El pasado lunes 30 de junio se conmemoró el “Día Internacional de los Asteroides”. Las Naciones Unidas eligió este día para recordar el aniversario del impacto de Tunguska, cuando en 1908 un bólido extraterrestre explotó en plena tundra Siberiana, arrasando una enorme extensión de bosque en una zona, por suerte, despoblada. Se trató del mayor impacto de un asteroide del que se tiene registro en la historia reciente y se considera un ejemplo palpable del peligro que representan para nuestro planeta estos cuerpos siderales. Incluso, causó tanto terror y estupor en la época, que el escritor estadounidense H. P. Lovecraft lo utilizó como referente para escribir su historia “El color surgido del espacio”.
Yo este año lo celebré acudiendo a un concierto de la fantástica banda británica de heavy metal “Judas Priest” que, aunque no os lo creáis, tiene mucho que ver con los meteoritos. Una de las canciones más famosas de este grupo se titula “Painkiller”, que se traduce como analgésico (si sabéis inglés, ya veis que es un término bastante autoexplicativo, ya que literalmente significa “asesino del dolor”). Pues la letra de esta canción nos cuenta la historia de un ser mitad metálico y mitad divino (o demoníaco, más bien) que atraviesa el espacio montado en su motocicleta de camino a la Tierra para acabar con todos los problemas que hemos creado los seres humanos, impactando con nuestro planeta como un enorme meteorito aniquilador que ponga el contador de vida casi a cero de nuevo. Vamos, como el asteroide que extinguió al 75% de las especies terrestres hace unos 66 millones de años. De hecho, el video-lyrics oficial de la canción no deja lugar a la imaginación sobre lo que piensa hacernos este painkiller sideral cuando llegue aquí.
Sin embargo, en otros artículos previos ya os he mostrado que, en mi caso, me gusta más verles el lado amable a estos chicos con tan mala fama. De hecho, gracias a ese meteorito que impactó contra la Tierra hace 66 millones de años, hoy podemos estar leyendo este artículo, ya que la extinción de los dinosaurios no avianos propició el desarrollo evolutivo de los mamíferos. Sin esa carambola cósmica, posiblemente no habría aparecido el ser humano.

El impacto de Theia
Pero hoy me voy a centrar en otro evento sideral que también ha sido básico para el desarrollo de la vida en nuestro planeta. Para ello, vamos a viajar a hace unos 4500 millones de años (millón de años arriba o abajo), cuando se estaba formando nuestro sistema solar. Entonces, teníamos una proto-Tierra que era una bola de material fundido y ríos de lava que estaba todavía creciendo. Pero, de repente, otro proto-planeta errante llamado Theia, del tamaño actual de Marte, decidió jugar a los bolos siderales e impactó directamente contra la Tierra. El choque fue tan brutal que Theia se desintegró, provocando que parte de su material fuera asimilado por nuestro planeta, ayudando así a aumentar su tamaño, y otra parte acabó como toneladas de polvo y fragmentos de rocas que formaron un disco que giraba alrededor de la Tierra. Con paciencia, la gravedad terrestre hizo que estos últimos restos se unieran en una gran masa rocosa que quedó orbitando alrededor de nuestro planeta y que, por suerte, aún sigue a nuestro lado.
Esta es la hipótesis más aceptada actualmente como origen del satélite natural de la Tierra, la Luna. Pero sigue siendo una hipótesis, porque no es tan fácil aseverar lo que sucedió hace tantos miles de millones de años, porque apenas quedan evidencias de ellos en nuestro planeta. Aunque un trabajo recientemente publicado en la revista Nature parece haber encontrado una prueba del impacto de Theia. Este equipo de investigación estaba estudiando el interior de la Tierra a partir de las ondas sísmicas y se encontró, aproximadamente en el límite entre el manto y el núcleo, con dos grandes acumulaciones de materiales más densos que los que aparecen a su alrededor. A partir de simulaciones matemáticas y teniendo en cuenta los análisis de las muestras de rocas traídas de la Luna, comprobaron que es factible que esas dos grandes masas de materiales anómalos localizados en el interior de nuestro planeta sean los restos de Theia, que migraron por efecto de la gravedad tras el impacto de hace 4500 millones de años, sin mezclarse con el resto de los componentes del manto terrestre.
Si me permitís un símil un poco escatológico para explicarlo más sencillamente, sería como si me hago un colacao y, a pesar de darle mil vueltas con la cuchara, el polvo no se disuelve del todo en la leche, quedando pegado en el fondo de la taza. Si luego echo más leche en esa taza sin lavar, el polvo endurecido de la toma anterior seguirá sin disolverse. Así, ese colacao quedará como un pegote eterno en el fondo de la taza, evidenciando que es un material diferente de la leche que lo rodea, que se formó hace mucho tiempo y cuyo origen no es el brik de leche. Ahora es cuando tengo que decir, en mi defensa y por si acaso (sobre todo por si mi madre lee este artículo), que yo siempre limpio las tazas después de tomarme el colacao.

Pero, independientemente del origen de la Luna, lo realmente importante es que tengamos ese satélite tan grande rotando alrededor de nuestro planeta, ya que ha conseguido estabilizar el giro de la Tierra sobre sí misma, describiendo un ligero cabeceo como si fuese una peonza. Pero en su origen, antes de la formación de la Luna, nuestro planeta se balanceaba de manera muy aleatoria, por lo que los días no tendrían una duración estable, sufriríamos cambios climáticos más severos y extremos, se modificaría la dinámica oceánica y, posiblemente, la vida no habría podido evolucionar tal y como la conocemos hoy en día. Y otra curiosidad, la Luna se está alejando, poco a poco, de la Tierra, provocando además una ralentización del giro sobre su propio eje, por lo que la duración de los días es cada vez mayor… a escala geológica, no nos vamos a levantar mañana teniendo que comprar relojes de 25h, por mucho que nos gustaría de cara a las vacaciones.
La próxima vez que alcemos la vista en una noche estrellada y veamos a Selene en pleno esplendor, recordad que esa humilde compañera lleva acompañándonos casi desde el nacimiento de la Tierra y que, gracias a ella, estamos aquí. Eso sí, si queréis ponerle banda sonora a un momento tan bucólico, os sigo aconsejando el Painkiller de Judas Priest, que así también nos acordamos del origen impactante de nuestro satélite.
Referencia:
Yuan, Q., Li, M., Desch, S.J., Ko, B., Deng, H., Garnero, E.J., Gabriel, T.S.J., Kegerreis, J.A., Miyazaki, Y., Eke, V. y Asimow, P.D. (2023) Moon-forming impactor as a source of Earth’s basal mantle anomalies Nature doi: 10.1038/s41586-023-06589-1
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU