Confirmado: El «hombre dragón» es denisovano

Irreductible

Reconstrucción artística de la apariencia que tendría un denisovano. Ilustración: Chuang Zhao

Hay quien suele imaginar el camino evolutivo del ser humano como una línea recta que se mueve directa desde nuestros orígenes en África hasta la actualidad, en nuestras ciudades, con ordenadores, coches y teléfonos. Es bastante conocida la viñeta que muestra una ordenada sucesión de figuras, desde el primate encorvado hasta el señor erguido vistiendo orgulloso un traje. A veces se representa la evolución como un árbol, con un tronco común del que nacen diferentes ramas que se extiende de manera independiente creciendo o cortándose abruptamente. La realidad es mucho más compleja y difícil de visualizar, una especie de embrollada madeja con docenas de hilos que no solo se enredan, se anudan o se cruzan, sino que pueden mezclarse dando lugar a nuevos hilos. Homo sapiens, Homo habilis, Homo rudolfensis, Homo heidelbergensis, Homo neanderthalensis, Homo floresiensis, Homo naledi, Homo denisovensis… las hebras son tan variadas y traviesas que se enmarañan con el tiempo y representan un quebradero de cabeza para los científicos que, además, a menudo se ven obligados a trabajar con solo un trocito de ellas.

Uno de los cabos sueltos en ese confuso ovillo de especies del género Homo apareció no hace mucho. En 2008, un equipo de investigadores del Max Planck encabezados por Svante Pääbo, que diez años más tarde ganaría el Premio Nobel de Medicina, analizó un pequeño fragmento de hueso del dedo meñique de una niña, encontrado en las cuevas de Denísova, en los montes Altái de Siberia. Los resultados genéticos fueron sorprendentes. El ADN mitocondrial de aquella niña ofrecía pistas de linajes bien conocidos pero no se podía clasificar claramente como sapiens o como neandertal. La madeja se enredaba aún más. Más adelante, cuando se logró secuenciar su genoma nuclear completo, la conclusión apuntaba a que esa niña estaba más emparentada con los neandertales, con quienes compartió un antecesor común, antes de divergir hace aproximadamente unos 400.000 años. La cueva se convirtió en un buen filón de pistas y, desde entonces, se han encontrado diferentes artefactos y herramientas, así como otros restos humanos. Un molar (bastante grande), varios dientes más, y un puñado de pequeños fragmentos óseos pertenecientes a diferentes estratos y, por tanto a diferentes épocas. Posteriores estudios ayudaron a concluir que nos encontrábamos ante un linaje de humanos diferente al que, en honor a la cueva donde se descubrieron, se bautizó como los denisovanos. La escasez de restos fósiles obligó a aguzar el ingenio de los investigadores y el Homo denisovanis se convirtió en la primera especie humana que se catalogó utilizando ADN y descubriendo que los denisovanos no solo convivieron con sapiens y neandertales, sino llegaron a tener descendencia con ambos.

Lo que no podían sospechar todos los científicos que luchaban por trabajar con esos limitados y escasos restos es que existía un gran cráneo denisovano, oculto desde hace décadas, sin que nadie lo supiera. En 1933, setenta y cinco años antes del primer descubrimiento denisovano, un hombre participaba en la construcción de un puente cerca de la ciudad de Harbin, en China. Por aquel entonces el ejército japonés ocupaba el norte de China y obligaba a un grupo de soldados chinos capturados a trabajar en aquella infraestructura. De entre los escombros, surgió una calavera, incompleta, extraña y diferente. Uno de los soldados chinos la cogió y la escondió de sus enemigos, pensando que tenía en su poder algo valioso. Durante décadas no compartió su hallazgo con nadie, incluso llegó a ocultarla en un pozo cerca de su casa para que no se la quitaran y así pasaron los años. Poco antes de su muerte, aquel hombre reunió a su familia y les habló del pozo y del «precioso tesoro» que guardaba, seguía creyendo que ese insólito cráneo tenía un gran valor. En 2018, sus nietos herederos lo encontraron, lo sacaron del pozo y, lejos de hacerse ricos con él, lo donaron a la Universidad GEO de Hebei.

El soldado había fallecido sin aclarar el lugar exacto donde había encontrado el cráneo y el equipo de paleoantropólogos de Hebei, liderados por Quian Ji, junto a otros expertos en datación y geocronología de la Universidad Griffith, en Australia, tuvieron que esforzarse para confirmar su procedencia. Analizaron isótopos de estroncio incrustados en las fosas nasales del cráneo con una capa específica de sedimentos alrededor del puente y pudieron llegar a una primera aproximación de su edad, entre 138.000 y 309.000 años. Más tarde llegarían estudios de datación por uranio que lo situaban, como mínimo, en 146.000 años.

Realmente era un cráneo extraño, visiblemente más grande que cualquiera que se hubiera encontrado jamás. Realizaron una reconstrucción del cráneo encontrado en Harbin y llegaron a la conclusión de que «pertenecía a un varón de mejillas planas, boca ancha y carente de barbilla. Una imponente frente colgaba sobre sus ojos hundidos y su nariz bulbosa. Y dentro de su enorme cráneo había un cerebro descomunal, que medía un 7 % más que el cerebro medio de un ser humano actual».

