Jonathan Swift vs. Isaac Newton

Fronteras

Isaac Newton pasó a la historia por sus muchos logros en el campo de la física, la astronomía, las matemáticas e incluso la filosofía y la teología, por ser un genio, pero no por ser especialmente simpático. Introvertido, perfeccionista, excesivamente sensible a las críticas y profundamente orgulloso, era habitual que acabara enzarzado en encarnizadas disputas con otros científicos, como sucedió con el físico Robert Hooke —por la naturaleza ondulatoria de la luz y la formulación de la ley de la gravitación universal—, el matemático Gottfried Wilhelm Leibniz —por el desarrollo del cálculo diferencial— o el astrónomo John Flamsteed —por la publicación de su catálogo estelar—,[1] pero no fueron los únicos. Tengamos en cuenta que Isaac Newton fue director de la Casa de la Moneda y presidente de la Royal Society —de forma simultánea, además—, lo que le otorgaba una gran influencia en la Administración de la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII. Eso lo situaba en primera línea como una figura pública y notable de la sociedad. Y, como figura pública y notable, de vez en cuando recibía un tomatazo… incluso en forma de novela de ciencia ficción.

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Isaac Newton a los 46 años. Retrato realizado por sir Godfrey Kneller en 1689. Fuente: Dominio público.

Se puede discutir largo y tendido sobre si Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift, son ciencia ficción o no —es uno de esos libros en los que depende a quién se le pregunte—. En cualquier caso, la obra cumple con ciertas características formales que apuntan en esa dirección aunque se trate, principalmente, de una sátira hacia la sociedad de su época, la política y la naturaleza humana. Esa sátira incluye la ciencia, y la visión científica de entonces era la de la mecánica newtoniana.

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Retrato de Jonathan Swift, por Charles Jervas (National Portrait Gallery, Londres), y portada de la primera edición de Los viajes de Gulliver (1726). La obra se publicó un año antes del fallecimiento de Isaac Newton. Fuente: Dominio público.

Ese es el trasfondo del Libro III de la obra de Swift, en el que narra el viaje a la isla flotante de Laputa, un lugar donde sus habitantes están obsesionados con las matemáticas, la música y la astronomía, pero son totalmente incapaces de atender las necesidades prácticas de la vida diaria. Una crítica a la desconexión que que existía entre la ciencia abstracta y la realidad humana, en opinión del autor. Vale… hasta aquí podría parecer que la crítica de Swift es más bien genérica y que no tiene nada que ver con Newton, hasta que uno se da cuenta, entre otras cosas, de que la fuente de las teorías científicas que aparecen en el libro son las Philosophical Transactions of the Royal Society.

Jonathan Swift e Isaac Newton ya habían tenido algún encontronazo. El primero, en 1724, mientras Newton ejercía el cargo director de la Casa de la Moneda —durante veinte años lo compatibilizó con el de presidente de la Royal Society—, por dar su aprobación al controvertido acuñamiento de unas monedas de medio penique.[2] Pero no fue el único, el escritor no soportaba al físico ni nada de lo que representaba, y se encargaba de dejarlo claro continuamente. Los viajes de Gulliver están llenos de pullitas hacia Newton y la ciencia que se estaba desarrollando en torno a su figura; como cuando aparece una mención a «un catálogo de diez mil estrellas «fijas», en una más que probable referencia al catálogo de John Flamsteed y toda la polémica que hubo en torno a él. Seguramente, a Swift ya le parecía demasiado ambicioso y fuera de la realidad que se fuera a publicar un catálogo de semejante magnitud, y el resto tampoco ayudó a que fomentar su aprecio por Newton. También se mete con Newton cuando se burla de la ciencia teórica a través de la forma en la que los liliputienses miden el traje de Gulliver:

Tomó primero mi altura con un cuadrante y luego, con compases y reglas, describió las dimensiones y contornos de todo mi cuerpo y lo trasladó todo al papel, y a los seis días me llevó el traje, muy mal hecho y completamente desatinado de forma, por haberle acontecido equivocar una cifra en el cálculo. Pero me sirvió de consuelo el observar que estos accidentes eran frecuentísimos y muy poco tenidos en cuenta.

Una más que probable referencia a una errata en la primera edición de los Principia, por la que la distancia entre el Sol y la Tierra aparecería de un orden de magnitud mayor a la real —parece ser que el impresor añadió un cero por error—.

