¿Canicas alienígenas o curiosidades geológicas?

Fronteras

A mediados del siglo pasado, en una mina cercana a la localidad de Ottosdal, en Sudáfrica, unos trabajadores hicieron un descubrimiento que les dejó desconcertados. Mientras explotaban unas rocas llamadas pirofilitas, formadas a partir de unos depósitos volcánicos depositados en esta zona hace más de 2800 millones de años, encontraron unas extrañas esferas imbuidas en las rocas. Metálicas, brillantes, casi perfectas y marcadas con varios surcos centrales perpendiculares entre sí, parecían algo realizado por seres inteligentes… ¡que visitaron este lugar hace más de 2800 millones de años! Por supuesto, a varios pseudo-medios sensacionalistas y personajes amantes de las teorías conspiranoicas, solo se les ocurrió una explicación: eran artefactos extraterrestres. Las esferas de Klerksdorp, llamadas así en honor al museo de la ciudad en donde permanecen expuestas desde poco después de su descubrimiento, se convirtieron durante años en uno de esos objetos que parecen que están en un lugar que no les corresponde, hasta el punto de considerarlas como una prueba irrefutable de la presencia alienígena en nuestro planeta desde hace miles de millones de años. Hasta que llegó la Geología a poner un poco de cordura en todo esto. O, más bien dicho, un poco de ciencia.

Klerksdorp
Esfera de Klerksdorp encontrada en las minas de Ottosdal, Sudáfrica. Foto: Robert Huggett / Wikimedia Commons

En realidad, estas esferas metálicas tienen un origen completamente natural y son lo que en Geología denominamos concreciones. Una concreción es una acumulación mineral que, generalmente, adopta formas esféricas, elipsoidales o discoidales y que se encuentran en el interior de una roca a la que se llama encajante, la cual puede tener una composición química idéntica o completamente diferente a la concreción. Pero una cosa que las define es que las concreciones se forman por un proceso de precipitación química en un sedimento que está empezando a compactarse y endurecerse, lo que quiere decir que tanto la concreción como la roca encajante se generan, prácticamente, a la vez.

Klerksdorp
Concreciones depositadas en la playa Bowling Ball de California, Estados Unidos, que se han desprendido de las rocas del acantilado. Foto: Brocken Inaglory / Wikimedia Commons

Existen diversos modelos teóricos para explicar exactamente cómo se forman las concreciones; a cuál más complejo, la verdad. Pero, con el permiso de mis colegas especialistas en este tipo de materiales geológicos, voy a intentar resumirlos de manera sencilla. Por un lado, nos podemos encontrar con que la precipitación mineral se produce para rellenar un hueco o un poro que se encuentra en el interior del sedimento. Y, por otro lado, esa precipitación se puede producir sobre otro elemento que se encuentra en el sedimento, como un mineral ya formado o un resto fósil, al que denominamos núcleo y que se va a ir cubriendo por la concreción, llegando incluso a desaparecer el elemento que actúa inicialmente como ese núcleo.

También podemos observar, a grandes rasgos, dos tipos de crecimiento mineral cuando se produce la precipitación de una concreción. En primer lugar, la cristalización puede ocurrir “de dentro hacia afuera”, es decir, desde el centro del hueco del sedimento hacia el borde de ese poro, o desde el elemento que actúa como núcleo hacia el sedimento que recubre los bordes del mismo. De esta manera, se van a ir formando capas minerales unas encima de las otras, dando lugar a unas concreciones en cuyo interior identificamos unas estructuras concéntricas que recuerdan a las capas de las cebollas. Y, en segundo lugar, esa cristalización ocurriría “de fuera hacia dentro”, cubriendo los poros desde el margen de los mismos hacia su zona central o desde la superficie del núcleo hacia el interior del mismo, sustituyendo el nuevo mineral a esa partícula original. En esta ocasión, las concreciones presentarán en su interior un patrón en mosaico formado por diversos cristales.

Dicho así suena como una cosa rarísima, pero las concreciones son mucho más comunes de lo que pensáis. Incluso, apostaría a que habéis visto más de una en vuestros paseos por el monte o la costa. Seguro que alguna vez os habéis encontrado con una bola o un disco, cuyo tamaño puede oscilar entre una canica y un coche, metida entre las rocas, cuyo color y textura puede ser idéntica a la de esa roca o no parecerse lo más mínimo a ella. Y, si se os ha ocurrido partir esa bola, habréis notado que en su interior es maciza, aparece un fósil, encontráis un hueco central, parece una cebolla o presenta un montón de cristales de diferentes tamaños. Enhorabuena, ¡habéis encontrado una concreción!

Volviendo a las esferas de Klerksdorp, en este caso se trata de unas concreciones de un mineral llamado pirita, un sulfuro de hierro que precipitó en el interior de los huecos que quedaron entre los materiales volcánicos que se estaban depositando en esta zona hace más de 2800 millones de años. Y los surcos centrales no son más que las evidencias superficiales de la precipitación de las diferentes capas concéntricas de pirita. Vamos, que de alienígenas tienen lo mismo que yo.

Klerksdorp
Aspecto del interior de una de las concreciones de pirita conocidas como esferas de Klerksdorp donde se observa la precipitación mineral en capas concéntricas. Foto: Bruce Craincross / BBC Mundo / fair use

Esta anécdota es un ejemplo más de que, al ser humano, le encanta inventarse historias fantásticas para explicar las cosas que no comprende de la naturaleza. Aunque, en ocasiones, la explicación científica es más espectacular que la propia fantasía.

Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la EHU

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