Capillitas y clanes

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Cuando tenemos la oportunidad de relacionarnos con muchas personas, tendemos a formar grupos con quienes nos son más afines, con aquellos a quienes nos sentimos más próximos. Por esa razón, en las sociedades con diversidad de grupos raciales1 la gente tiende a entablar amistad con personas de su mismo grupo, si en el entorno en que se establecen las relaciones hay un número alto de individuos. Si hay pocos, sin embargo, al haber menos posibilidad de elegir, es más probable que se formen grupos diversos.

A esa conclusión general han llegado en un estudio en el que, partiendo del desarrollo de un modelo teórico, se contrastaron las predicciones del modelo con datos obtenidos de más de mil institutos de bachillerato en Estados Unidos. La conclusión, como se ha indicado, es que allí donde hay muchas personas con las que se puede entablar relación, la gente tiende a hacerlo con personas de su mismo grupo racial.

capillitas
Foto: Flow Clark / Unsplash

Se supone que preferimos relacionarnos con personas con las que tenemos ciertas afinidades; eso es básico. Y como es lógico, donde hay pocas personas, es más difícil encontrar esas afinidades; por eso en esas circunstancias es más fácil superar la barrera que supone tener un rasgo distintivo tan marcado como el aspecto racial. Sin embargo, en contextos en los que hay muchas personas entre las que elegir, es más fácil hallar afinidades en personas que físicamente son más parecidas a nosotros, porque lo cierto es que tendemos a sentirnos más próximos a las personas con las que compartimos rasgos (considerados) raciales y otras similitudes.

Los autores del trabajo sugieren que el mecanismo vale para cualquier otra forma de “diferenciador” social. Así, cuando se permite a los individuos que ejerciten totalmente sus preferencias preexistentes, ello conduce a que se organicen grupos muy homogéneos, capillitas, sea cual sea el criterio diferenciador de que se trate. Por eso, -sostienen-, al ampliar enormemente el campo de relaciones posibles, internet actuaría en el sentido de acentuar el aislamiento social, configurando grupos muy homogéneos y con muy poca relación con otros grupos. Puede resultar paradójico, sí, pero tiene mucho sentido.

Como se ha podido establecer, en las ciudades de mayor tamaño la probabilidad de interactuar con otras personas es mayor que en las de menor tamaño. Y esa mayor probabilidad de interacción parece tener curiosas implicaciones. Por ejemplo, la probabilidad de contagiarse enfermedades infecciosas es proporcionalmente mayor en las grandes ciudades, pero también lo es la de innovar, la de generar nuevas ideas, la de inventar, porque todo eso depende de manera crítica de las redes de relaciones.

Cuanto más amplias son esas redes, cuantas más son las personas con las que nos comunicamos, más intercambio de ideas se producen y más combinaciones de ideas se generan. Así aumenta la probabilidad de que se produzcan invenciones, innovaciones, etc. Probablemente, ese es un factor que conduce a que las grandes ciudades concentren más instituciones y más personas dedicadas a actividades de I+D; a que sean más dinámicas; a que se hagan más negocios. En las grandes ciudades se genera más riqueza y la gente gana más dinero.

Hay otros muchos factores –tanto institucionales, como geográficos o económicos– que influyen, por supuesto, pero en esta ocasión trato de generalizar. Las afirmaciones anteriores se basan en análisis en los que se analizan las variables consideradas en relación con el número de habitantes de las ciudades; y ese análisis se hace para diferentes países y continentes, con lo que la fiabilidad de las conclusiones parece alta.

Este fenómeno puede parecer, quizás, algo contradictorio con lo señalado en relación con la mayor heterogeneidad de los grupos en contextos caracterizados por bajos números de personas, pero no lo es. Porque la configuración de grupos sociales por afinidades e intereses, que serían muy homogéneos en contextos muy numerosos (grandes ciudades o internet), no impide que se produzca una alta frecuencia de interacciones entre individuos, porque el aislamiento entre unos grupos homogéneos y otros, y la interacción entre personas diferentes se pueden producir, de manera simultánea, en planos muy distintos. Así, en los ámbitos laborales o profesionales se producen interacciones entre personas con diversos intereses y preferencias, y por otro lado, las relaciones de amistad se basan en mayor medida en afinidades o aficiones comunes. Son, como digo, planos diferentes.

Sobre estas cosas ya había escrito G. K. Chesterton (Herejes, 1905), con su inconfundible estilo, eso sí:

En una comunidad grande podemos elegir nuestra compañía. En una comunidad pequeña, ésta ya está elegida para nosotros. Así es que, en todas las sociedades grandes y altamente civilizadas, surgen grupos basados en lo que se llaman afinidades, que se cierran al mundo exterior con más eficiencia que los portones de un convento. No hay nada realmente estrecho en un clan: lo que es realmente estrecho es una capillita. Los hombres del clan viven juntos porque todos van en el mismo tartán o todos descienden de la misma vaca sagrada; pero en sus almas, por el divino acomodo de las cosas, siempre habrá más colores que en cualquier tartán. Los miembros de una capillita, en cambio, viven juntos porque tienen el mismo tipo de alma, y su estrechez es una estrechez hecha de coherencia y de satisfacción espiritual, como la que existe en el infierno. Una sociedad grande existe con el objeto de formar capillitas. Una sociedad grande está destinada a la promoción de la estrechez.

Nota:

1 El adjetivo “racial” se refiere a grupos sociales, aunque la pertenencia a tales grupos se asigne en virtud de rasgos externos, como el color de la piel, los rasgos faciales o las características del cabello. Como ya advertí aquí, desde el punto de vista biológico (o genético) no se sostiene la existencia de razas.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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