Swift odiaba tanto a Newton, que ese odio arrastraba todo lo que tenía que ver con él: las matemáticas, el pensamiento científico… de una forma irracional, por eso es curioso que aquella crítica feroz a la ciencia moderna le saliera tan estrepitosamente mal. A pesar de ser un hombre de humanidades, Jonathan Swift conocía bien los trabajos, no solo de Netwon, sino de sus contemporáneos —y no tan contemporáneos—, y tratando de dejar todo aquello en ridículo, hizo, por pura casualidad, una de las predicciones más asombrosas de la ciencia ficción:

Asimismo, han descubierto dos estrellas menores o satélites que giran alrededor de Marte, de las cuales la interior dista del centro del planeta primario exactamente tres diámetros de este, y la exterior, cinco. La primera hace una revolución en el espacio de diez horas y la última en veintiuna y media, así que los cuadrados de sus tiempos periódicos están casi en igual proporción que los cubos de su distancia del centro de Marte, lo que evidentemente indica que están sometidas a la misma ley de gravitación que gobierna a los demás cuerpos celestes.

Esto, que a día de hoy es lo que esperaríamos y aplaudiríamos en cualquier novela de Julio Verne o autores más modernos, entonces no era más que una burla hacia las leyes de Kepler —que surgieron, en parte, como resultado de las observaciones de Marte— y la ley de la gravitación universal de Newton. Swift no estaba tratando de predecir nada, en realidad quería dar a entender que esas leyes eran absurdas, planteando algo completamente inverosímil… que resultó ser cierto.

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Imagen de Phobos (la más cercana al planeta) y Deimos (arriba a la izquierda) orbitando Marte tomada por la sonda espacial Clipper, de camino al satélite de Júpiter Europa, donde se espera que llegue en abril de 2030. Asaph Hall no los descubriría hasta 1877. Fuente: NASA/JPL-Caltech/ASU/SwRI

No olvidemos lo que Gulliver dice de los habitantes de Laputa —o Swift de los científicos de su época—:

Verdad que sobresalían en las dos ciencias que tanto apreciaban y en que yo no soy del todo lego; pero a la vez estaban de tal modo abstraídos y sumidos en sus especulaciones que nunca me encontré con tan desagradable compañía.

Algo similar a lo de los satélites de Marte sucedió con la máquina de conocimiento de la Academia de Lagado, que se mofaba de la rueda de Leibniz, una de las primeras máquinas calculadoras de la historia, y resultó hacer algo muy parecido a lo que hace un ordenador moderno o incluso un gran modelo del lenguaje:

Todos sabemos cuán laborioso es el método corriente para llegar a poseer artes y ciencias; pues bien: gracias a su invento, la persona más ignorante, por un precio módico y con un pequeño trabajo corporal, puede escribir libros de filosofía, poesía, política, leyes, matemáticas y teología, sin que para nada necesite el auxilio del talento ni del estudio.

Luego pasaba a la descripción del aparato, que era una especie de versión lingüística de una calculadora mecánica.

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Máquina del conocimiento de Lagado, según ilustración de J. I. Grandville para la traducción francesa con instrucciones del propio Swift. Se pueden apreciar los engranajes, que recuerdan al funcionamiento de la rueda de Leibniz. Fuente: Dominio público.

Esto es, en un intento de ridiculizar la ciencia moderna haciendo proyecciones supuestamente absurdas a partir de los descubrimientos de su época, Jonathan Swift acertó, en realidad, cuál sería su futuro.

Tal vez no deberíamos subestimar el poder de las ocurrencias inverosímiles e irracionales, aunque surjan, pura y llanamente, por tenerle manía a una persona.

Notas:

[1] La publicación del catálogo de Flamsteed fue protagonista de uno de los grandes dramas científicos de la época, con Newton, obviamente, implicado. John Flamsteed no quería publicar sus catálogo hasta que no estuviera listo, lo que entorpecía los trabajos de otros científicos que, como Newton, necesitaban los datos. Newton y Halley consiguieron confiscarlo sin permiso, con autorización del Gobierno, y publicar una versión pirata de este.

[2] Jonathan Swift criticaba que el valor nominal de la moneda era mucho más alto que el material con el que estaban hechas, algo que hoy se da por hecho, sin embargo este episodio fue bastante controvertido en la época.

Bibliografía

Kagarlitski, Y. (1974). ¿Qué es la ciencia ficción? Editorial Labor.

Kiernan, C. III. (1971). Swift and science. The Historical Journal, 14(4), 709–722. https://doi.org/10.1017/S0018246X00023311

Swift, J. (1726). Los viajes de Gulliver. https://www.textos.info/jonathan-swift/los-viajes-de-gulliver

Westfall, R. S. (2004 [1996]). Isaac Newton: una vida. ABC.

Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.

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