que atribuimos a la naturaleza antes de la aparición de animales conscientes es una extrapolación de nuestra experiencia y de nuestras teorías. Asumir la extrapolación como verdadera es realismo científico. No lo compro. Lo que te parece tautología infantiloide es el giro idealista de la filosofía moderna. Lo que había antes, en todo caso, será una instancia nouménica, sin categorizar. Con los animales apareció la realidad fenoménica y con los sujetos parlantes, los objetos, que son construcciones teóricas.

            – La humedad es una propiedad material, tangible. Lo que cada vez está menos claro es en qué sentido lo son el oxígeno y el hidrógeno. La física del siglo XX se parece mucho más al pitagorismo que al corporeísmo materialista. Si una propiedad ya era de las partes, no es emergente en ese aspecto. Si el aspecto de las partes era material y el emergente también, su materialidad no es emergente. La insistencia en el materialismo también obedece a un empecinamiento, el de no salirse del monismo ontológico.

            – «Por eso tanto la vida como la conciencia son propiedades materiales».
            Repites el argumento, pero lógicamente no se sigue que un sistema tenga que compartir todos los aspectos de las propiedades de sus partes. Si no son propiedades nuevas, no son emergentes. Algunos aspectos serán compartidos y otros no. No veo en qué sentido una experiencia consciente, una elección racional o una operación aritmética tienen aspecto material. Y no se sigue que lo tengan solo porque las partes del sistema que las realiza sí lo hagan.

            – «Los biólogos actuales sostienen que sí son máquinas»
            No todos. Es una rémora histórica. Una metáfora desafortunada y en disputa. Daniel J. Nicholson (coautor con John Dupré de «Everything Flows: Towards a Processual Philosophy of Biology»), es quizás la voz más relevante en este asunto (https://scholar.google.com/citations?user=5gxpRPYAAAAJ).

            – «El «decimonónico» Darwin descubrió la selección natural, que es el mecanismo que…»
            Si decimos «proceso» en lugar de «mecanismo» salvamos la teoría sin pérdida y sin asumir las adherencias metafísicas que implica la metáfora de la máquina.

    • Avatar de Cultura Cientifica

      Hola, de nuevo, Masgüel.
      Reproduzco la respuesta de la niusleter:

      –»¿Al fin y al cabo o al principio?» Al fin y al cabo es una muletilla, estimado Masgüel, pero en este caso puede tomarse en sentido literal; está en consonancia con ese «en última instancia» que lo sigue.

      –No es ni un juicio ni un prejuicio. Es una creencia.

      –Por supuesto que podemos estar los dos en un error. Lo que no podemos es estar en lo cierto ambos.

      –Al resto de cuestiones que plantea no le puedo responder, me temo. Ya se lo dije en cierta ocasión. Tengo serias limitaciones.

      Salud.

  • Avatar de Juan Luis

    Masgüel dice que «los números no están en ninguna parte. Sin personas de carne y hueso tampoco existirían los números. Pero no son pedacitos de cerebro, ni se comunican desde la sustancia pensante a través de la glándula pineal. Son abstracciones». Yo diría que su representación en el cerebro sí es material, toma la forma de una activación de neuronas o circuitos neuronales, huellas físicas de memoria que compartimos (aproximadamente) y comunicamos. De la misma manera son materiales la libertad, la justicia o el libre albedrío: son creaciones de la mente que han levantado nuestra cultura. La cuestión es si conseguimos que existan fuera de los cerebros..

    • Avatar de Masgüel

      «su representación en el cerebro sí es material, toma la forma de una activación de neuronas o circuitos neuronales, huellas físicas de memoria que compartimos (aproximadamente) y comunicamos.»

      Al contrario. La representación es mental. La actividad cerebral realiza la representación. Y no hace falta que compartamos, ni siquiera aproximadamente las huellas neuronales que lo hacen. Lo único que hace falta es que cada realización sea de la misma representación. Es a lo que Putnam llamaba realización múltiple (una hipotética computadora hidráulica realizaría los mismos cálculos que una computadora electrónica, aunque los procesos sean muy distintos).

      Como ves, hablo de procesos cerebrales, biológicos. Que también sean físicos es irrelevante (la información del detalle físico se pierde entre escalas) y que sean materiales no es más que una forma de decir que, si abres una cabeza, puedes sostener el cerebro en la mano.

      Recientemente, autores con los que estoy básicamente de acuerdo, como Lee Cronin o Kevin Mitchell, insisten en afirmar que la información también es física (e histórica). Por eso tiene poder causal. Pero cuando dicen eso, se refieren a su realización, no a su significado.

      «creaciones de la mente que han levantado nuestra cultura. La cuestión es si conseguimos que existan fuera de los cerebros.»

      Ni dentro ni fuera. Como los números, la mente no es una cosa. No está en ningún sitio.

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