El cráneo encontrado en el puente cerca de Harbin, China en 1933 | Qiang Ji, Wensheng Wu et al. (2021) Cell doi: 10.1016/j.xinn.2021.100132 CC BY-ND 4.0

En 2021, los investigadores publicaron sus resultados en Cell, describiendo el cráneo e indicando que correspondía a «un homínido extinto masivo en tamaño con una longitud craneal máxima muy grande, tanto en longitud nasiooccipital como en anchura del toro supraorbitario; bóveda craneal larga y baja, con frontal retraído, contorno parietal uniformemente curvado y contorno occipital redondeado; sin quilla sagital; cara superior extremadamente ancha, con órbitas grandes y casi cuadradas; altura facial baja en relación con la anchura facial superior; toro supraorbitario ancho, masivamente desarrollado y suavemente curvado». Estaban entusiasmados y concluyeron que ese cráneo, con todos esos rasgos diferenciados, debía pertenecer a una especie propia. La llamaron Homo longi, en honor a Longjian, la región donde se encontró el cráneo. Longjian significa gran dragón y, consecuentemente, al gran cráneo datado en el Pleistoceno medio tardío se le terminó conociendo como «el hombre dragón», un suculento nombre que abrió muchas portadas por aquellos años.

Reconstrucción virtual en 3D del cráneo del «hombre dragón» encontrado en el puente de Harbin, China. Fuente: Xijun Ni et al (2021) The Innovation doi: 10.1016/j.xinn.2021.100130 CC BY-ND 4.0

El sueño de cualquier paleontólogo es descubrir una nueva especie, ser recordado por encontrar y bautizar un nuevo hilo de la compleja madeja humana, sin embargo ese anhelo puede desembocar, y de hecho así ocurre frecuentemente, en prisas y confusiones. La emoción por el nuevo descubrimiento pronto fue sustituido por críticas en diversos medios especializados y muchos expertos expresaron sus dudas al artículo publicado en Cell. Entre ellos destaca la voz autorizada de María Martinón (CENIEH) que, en un artículo publicado en Science en 2021, afirmaba que «es prematuro nombrar una nueva especie, especialmente un fósil sin contexto y con contradicciones en el conjunto de datos». Cuanto más se analizaba más fuerza tomaba la idea de que el «hombre dragon» podría representar no una nueva especie humana, sino el primer cráneo de un denisovano.

Por supuesto, cada vez que surge una hipótesis en ciencia también aparecen científicos dispuestos a corroborarla o echarla por tierra. La primera en saltar al escenario fue Qiaomei Fu, una genetista china del Instituto de Paleoantropología de Pekin que trabajaba en el primer ADN denisovano procedente del pequeño hueso de Siberia. Comparar ese ADN denisovano de la niña de la cueva de Denísova con el ADN del cráneo del «hombre dragón» despejaría todo el misterio. Intentaron extraer material genético de una parte del cráneo llamada hueso petroso (que suele ser una buena fuente) y también de un diente adherido a la mandíbula superior (la inferior no se ha conservado). No lo consiguieron, pero sí lograron secuenciar fragmentos de 95 proteínas antiguas que compararon con secuencias de humanos modernos, neandertales y, cómo no, sus muestras del hueso denisovano. No encontraron correlación con los dos primeros pero sí descubrieron una secuencia proteica idéntica, tanto en la niña de Denísova como en el cráneo de Harbin… Esto sugería que el «hombre dragón» sí que podría ser denisovano… pero sin ADN que lo confirmase, no era suficiente.

En rojo la localización de los 0,3 mg de cálculo dental extraídos del cráneo de Harbin, donde se capturó y secuenció el ADNmt. Fuente: Qiaomei Fu, Peng Cao, et al. (2025) Cell doi:10.1016/j.cell.2025.05.040 CC BY-ND 4.0

Qiaomei Fu no se dio por vencida y, unos años más tarde, lo ha conseguido. «En lugar de buscar material genético en el propio cráneo, ella y su equipo rasparon un pequeño fragmento de placa dental fosilizada, o cálculo dental, de la raíz ennegrecida del único molar restante del cráneo». Aunque el cálculo contiene menos ADN antiguo que el que se encuentra habitualmente en huesos o dientes, su estructura mineral permite preservar mejor su contenido. Fue un momento emocionante. El equipo de Fu logró raspar apenas 0,3 miligramos de cálculo de ese diente. Puede parecer muy poco, y mucho menos si tenemos en cuenta que «casi cuatro quintas partes de ese material genético extraído provenían de contaminación moderna», pero con lo que quedó pudieron conseguir el ADN que necesitaban. Sus resultados se han publicado hace unos días en la Revista Cell y confirman que coinciden con el ADN mitocondrial de genomas denisovanos previamente secuenciados, lo que confirma que «el hombre dragón» es de hecho un denisovano.

Referencias científicas y más información:

Qiaomei Fu, Peng Cao, et al. (2025) Denisovan mitochondrial DNA from dental calculus of the >146,000-year-old Harbin cranium Cell doi:10.1016/j.cell.2025.05.040

Marshall, Michael (2025) Who Were the Ancient Denisovans? Fossils Reveal Secrets about the Mysterious Humans Nature doi:10.1038/d41586-025-01549-3.

Lewis, Dyani (2025) First Ever Skull from ‘Denisovan’ Reveals What Ancient People Looked Like Nature DOI:10.1038/d41586-025-01899-y.

Sobre el autor: Javier «Irreductible» Peláez es escritor y comunicador científico multimedia. Es ganador de tres premios Bitácoras, un premio Prisma a la mejor web de divulgación científica y un Premio Ondas al mejor programa de radio digital.

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