Un mensaje extraterrestre para Nikola Tesla

Fronteras

Creer en los marcianos a finales del siglo XIX —y prácticamente hasta que la Mariner 4 envió las primeras imágenes de la superficie del planeta rojo— era lo normal. Así que, realmente, que Nikola Tesla creyera en ellos no era algo tan excéntrico como pudiera parecer. Los descubrimientos de Schiaparelli y la mala traducción de Lowell de la palabra canali solo contribuyeron a disparar una imaginación colectiva que ya estaba, de por sí, bastante disparada en aquel entonces.

La investigación moderna ha revelado el hecho de que hay otros mundos, ubicados de forma muy similar al nuestro, y que la vida orgánica acaba por desarrollarse dondequiera que haya calor, luz y humedad. Ahora sabemos que esas condiciones existen en innumerables cuerpos celestes. En el sistema solar, dos de esos son especialmente llamativos: Venus y Marte. […] [Marte] se puede observar con facilidad y sus cambios periódicos, que han sido estudiados exhaustivamente por el difunto Percival Lowell, son un fuerte argumento a favor de la suposición de que está poblado por una raza inmensamente superior a la nuestra en cuanto al dominio de las fuerzas de la naturaleza.

Son palabras del propio Tesla que, de haber pronunciado hoy, le habrían ganado suficiente fama de charlatán y conspiranoico como para que se le echaran encima en redes sociales, pero la suya era una idea muy normalizada en aquella época. Marte siempre ha sido un espejo en el que la humanidad se ha reflejado y entonces, lo que se veía en él era «un planeta habitado por una especie tecnológicamente evolucionada, cuya ciencia se había puesto al servicio de la sociedad desarrollando sistemas de ingeniería que la habían salvado de la extinción», como indica Daniele Porreta en La otra Tierra. Esto es, Marte y sus habitantes tenían la respuesta a los retos y cambios que el progreso científico y tecnológico estaba planteando en nuestro planeta, solo había que contactar con ellos para encontrarla, y era solo una cuestión de tiempo. Una de las pruebas más ilustrativas es que, en 1891, la francesa Clara Gouget Guzman ofreció una recompensa de 100 000 francos a quien consiguiera contactar con una civilización extraterrestre. La marciana, por supuesto, estaba excluida, se daba por hecho que el contacto era inminente.

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Seguramente, el mapa de Marte de Giovanni Schiaparelli haya contribuido a la la imaginación y la cultura populares más que gran mayoría de descubrimientos científicos. Fuente: Dominio público

Es poco probable que aquella recompensa fuera lo que motivó a Nikola Tesla, pero ya sabemos que una de sus obsesiones era lograr transmitir electricidad —y señales— de forma inalámbrica. En 1901, cuando llevaba algunos años haciendo experimentos al respecto, ya le estaba buscando aplicaciones a un invento que ni siquiera había desarrollado todavía:

En el estado actual del progreso, no existiría ningún obstáculo insuperable para construir una máquina capaz de transmitir un mensaje a Marte, ni habría gran dificultad en registrar las señales que nos enviaran los habitantes de ese planeta si fueran electricistas expertos. Una vez establecida la comunicación, incluso del modo más simple —como mediante un mero intercambio de números—, el avance hacia una comunicación más inteligible sería rápido.

Lo que no se puede negar es que, aunque se equivocó en lo referente a la existencia de vida inteligente en Marte —al menos que se estén escondiendo muy bien—, no lo hizo en que las comunicaciones con nuestro planeta vecino serían posibles algún día.

Pero ¿se le ocurrió lo de tratar de contactar con la civilización marciana de la nada o había algo detrás? Lo segundo. El mito que lo impregnaba todo, un desarrollo científico sin precedentes y que Marte se encontraba muy cerca de la Tierra en ese momento hicieron que a Tesla le diera un vuelco el corazón en julio de 1899 en su laboratorio de Colorado Springs. Estaba —casi— convencido de que había detectado señales de Marte:

En una de estas ocasiones mi oído pudo captar con dificultad unas señales con cadencia regular que no se podrían haber producido en la Tierra; eran causadas por alguna acción solar o lunar o por la influencia de Venus, y la posibilidad de que provinieran de Marte me cruzó la mente como un relámpago. En años posteriores he lamentado amargamente haberme rendido a la excitación de las ideas y a la presión de los negocios en vez de concentrar todas mis energías en esta investigación.

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Nikola Tesla asomado a la puerta de su laboratorio en Colorado Springs. Muy alejada de las fotografías de estudio, seguramente esta imagen refleje mucho mejor la verdadera personalidad del inventor. Fuente: Dominio público

La noticia no saltó a los periódicos hasta enero de 1901, y no solo eso, sino que, supuestamente —y digo supuestamente porque las fuentes son algo contradictorias— científicos prominentes de la época, como lord Kelvin, estuvieron de acuerdo con aquella apreciación. Marconi incluso llegó a decir veinte años más tarde que él también había detectado aquellas señales en su momento. Pero ¿qué pasó realmente? ¿Qué fue lo que detectó Nikola Tesla… si es que detectó algo relevante? Hay varias teorías.

Un estudio de 1996 (Corum y Corum) afirma que, dada la alta sensibilidad de los receptores que Tesla tenía en Colorado Springs, capaces de detectar frecuencias muy bajas, lo que escuchó fueron emisiones naturales de radio procedentes del campo magnético de Júpiter.

Bernard F. Burke y Kenneth L. Franklin estaban, en 1955, estudiando diferentes fuentes de ondas de radio en el cielo —como la nebulosa del Cangrejo, que alberga un púlsar en su centro, aunque en aquel momento no se sabía nada al respecto—, cuando apareció en sus registros algún tipo de interferencia que no supieron identificar. En aquel momento, y muy cerca de aquella nebulosa, se encontraba el planeta Júpiter; pronto se identificó como la fuente de aquella señal.

Júpiter emite ondas de radio de frecuencias comprendidas entre los 0,01 y 40 MHz debido a la interacción de partículas cargadas —viento solar o plasma procedente de su luna Ío, cuya alta actividad volcánica proyecta materia al exterior que se ioniza por la radiación UV del Sol— con su magnetosfera. Se piensa que los receptores con los que Nikola Tesla contaba en su laboratorio de Colorado Springs podrían haber sido lo suficientemente sensibles como para haberlas detectado. Esta teoría es compatible con la posición de Júpiter en el cielo en las fechas en las que él declaró haber hecho su descubrimiento. Las características de las señales jovianas, con ciertos patrones repetitivos —en función de la rotación del planeta y la posición de Ío, por ejemplo—, hicieron el resto.

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Influencia de los satélites galileanos en la magnetosfera de Júpiter, responsable de las emisiones de radio que se pueden detectar en el planeta Júpiter.
Ilustración: B. Smith / CC BY-SA 4.0

Seguramente esta explicación no convenza a muchos seguidores entusiastas de las excentricidades de Nikola Tesla, pero el hecho de que pudiera siquiera detectar una señal de tan baja frecuencia en aquel momento ya daba cuenta de su genialidad.

Otras explicaciones —extraterrestres, telepatía y energías cósmicas ocultas secretas a un lado—, abarcaban desde interferencias entre los instrumentos de su propio laboratorio; la detección de fenómenos naturales de la atmósfera de la Tierra, como tormentas; la actividad solar, o incluso señales de radio procedentes de alguna de las instalaciones que, en aquel momento, empezaban a proliferar en diversas partes del mundo. Y al respecto de esto último hay una «leyenda urbana» muy interesante.

En 1899, y como hemos mencionado antes brevemente cuando comentamos que dijo haber detectado señales similares, Guglielmo Marconi ya llevaba un tiempo haciendo experimentos de telegrafía inalámbrica en Europa. Se sospecha, además, que utilizó sin permiso las patentes de Tesla para construir su emisor. Así que, ¿Es posible que ambos estuvieran sintonizados en la misma frecuencia y que fueran los experimentos del italiano lo que Nikola detectó en Colorado Springs? ¡Eso sí que sería un gran crossover!

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Exterior del laboratorio de Nikola Tesla en Colorado Springs, lugar desde donde, supuestamente, detectó señales que, aunque seguramente no eran extraterrestres, tal vez sí fueron de otro mundo. Fuente: Dominio público.

Bibliografía

Burke, B. F., y Franklin, K. L. (1955) Observations of a variable radio source associated with the planet Jupiter Journal of Geophysical Research, 60(2), 213‑217. doi: 10.1029/JZ060i002p00213

Corum, K. L. y Corum, J. F. (2003). Nikola Tesla and the planetary radio signals. Adapted from the 5th International Tesla Conference: “Tesla. III Millennium”, 15 de octubre de 1996, Belgrado, Yugoslavia.

García, L. N. (1999). The discovery of Jupiter’s radio emissions. Radiojove.

Porretta, D. (2020). La otra Tierra. Marte como utopía. Siruela.

San Francisco Examiner (4 de enero de 1901). World speaks to world with mysterious signlas through vast space —Tesla, the electrician, says he received a message from Mars. San Francisco Examiner.

Seifer, M. J. (1998). Wizard: The life and times of Nikola Tesla: biography of a genius. Citadel Press.

Tesla, N. (9 de febrero de 1901). Talking with the planets. Collier’s Weekly.

Tesla, N. (1919). Señales a Marte. En M. A. Delgado (ed.) (2012). Firmado: Nikola tesla. Escritos y cartas, 1890-1943 (pp. 45-50). Turner.

Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.

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